ESPÍRITU HIPPIE
Apostando por el ideal bohemio de los sesenta, Alexander Ekman forjó en los cuerpos de la Göteborgs Operans Danskomopani su incisiva creación ‘Hammer’, que estará hasta mañana en El Liceu, de Barcelona. Fuimos a verla y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Fotos_SERGI PANIZO
Barcelona, 04 de julio de 2025
El Liceu le declara su amor a Alexander Ekman. Y nosotros también. Por segundo año consecutivo, el gran teatro de Barcelona programa una pieza de este astro sueco de la coreografía, que carece de agrupación propia. La temporada pasada fue su Sueño de una noche de verano, con el Dortmund Ballet, agrupación que casualmente estuvo bailándola este fin de semana pasado en el Teatro de la Maestranza sevillano. Y ahora Hammer, con los magníficos bailarines de la Göteborgs Operans Danskompani, que dirige en Suecia Katrín Hall, quienes tendrán mañana su última función en el coso barcelonés.
La estructura de ambas es similar, lo que desvela un poco los modos dramatúrgicos del reputado coreógrafo. Ambas se presentan cíclicas repitiendo al final el inicio, aquí para defender la vuelta a una sensibilidad que hemos perdido, y las dos están conformadas por dos actos muy diferentes entre sí pero claramente interconectados. En el primero de Hammer hay un martillo colgante que parece una amenaza perenne que planea sobre el estado de embriagadora felicidad que vive esta treintena de bailarines, una comunidad que no representa, imita ni recrea el mundo de los hippies, sino que los evoca, desde esos trajes fabulosos y cromáticos diseñados por Henrik Vibskov, sí, pero también desde el mood, la actitud, el gesto y la intención. Ekman llegó a Barcelona esta semana para promocionar Hammer contándonos que le encantaría versionar Hair. Ahora entendemos que va en serio con esa idea (y ojalá la lleva a cabo), porque este primer acto ya trae la impronta de la contracultura, el antibelicismo y el poder de la revolución del amor que proclama el musical hippie por excelencia.
Asistimos en Hammer a la cándida cotidianidad de un colectivo entregado al disfrute, el cuidado del otro, la solidaridad, la hermandad y el esfuerzo colectivo. Saltan, juegan y emprenden tareas juntos. Yo te cuido, yo te quiero, no te preocupes por nada, estoy aquí. Paz y amor… viven felices y comparten su dicha entre ellos pero también con el público, cuando por sorpresa rompen la cuarta pared y se lanzan a la platea para bailar sobre las butacas contagiando a la audiencia, en el que es el momento más sorprendente y emotivo de estas dos horas de danza deslumbrante, divertida, pero también reflexiva.
Oscuridad y vanidad
La música de su amigo e inseparable colaborador Mikael Karlsson aparece absolutamente fusionada con el movimiento escénico. Se inicia imperceptible, quizá conceptual, y va avanzando con los bailarines hacia cierta solemnidad y una carga explosiva, que nos empuja hacia un segundo acto sarcástico, siniestro y que nos suena tristemente familiar.
Oscuro, fashion, falso, superficial, vanidoso, envidioso e individualista se ha vuelto el que otrora fuera un grupo cohesionado que exudaba amor. Lo de ahora es puro postureo y famoseo, selfies y cámaras. Todo el elenco aparece disfrazado de pelirroja tonta, lo que parece un eco de aquellas piezas tremendamente críticas y premonitorias del creador canadiense Dave St. Pierre, que expresaba las mismas preocupaciones a inicios de este siglo, con todos sus bailaines desnudos llevando pelucas rubias y también trepando por la platea.
El punto culminante de humor y parodia en Hammer llega con la representación de ese talk show televisivo, que retrata nuestras banales e intrascendentes aspiraciones de hoy. Publicidad, frivolidad, apariencia, celebridad… son los nuevos valores que han sustituido los del amor, la solidaridad y buena vibra de los hippies. Con los ladrillos regados por el escenario, los bailarines intentan levantar muros, pero su intento de construcción termina en destrucción. No cooperan. Todos quieren destacar y trascender de forma individual. Padecen todos el delirante sueño de la fama al instante.
Lo fascinante de Alexander Ekman, como creador, radica en la manera de abordar temas de calado y profundidad, casi siempre referidos a nuestro comportamiento como sociedad, con una gran claridad expositiva, con lucidez, siempre desde un humor inteligente y una danza exigente, que destaca en lo colectivo (es un genio moviendo masas por el escenario). Solventar con ingenio y sentido del espectáculo la dificultad que supone ser fácil y divertido, es lo que le permite conectar con audiencias amplias no balletómanas, que deliran con sus ocurrencias, y a un tiempo complacer y satisfacer a públicos refinados y específicos de la danza. Es probable que desde Maurice Bájart no tuviéramos un coreógrafo con semejante don. Un verdadero hallazgo.
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