La hegemonía del coreógrafo
Hace doscientos años nacía Marius Petipa, el marsellés que sentó las bases de la escuela rusa de ballet en sus 40 años de poder absoluto dentro del Ballet Imperial Ruso. El mundo entero celebra este año al autor de El lago de los cisnes
Texto_CARLOS PAOLILLO Foto_ ALLEN BIRNBACH
La proverbial escuela rusa de ballet posee un determinante origen francés. Fue a principios del siglo XIX cuando Charles-Louis Didelot viajó a San Petersburgo y sentó sus bases, que desarrollarían luego Jules Perrot y Arthur Saint-León. Este último, acogió a Marius Petipa (Marsella, 11 de marzo de 1818) como primer bailarín y luego como maestro adjunto de la escuela imperial, quien se convertiría en factor fundamental en la configuración del estilo académico, también alimentado de los preceptos italianos y daneses.
Cerca de cuarenta años duró la hegemonía de Petipa dentro del Teatro Mariinsky, donde ejerció una influencia casi exclusiva en la conformación del ballet ruso en los tiempos finales del poder zarista. En su obra, se encuentran aportes definitivos para el logro de la autonomía en la danza como disciplina artística. Progresivamente fue sustituyendo los principios que inspiraron al ballet romántico, aunque sin olvidar nunca su esencia, para plantear el predominio de una puesta en escena brillante y fastuosa, así como enfatizar en las capacidades técnicas de sus intérpretes, por sobre la acción dramática y el sentido expresivo del movimiento.
Su padre Jean-Antoine Petipa fue un destacado maestro de ballet asentado en Bruselas, de quien recibió su formación inicial. Lucien, su hermano mayor, un reconocido primer bailarín del Ballet de la Ópera de París durante el auge del Romanticismo. Petipa debutó como bailarín en 1831 en Bruselas y fue primera figura en Nantes. Estudió con Augusto Vestris, con quien desarrolló sus habilidades para el logro de una técnica luminosa. Viajó a Estados Unidos y también actuó como intérprete principal en Bordeux.
Los vínculos de Petipa con España fueron singulares. Su estadía en 1845 en el Teatro del Circo de Madrid lo aproximó a la cultura y las tradiciones hispanas, que luego recrearía en su labor coreográfica en Rusia. El conocimiento obtenido se haría presente en buena parte de su más valorada obra creativa. Su debut como primer bailarín en San Petersburgo ocurrió en 1847. El público del Teatro Mariinsky demandaba que el ballet girara alrededor de la figura femenina, clara reminiscencia romántica. En ese tiempo acompañó en la escena a tres de las más representativas y celebradas intérpretesde este estilo: Fanny Essler, Carlota Grissi y Fanny Cerrito. Su primer reconocimiento como coreógrafo vendría en 1862 con el estreno de La hija del faraón, multitudinaria puesta en escena. A partir de allí comenzaría su desempeño como máxima autoridad de danza en el Teatro Imperial y su extenso tránsito creativo, que acusó algunas debilidades iniciales. Don Quijote, estrenado en el Teatro Bolshoi de Moscú, no tuvo la aceptación general en un primer momento, pero a la larga se convertiría en uno de sus títulos icónicos. Un espaldarazo vino con La bayadera, especialmente el acto blanco, el del “Reino de las sombras”, depurada experiencia estética. Pero la cima de Petipa llegó con la colaboración musical establecida con P.I Tchaikovsky, concretada en la triada fundamental del ballet universal a finales del siglo: La bella durmiente del bosque, El cascanueces y El lago de los cisnes -las dos últimas junto a su asistente Lev Ivanov- síntesis de los ideales del academicismo.
La vasta producción de Petipa contiene otras obras significativas dentro del contexto del ballet ruso, aunque no tan universalizadas como las anteriormente citadas: Paquita, Esmeralda, Raymonda, El talismán, La cenicienta, junto a Enrico Cecchetti y Lev Ivanov, y Arlequinada. Igualmente, sus reposiciones de La sílfide, Giselle y Coppelia, permitieron la permanencia de la impronta del romanticismo dentro de un ámbito social y cultural distinto.
La era de Marius Petipa se extinguió en 1903 con su separación, sin honores, de su cargo en el Teatro Mariinsky. Falleció en Gurzuf, Crimea, el 14 de julio de 1910. Sin embargo, su legado fue de algún modo reivindicado por los Ballets Rusos de Diaguilev al versionar El lago de los cisnes y La bella durmiente, justo en los inicios de la modernidad en la danza escénica. Este año, el mundo de la danza se vuelca en celebraciones por el bicentenario de su nacimiento. Rusia, por supuesto, pero también París, Londres o Nueva York. En octubre, la Compañía Nacional de Danza estrena en el Centro Baluarte, de Pamplona, Cascanueces, en versión de su director artístico José Carlos Martínez, que la presentará de inmediato en el Teatro Real de Madrid, en noviembre.
Pie de foto:
CISNE. Imagen promocional de El lago de los cisnes, obra cubre de Petipa, por el Colorado Ballet