¿QUIÉN AMURALLA UNA VOZ?
Concluyó ayer el Ciclo Canal Baila con el estreno de 'La memoria que no cesa', último trabajo de DanZarte. Allí estuvimos y esto nos pareció...
Texto_JUDIT GALLART Foto_SIMON SCHMIDT
Madrid, 23 de octubre de 2023
En unos tiempos tan convulsos donde todo avanza a velocidad de infarto, resulta más necesario que nunca el poder anclarnos en la poesía, en esos versos tan sólidos como hermosos donde existe la posibilidad de encontrar descanso. Con esta premisa aterrizó en la Sala Negra de los Teatros del Canal La memoria que no cesa, el último trabajo de DanZarte con el que la compañía encabezada por Natalia Ferrándiz y Bruno Argenta ha querido rendir homenaje al genio de las letras Miguel Hernández.
Con este estreno absoluto se ha puesto cierre final ayer a la XV edición del ciclo Canal Baila. La memoria que no cesa plantea un recorrido por los versos del poeta alicantino en los que la vida y la muerte se unen para perdurar en el tiempo. La que podría ser una calle cualquiera rodeada de bidones metálicos, envuelta por una fachada completamente grafitada, es el espacio escogido para dar vida a una pieza en la que el suntuoso cante de Eva Durán, arropada por una guitarra y un violonchelo siempre presentes en escena a los que por momentos se incorporan las melodías de dos violines, resulta intercalada con diversas voces y murmullos de extraña procedencia que arrojan interrogantes planteados en algún momento por Hernández: ¿Quién amuralla una voz? ¿Quién encierra una sonrisa?
En esta sinuosa atmosfera el toque de castañuelas anuncia la llegada de Ferrándiz que juega sutilmente con su bata de cola, enrollándose en ella, utilizándola para el arrastre del algún que otro bidón y, finalmente, convirtiéndola en su pareja de baile, todo ello antes de entablar un diálogo en movimiento con su verdadero partner: Argenta.
Y es que, aunque se trate de un dúo impetuoso capaz de debatir, confrontarse y emularse mutuamente, todo ello a través de su danza y sin necesidad de espetar una sola palabra, el bailarín suizo será quién conseguiría acaparar la atención de los presentes. Es fresco, es preciso, pero con un estilo desenfadado que hace que el complejo zapateado que ejecuta parezca a simple vista un juego de niños, todo ello antes de lanzarse a una pirueta infinita en la que parece que es el propio aire en el que se envuelve el que se encarga de hacerlo girar una vez, y otra, y otra más.
Pero tras este momento de gloria en solitario, regresa de nuevo junto a la bailaora, esta vez aterrizando en escena con unas deportivas con las que la pareja jugará entremezclando diversos movimientos propios del folclore español alejándose así del flamenco que hasta el momento había sido el lenguaje de la pieza. Conectados hombro con hombro, ondulándose entre sí, buscando cada uno los omoplatos del otro, la pareja arroja un rayo de alegría a una pieza que hasta el momento podría haberse definido por su crudeza.
