MELANCÓLICA BELLEZA
Yoann Bourgeois y Patrick Watson unieron sus talentos anoche en el cénit de la Bienal de la Danza de Venecia y en recompensa obtuvieron una ovación. Allí estuvimos…
Texto_OMAR KHAN
Venecia, 01 de agosto de 2025
El espectáculo simplemente se llama Yoann Bouregeois & Patrick Watson, y arrancó una cálida ovación anoche en la Sala Marghera, ya en el cénit de la Bienal de la Danza de Venecia, que concluye su nueva edición mañana en esta ciudad italiana. El título, lejos de ser un arrebato ególatra, es la mejor ilustración de lo que realmente es la propuesta: la colisión armoniosa de dos artistas, la aproximación de dos universos que se desvelan complementarios.
Nunca el cantautor canadiense tendrá oportunidad de ofrecer un concierto con una puesta en escena más espectacular e ingeniosa, diseñada a la carta para hacer visual su música, y no será fácil que el conocido y reconocido creador francés Yoann Bourgeois consiga de nuevo que un célebre cantante le componga hasta nueve canciones en exclusiva y se las cante en directo, con esa voz suave y aniñada, que condujo con inusual parsimonia esa danza siempre acrobática y circense, que parecía anoche apaciguada por el efecto de las canciones.
La música aportó serenidad y melancólica belleza al universo de Bourgeois. De la unión emana una fuerza poética irresistible. Ninguno de los dos artistas ha tenido que hacer concesiones ni ceder nada. Allí están intactas las constantes de la obra de Bourgeois, con esos cuerpos haciendo equilibrio sobre estas máquinas de su invención, diseñadas exclusivamente para perderlo. Solo que, esta vez, hace arquitectura con sus artilugios, ensamblándolos en un edificio piramidal lleno de trampas y sorpresas, en el que hay un palco de honor en lo alto, donde un tranquilo y concentrado Patrick Watson orquesta la banda sonora de este deslumbrante espectáculo que es, a un tiempo, trepidante y plácido.
Complejo edificio
Toboganes, cintas de correr, pasadizos, plataformas giratorias, ¡un estanque!, camas elásticas camufladas, artilugios móviles, unas sillas y mesas que se desmayan desarticulándose de manera autónoma y, por supuesto, escaleras. Muchas escaleras, que son ya seña de identidad de la casa. Está toda esa maquinaria que mueve, doblega, condiciona y hace que los cuerpos de los cinco intérpretes, incluido Bourgeois, desafíen constantemente la gravidez. Watson canta y a su alrededor la maquinaria se pone en marcha.
Llena de caídas y desvanecimientos, la coreografía, en combinación con la música acompasada, desprende cierta tristeza y parece hablarnos muchas veces de caídas y recaídas emocionales. Aquí reforzado, éste es uno de los aspectos que han distanciado siempre a Bourgeois del circo. Ser dueño de una poética le expulsa de la casilla.
Los dos artistas nos han otorgado así una velada de esas inolvidables, en las que la fuerza poética se convierte en motor y fin último de las acciones (y canciones). “El futuro debe ser poético. Creo firmemente en el poder del arte para reformar el imaginario”, le vaticinaba el coreógrafo a un periodista francés, al momento del estreno el año pasado.