Críticas

MARRUECOS, SEGÚN SIDI LARBI CHERKAOUI

El creador belga marroquí ha traído este fin de semana al Festival Grec, su nueva creación ‘Ihsane’, que reúne al Ballet del Gran Teatro de Ginebra con sus bailarines de Eastman. Fuimos a verla y esto nos ha perecido…

Texto_OMAR KHAN

Barcelona, 13 de julio de 2025

Para entender Ihsane como un díptico junto a Vlaemsch (chez moi) hay que escarbar en la vida de su autor, el creador Sidi Larbi Cherkaoui, coreógrafo encumbrado desde Les Ballets C de la B y hoy perfectamente instalado en el parnaso de la nueva danza belga. Nacido en Amberes hace 49 años, de madre flamenca y padre marroquí, ha abordado en su danza y en no pocas ocasiones un tema que le compete: el de la identidad, y siendo homosexual confeso, también los asuntos queer, aunque en menor medida. A pesar de que conserva activa su agrupación belga Eastman, ha sido director artístico del Ballet de Flandes y ahora, del Ballet del Gran Teatro de Ginebra.

Cercano al medio siglo de vida, el célebre creador, muy alabado y querido siempre en nuestro país, ha decidido mirarse a sí mismo elaborando casi de manera simultánea estas dos piezas, en las que revisa su pasado y las culturas que viven y conviven dentro de sí mismo. Con Eastman hizo Vlaemsch (chez moi) vista hace apenas semanas en el Festival Madrid en Danza. Aquí hacía repaso a la cultura belga, lo europeo y lo que ello  significa para él. Y con casi idénticas coordenadas dramatúrgicas, alzó ahora Ihsane, que irrumpió este fin de semana como la gran apuesta de danza este año del Festiva Grec, de Barcelona. Para la ocasión, reunió a los elencos de Eastman y Ginebra, contando con bailarines invitados, destacando el catalán Pau Arán, ya convertido en su bailarín fetiche. La unión de ambas agrupaciones propicia grandes, ingeniosos y fastuosos momentos corales.

Marruecos y oriente son el eje de Ihsane. Larbi, que nunca ha negado estas raíces marroquíes, se reconcilia con la figura problemática de un padre que murió cuando él tenía 19 años, y ni siquiera fue a su entierro. Al igual que lo flamenco-materno en Vlaemsch, lo marroquí-paterno ocupa ahora el escenario. Quizá porque está más bailada, es más festiva y menos teatral, tal vez porque los belgas son un poco grises y aburridos frente al exotismo, colorido y riqueza de la cultura de Marruecos, esta nueva creación es más emocionante, más brillante, más en consonancia con la estética que le conocemos.

Pude ser yo

Ihsane está hecha a partir de un montón de referentes y referencias al mundo árabe en general y marroquí en particular, algunos de tremenda actualidad (los impactantes vídeos de banderas palestinas sangrantes son ejemplares). El título hace referencia / homenaje a Ihsane Jarfi, un joven gay marroquí que fue brutalmente asesinado en 2012 saliendo de una discoteca en la ciudad belga de Lieja, no se sabe si por su condición sexual, su origen marroquí o su estatus de inmigrante. O todo a la vez... en lo que constituye un pertinente llamado de atención a lo que estamos viviendo con la ultraderecha. “Podría haber sido yo”, ha declarado el creador en la que supone su cuarta visita al Grec, de Barcelona.

La nueva creación de Larbi tiene el mismo inconveniente que Vlaemsch. No solo en su excesiva duración (también de 1h 45 minutos) sino en una dramaturgia que arroja un torrente de citas, referencias, referentes y datos –no todos claros, no todos conocidos- que al no tener una explicación ni un orden establecido lleva a la confusión y al despiste. Pero aquí pesa menos, mucho menos, porque gana en belleza, en sensibilidad, en danza y puesta en escena. La escenografía nos lleva a Las mil y una noches desde una perspectiva actual con esos módulos que multiplican los vídeos y se presentan como un útil y estético recurso dramatúrgico. La localización de los –extraordinarios- músicos al fondo en una especie de salón de té y los trajes, muy diversos, muy variados y coloridos, muy marroquíes en definitiva… son todos elementos que crean un espectáculo visual sugerente que nos ubica en una geografía, nos recoloca en una cultura concreta y nos conduce ya convencidos hacia ese gran final emotivo, de enorme belleza, que reinventa un ritual funerario.

Lo acertado de la propuesta radica en que presenta lo bueno y lo malo de esta cultura, como ya hacía en la anterior dedicada a los belgas, por lo que no hace proselitismo ni demoniza ni a una ni a otra. Y hace aquí referencia a todo lo imaginable, desde la cultura hasta la política, pasando por la religión, el lenguaje, la belleza de su caligrafía, a la que dedica el primer bloque (maravilloso juego de brazos y manos imitando la escritura), la fe musulmana, el té y el cuscús, la hibridación globalizada actual que no desdeña las artes marciales o el hip hop, y la bondad de sus ciudadanos, pero al no ser una apología, está igual de presente la violencia, la homofobia, el machismo…

Ihsane es un gran espectáculo. No cabe duda. Obra bella en lo formal, es también invitación a la reflexión en un momento muy convulso del mundo, en el que el Magreb, la guerra desatada contra el pueblo palestino y el odio generalizado contra la inmigración, los inmigrantes y los hijos de inmigrantes (como el autor) son objeto de furias institucionales que cobran un inconcebible y, sobre todo, peligroso protagonismo en muchos discursos políticos de la Europa de hoy. Lo que, además, la convierte en una coreografía muy oportuna y necesaria.

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