ARRIBEDERTXI MIRENTXU
Reapareció ayer Jone San Martín en dFeria, dirigiendo ‘OTS’ como coreógrafa invitada de la compañía de Aiert Beobide, que rinde homenaje a su padre y al sello discográfico que creó en los sesenta. Fuimos a verlo y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Fotos_IKER GOZATEGI
San Sebastián, 21 de marzo de 2025
Sorprende la cantidad de referencias y referentes de la más distinta índole (musicales, dancísticos, folclóricos, tradicionales, vanguardistas, políticos…) que se han mezclado y cruzado inteligentemente para hacer posible OTS, coreografía retro-nostálgica que la veterana bailarina y creadora donostiarra Jone San Martín -la misma que fuera musa y arcilla de William Forsythe en sus años más revolucionarios -, ha creado para Haatik Dantza, la compañía de danzas tradicionales vascas que dirige el dantzari Aiert Beobide, que ha clausurado esta mañana, en Gazteszena, el copioso e innovador capítulo de danza de la XXXI edición de dFeria, el gran encuentro escénico de San Sebastián.
Nunca legalizado y víctima de la censura franquista, Herri Gogoa, a pesar de vivir de tapadillo, fue el primer sello discográfico de Euskal Herría que, entre 1967 y durante más de quince años, editó unos 200 discos, la mayoría de ellos en Cataluña donde había más libertad. Cualquiera pensaría que eran discos subversivos por aquello de la censura, pero es que así era la dictadura y nada más alejado de la realidad de esta discográfica que reflejaba y retrataba aquel momento de la cultura e identidad vasca con alguna canción autoral de protesta, sí, pero principalmente música poética, popular, infantil, rural, pastoral, romántica, rockera o psicodélica, un crisol de melodías que daban cuenta de una cultura debatiéndose entre la tradición y la modernidad.
El precursor de este prodigio fue Iñaki Beobide, padre de Aiert, fallecido el año pasado. Él fue el primer impulso para este proyecto coreográfico que, acertadamente, encargó a Jone San Martín, que sin venir del mundo de las danzas populares de su tierra, traía el aval de haber experimentado y protagonizado el choque frontal entre el ballet académico edulcorado y la vanguardia rupturista impulsada desde dentro por Forsythe, con el Ballet de Frankfurt en los años ochenta.
El resultado, coherente y emotivo, bebe de todas estas referencias. Las canciones tienden un emotivo manto sonoro que va desde canciones pop en euskera hasta la muy culta Arribedertxi Mirentxu, de la ópera vasca Mirentxu, del compositor Jesús Guridi. Un escenario rojo poblado de altavoces de megafonía, de esos que sirven para potenciar la música y la voz pero también arengar la rabia y la reivindicación en las manifestaciones, aportan su ambigüedad a una pieza del todo entrañable, hecha desde y para el corazón, cuya danza del todo virtuosa es un cruce insólito entre Forsythe y aurresku, bailado por seis dúctiles intérpretes, incluido Aiert Bebovide, que homenajea a su padre desde donde se le da mejor hacerlo: el escenario.
Imposibles juntos
Contado en palabras parece difícil que este cúmulo de imposibles, así empaquetados juntos, funcione en escena, pero hay inteligencia desde la composición a la hora de crear esta especie de folclor posmoderno, y hay también mucha emotividad y sensibilidad en la ejecución. Cuidados aparecen los detalles, perfeccionista el movimiento, comprometidos los bailarines. Las canciones y las danzas se entremezclan en armonía, y cada bailarín tiene su solo, su momento de gloria, casi siempre muy bien aprovechado.
La pieza, estrenada en febrero pasado, ya tiene estructurada una gira larga por todo Euskal Herría, donde será recibida, no cabe duda, desde la nostalgia y los recuerdos de estos otros tiempos evocados por estas músicas y con la familiaridad con un lenguaje y unos códigos que vienen de sus danzas tradicionales. Pero lo interesante, y así parecían creerlo los numerosos programadores extranjeros presentes en dFeria, es que por razones diferentes, tal vez por su gesto neofolk, hoy tan de moda, por sus referencias a aquella revolución del academicismo impulsada por Forsythe, por la simple nostalgia del pasado o por la conexión de su autora con el universo de las vanguardias podría traspasar fronteras e impactar positivamente y ser aceptada y apreciada en circuitos internacionales de la danza contemporánea. En esta ambivalencia radica su principal logro.
Jone San Martín, a la que habíamos perdido un poco la pista, ha reaparecido espléndida en esta nueva y ya finalizada edición de dFeria. Hace apenas dos días en el Teatro Victoria Eugenia, la vimos reinventada y acertada en su faceta de intérprete dentro del minimalismo riguroso de Mellowing, de Christos Papadopoulos para el Ensamble On, de Barlín, compañía que solo trabaja con bailarines mayores de 40 años, y de repente ayer se nos presentó en plena forma creativa como coreógrafa. Imaginativa, sensible, exigente, versátil…