MARINA OTERO Y EL MUSULMÁN FEMINISTA
Presentó anoche la creadora argentina ‘Ayoub’, su nueva pieza, en el Festival Temporada Alta. Fuimos a verla y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Foto_ANDRÉS MANRIQUE
Girona, 23 de noviembre de 2025
La creadora argentina Marina Otero, ahora residente en España, culminó su trilogía kill-me/fuck-me/love-me solo aparentemente, porque la realidad es que su nueva creación estrenada en el Festival de Otoño madrileño y presentada ayer en la Sala Planeta, de Girona, en el marco del Festival Temporada Alta, sigue en sintonía con sus tres obras anteriores, especialmente porque, a pesar de nuevos componentes como el genocidio en Gaza, la inmigración y el mundo árabe, lo que subyace en el fondo es la misma premisa: su necesidad de tener un hombre al lado que cubra su vacío emocional. Y como es ya costumbre, se habla mucho y se baila poco.
Vuelve a asegurarnos que su proyecto vital y artístico es uno en el que no hay fronteras ni barreras entre su vida y su arte. Pero hay algo tramposo en ello porque, a juzgar por lo visto y sobre todo, oído, la creadora ocupa buena parte de su vida en forzar, torcer y retorcer situaciones vitales que luego le servirán para contarlas en el escenario. Y no las sublimiza ni las pasa por tamiz poético o coreográfico alguno sino que las despliega y presenta como un documental perfectamente calculado y registrado, en una suerte de conferencia, un testimonio con videos y fotos, al que solo le falta el powerpoint. No es de extrañar entonces que, con esta fórmula, diga que esto seguirá ocurriendo así hasta que muera.
Lo dudoso de este proyecto de vida es que no se trata de algo que le ocurra -como a todos- porque la vida es así, sino que ella lo provoca intencionada y premeditadamente para que sea escénico. Ésta vez se llama, como la obra, Ayoub (con el subtítulo El oficio de morir), y es el nombre de un marroquí, un guapísimo vendedor de dulces de Tánger, con el que se casó por amor e interés a través de un pacto (un “intercambio de beneficios” según dice): ella le daba los papeles y acceso a la vida en occidente si él fingía amor y aceptaba ser el sustento de su nueva creación. Previsiblemente, todo salió mal.
Y como Ayoub es marroquí lo conectó para su espectáculo, así sin más, con la guerra en Gaza, con la proclama Palestina Libre y los males de la inmigración, la de allá y la de ellos, porque la suya propia es inmigración top level, la de una argentina solvente que es artista atormentada que ha sido perfectamente asimilada, que se mueve por los circuitos europeos de la danza más chic (aunque nos cuente apocalíptica que le dio plantón a unos alemanes que le censuraron hablar de genocidio palestino en una pieza anterior), y que consigue así que su arte le dé de comer y ya de paso, a ver si le salva del abismo y la autodestrucción que le genera no conseguir un hombre a su medida, que es la base de ésta y todas sus obras.
Lo más destacable de Ayoub es la honestidad, ya al final cuando al fin abandona el marco conferencia, de (re)presentar sin cortapisas el otro lado de la historia. El (estupendo) actor Ibrahim Ibnou Goush encarnando al Ayoub verdadero le recrimina las manipulaciones de las que fue objeto durante este proceso artístico y vital suyo, en el que perdió identidad, sucumbió a sus exigencias y terminó convertido, por su culpa, en un musulmán feminista.





