Despido fulminante en Wuppertal
A pesar del éxito de su breve gestión, Adolphe Binder ha sido despedida de la dirección artística de la compañía de Pina Bausch
Texto_OMAR KHAN Foto_JOAKIM ROOS
En junio pasado estuvimos en Wuppertal, recóndita ciudad alemana célebre por ser la sede de Tanztheater Wuppertal, la compañía de Pina Bausch. Acompañamos a Adolphe Binder (Rumanía 1969), que fue nombrada intendente y directora artística en mayo de 2017 y despedida de manera fulminante el pasado viernes 13 de julio, en el estreno de Neues Stück 2, del sueco Alan Lucien Oyen, y unas semanas más tarde, fuimos a Ámsterdam, para quedar deslumbrados con la poética belleza de Neus Stück 1 Since She, (https://susyq.es/criticas/605-tanztheater-wuppertal), que les montó el griego de moda Dimtris Papaioannou, y fue el éxito más notable del prestigioso Holland Festival.
Se trataba no solamente de las dos primeras piezas no firmadas por Pina Bausch en los 45 años del potente colectivo alemán sino también del primer intento serio de reconducir a la compañía después de la muerte de Bausch, en 2009. Adolphe Binder, que venía de una brillante labor en el Ballet de Göteborg y en la Komische Oper de Berlín, traía renovación a una agrupación que al perder su faro conductor había ido un poco a la deriva. También era la primera ajena a Pina Bausch en llegar a la dirección de su compañía, que en menos de una década había pasado por tres directores artísticos distintos, todos cercanos a la fallecida coreógrafa: Dominique Mercy, Robert Sturm y Lutz Förster.
La despedida de Binder, que se enteró de la noticia leyéndola en los medios, fue una decisión tomada por el consejo asesor de una compañía que siegue siendo un éxito de crítica y público (visto lo visto, con o sin piezas de Bausch) pero que a nivel interno está sumida en una cruenta lucha de poderes de índole política y económica pero no artística. Muchos de los bailarines históricos han emigrado ante el clima tenso que se vive y los que no, se han jubilado. El gran debate siempre fue si convertirse en una agrupación que exclusivamente se dedicaría a mantener vivo el extenso repertorio de Bausch o si se abriría a otros derroteros convocando a coreógrafos a montar nuevos trabajos. La contratación de Binder tenía que ver con que se habían decantado por lo segundo. Ahora habrá que esperar a ver qué pasa. En principio, un comité asesor encabezado por el británico Alistair Spalding, director de Sadler’s Well, la casa de danza más importante de Londres, sustituirá la ausencia de director artístico.
El otro factor relevante en todo este clima de tensión es la Fundación Pina Bausch, organismo surgido tras la muerte de la coreógrafa, que dirige el heredero de todo su legado, su hijo único Solomon, que ha ido tomando erráticas decisiones mercantilistas vendiendo las obras de Bausch a otras compañías (ya son numerosas las tienen obras suyas), algo que la coreógrafa, muy celosa de su trabajo, nunca permitió. Solamente el Ballet de la Ópera de París tenía en su repertorio trabajos suyos. Así que del todo sorprendente resultó que la Fundación vendiera los derechos de Café Muller al Ballet de Flandes, que dirige Sidi Larbi Cherkaoui. Se trata de la pieza más personal e íntima de todo su repertorio y la única en la que la mismísima Bausch permaneció bailando prácticamente hasta su muerte.
No deja de ser una pena. Adolphe Binder, que asegura que durante su gestión le bloquearon sus decisiones, la difamaron y le ocultaron deliberadamente información, parecía una solución verdadera para la encrucijada en la que sigue la compañía. Tenía ideas, tenía ímpetu y ofrecía una solución inteligente y sensible para una compañía que no hacía más que dar tumbos. Ellos se lo pierden. Con el talento y la reputación que tiene, Binder pronto estará embarcada en otro proyecto apasionante. Ellos, no se sabe.