TALENTO CND
Los bailarines del ente público, que ahora dirige Muriel Romero, probaron anoche suerte como coreógrafos en un programa muy diverso visto en el Círculo de Bellas Artes madrileño. Allí estuvimos y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Fotos_ALBA MURIEL
Madrid, 11 de juio de 2025
Un coreógrafo no necesariamente ha de ser bailarín ni un intérprete obligatoriamente ha de ser coreógrafo, pero la práctica nos dice que de esta combinación, por excelencia, es de donde usualmente emerge un creador. Por citar, Nacho Duato, que dirigió la Compañía Nacional de Danza (CND) durante veinte años, se descubrió coreógrafo gracias a las oportunidades para crear que le dio Jiri Kylián, en el NDT holandés. La compañía estatal, con interrupciones, ha cultivado esta práctica y por fortuna, su nueva directora, Muriel Romero, la ha entendido necesaria y retomado anoche, en el Círculo de Bellas Artes (con función adicional hoy), donde presentó Creadores CND, un programa de nueve coreografías cortas hecho por bailarines de la formación, que han contado con el privilegio de disponer de los experimentados bailarines de la CND.
En general, de los concursos y programas de coreógrafos emergentes se espera gran capacidad de riesgo e innovación. La ausencia de expectativas del público y la libertad de la que goza un artista principiante deberían generar obras rompedoras, desprejuiciadas y atrevidas que, quizá en un contexto estrictamente profesional, encontrarían reticencias y trabas. De las nueve creaciones presentadas por los novicios de la CND anoche, solo una tenía esta impronta de la innovación. El solo El umbral de los cuerpos (foto inferior) bailada y creada por Niccolò Balossini en colaboración con Verónica García Bolós, rompía convencionalismos. Nos sacó de la sala, nos llevó a un espacio del edificio del Círculo de Bellas Artes y nos ofreció una performance de aires místicos desplegada como un tríptico, que depositaba en su ingenioso e inquietante vestuario buena parte de la dramaturgia. La música de percusiones solemnes en directo de Daniel Gómez, el uso inteligente del espacio, que justificaba la salida de la sala, la inclusión olfativa del incienso para reforzar la atmósfera y, desde luego, la interpretación precisa y comprometida de su único intérprete, la hicieron diferente al resto.

Neoclásicos
Unas mejores y otras peores, las ocho restantes respondían a maneras y usos acostumbrados. La herencia neoclásica, con su interés por la composición y el buen hacer, encontró eco en trabajos muy bien interpretados pero débiles o muy convencionales en cuanto a planteamiento, como el caso de la brevísima Essence, de Francesca Sari, que no se concedió tiempo para desarrollar su idea; Boca loca, de José Becerra, que explora los vaivenes de la relación de pareja apegado a la narrativa; el riguroso sexteto femenino en puntas Shakti, de Nora Peinador, preocupado por el buen bailar pero que no termina de profundizar en sus intenciones feministas o el dueto Ondina, de Cristina Casa (en la foto superior), que tampoco acaba de encontrar el camino para hablarnos de la tragedia amorosa de una ninfa del agua. Se nos hace bola, bailada y creada por Alejandro Polo y Gaizka Morales apuntaba mejores maneras aunque no terminaba de desarrollar esa idea sobre la vida urbana y sus ajetreos narrada desde la interacción de los intérpretes con una pelota pilates.
También convencional, muy en la línea de la escuela Kylián, pero inteligente en la composición y elegante en la presentación, el quinteto masculino Antes que llueva, también de José Becerra, destacó por su concepción escénica del todo, su estructura coreográfica y su manera de manejar y conducir al grupo. No ocurrió lo mismo con Adamá, de Shany Peretz y Erz Ilan que, disponiendo de seis intérpretes brillantes, fragmenta la pieza en tres dúos rutinarios, y desestima la posibilidad de explorar lo grupal, que se le da muy bien en el [demasiado] breve y brillante momento en que los junta a todos en escena.
Finalmente, Exposición Nº 1 sobre el escenario, de Emma Cámara y Roberto Lua, un trabajo que parte de una dramaturgia sólida y apela a los rasgos psicológicos propios de la danza teatro, con muy buen tino, creando una atmósfera inquietante. Con una interpretación emocionalmente comprometida que va más allá de la excelencia en el hacer, sus dos autores-intérpretes, desprenden talento creativo y comprensión de los códigos capaces de sostener su planteamiento cercano a cierta advertencia catastrofista de anticipación futurista.





