DREAM THEATER
El Dortmund Ballet triunfó anoche en el Teatro de la Maetranza sevillano con el ‘El sueño de una noche de verano’, de Alexander Ekman. Fuimos a verlo y salimos deslumbrados…
Texto_OMAR KHAN Fotos_GUILLERMO MENDO
Sevilla, 20 de junio de 2025
Resultará difícil encontrar a alguien que no le guste A Misdsummer’s Night Dream (El sueño de una noche de verano), de Alexander Ekman. No hay muchas coreografías de las que se pueda decir algo semejante pero la larga, entusiasta y desbordada ovación que le brindó anoche en pie la audiencia del Teatro de la Maestranza, en Sevilla, al Dortmund Ballet que nos la trajo, parecía corroborar la aprobación casi unánime que, en general, le brindan las grandes audiencias de todo el mundo al trabajo de Ekman, lo que coloca al artista sueco como uno de los astros más rutilantes de la danza contemporánea actual. Ya lo confirmaba él mismo para nuestra revista hace apenas dos días: “Yo hago espectáculos entretenidos”, nos decía rotundo.
A pesar de que no recurre al terror (aunque hayan unos descabezados de traje y corbata más bien cercanos a Magritte), la coreografía conecta más con el ritual escandinavo de la espeluznante película Midsommar, de Ari Aster, que con la obra homónima de Shakespeare, de la que no hay rastro alguno. Poniéndonos muy ingeniosos, quizá las múltiples parejas de la fiesta veraniega podrían recordarnos el equívoco mágico del bardo. Pero no hay más, aunque muchos la hayan definido como la versión sueca del clásico inglés.
Sueca sí que es. Recrea el Festival del Solsticio de Verano, una festividad importante para el país nórdico, y está llena de referencias y referentes suecos, desde un salmón gigante hasta guiños a Ingmar Bergman. Dividida en dos actos totalmente distintos entre sí, conectados por un durmiente que sueña, la coreografía despliega una primera parte que, en sí misma, es una unidad narrativa que relata, de la mañana a la noche, la verbena campestre de la festividad escandinava que honra al sol y la llegada del verano, en el día más largo del año.
Arranca potente con un festín de heno que baña el escenario, una bacanal desbocada de enorme belleza, que nos muestra lo que Ekman mejor sabe hacer: mover masas de bailarines (aquí 32, todos fantásticos) interactuando con un elemento. En este caso heno suelto pero en su Lago de los cisnes fueron seis mil litros de agua y en su lúdica Play, cientos si no miles de pelotitas verdes que convirtieron en un piscina el escenario de la Ópera de París.
El sueño del durmiente
El efecto visual del heno lanzado por los aires, ese sol que cruza el escenario, la cena fantástica al aire libre que se arma en minutos, momentos grupales de gran impacto o la extraordinaria música en directo de su habitual colaborador Mikael Karlsson, interpretada por músicos de la Filarmónica de Dortmund, convenientemente acompañados por la cantante Anna Von Hauswolff, de maravillosa voz, dan forma a este primer acto más bien narrativo, en el que asistimos al jolgorio de un ritual y la diversión de los jóvenes aldeanos. Es admirable la capacidad del coreógrafo para mantener el escenario en constante y permanente transformación, lo que otorga un aire cinematográfico al todo.
Volvemos al durmiente del inicio en el segundo acto, pero esta vez ya no parece vivir la fiesta del solsticio sino soñarla. Entonces la coreografía cambia de tono y rumbo. Se hace más surreal y abstracta. Los elementos y momentos clave del primer acto reaparecen extemporáneos, fuera del orden y la lógica de la primera parte, llenos de fantasía, inconexos, desordenados, exagerados… Uno de los sin cabeza lo anuncia desde un cartel que pasea por escena, en el que reza: “Dream Theater”, advirtiéndonos de que estamos en los terrenos poco racionales de los sueños.
Es un acto más lírico y ofrece momentos que quedan clavados en la retina. El equipo femenino al completo bailando en puntas mientras los hombres bordean el escenario a cámara lenta o la parafernalia escénica en la que una cama vuela por el aire, una mesa se eleva sola y un salmón cae del cielo, son momentos surrealistas de gran potencia justificados por ser el sueño del durmiente, que al final vuelve la cama y de manera cíclica, como son las fiestas del pueblo, todo vuelve otra vez a iniciarse el próximo año.
Alexander Ekman nos demostró anoche un ingenio fuera de lo común y un enorme sentido del espectáculo. Aunque compleja, El sueño de una noche de verano, se desveló accesible, entendible y divertida. Tiene gran capacidad para conectar con la audiencia, es evidente. Y eso es un gran mérito del que solo unos poquísimos pueden presumir en el actual paisaje dancístico.
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