DOMINGO DE SOLILOQUIOS
Variada y animada, la segunda jornada del XX Festival Cádiz en Danza reunió ayer a personalidades y creaciones de muy diversa (y entretenida) índole. Te lo contamos…
Texto_OMAR KHAN Fotos_LOURDES DE VICENTE
Cádiz, 27 de junio de 2022
Es Soliloquios una obra camaleón. Conservando su estructura, cambia y se adapta a cada ambiente en la que es bailada, siempre igual pero diferente, por tres personalidades artísticas en las antípodas: el vasco Jon Maya, el catalán Cesc Gelabert y el andaluz Andrés Marín, quienes intentan, cada uno desde lo suyo, aproximarse al complejo aurresku, baile tradicional vasco. Anoche fue arropada por el edificio del Espacio de Cultura Contemporánea (ECCO), en la culminación de la segunda jornada del Festival Cádiz en Danza, celebrando esta semana sus veinte años de permanencia. Y volvió a lucir distinta.
En salas diferentes del espacio expositivo, cada artista ofrece un solo, personal pero conectado con el resto, para finalmente bajar al patio central del edificio donde los tres encaran un duelo de aurreskus personalizados, que es pura emoción. Pareciera que cada museo en la que se baila esta obra, condiciona la danza, la sensibilidad de cada bailarín y hasta la percepción del que lo mira. Anoche, el segmento de flamenco feroz de Andrés Marín parecía custodiado y guiado por los cuadros pop, de Costus, que agregaban el descaro de la movida madrileña a la coreografía. Pero así es y así se concibió Soliloquios, que nació en mayo de 2019 como una iniciativa del Museo Universidad de Navarra, que desde entonces ha ido visitando numerosos y muy distintos espacios expositivos del país, cambiando y triunfando allí donde llega.
El otro gran momento de la jornada de ayer en el Cádiz en Danza lo protagonizó el malagueño Alberto Cortés, estrenando aquí su delirante unipersonal El ardor, en la Sala Central Lechera. Artista insólito, inclasificable y fascinante, Cortés volvió a desdoblarse para explicarnos, con esa voz seductora, insistente, obstinada e inquietante que tiene, lo que es, cómo se siente y se identifica el ardor, palabra polisémica, de la que él tiene su propia (y atrevida) acepción.
Playa y jardín
La calle también fue escenario. El espacio de cara al mar Entre Catedrales, repleto por la mañana, tuvo dos momentos singulares. Por un lado, la joven compañía gallega Elahood, con Intempestiva, un dueto de gran belleza formal que tuvo el inconveniente que siempre tiene la palabra hablada en los espacios públicos, que se pierde y diluye, y la muy enérgica y cañera Alive (en la foto sobre estas líneas), de la compañía vasca Lasala, en la que su directora Judith Argomániz, despliega un discurso sobre los derechos de la mujer en los cuerpos de sus dos potentes bailarinas, que terminaron bailando acompañadas por el público en un momento frenético, distendido y divertido.
Finalmente, una verdadera delicadeza: el dueto Manbusha (en la foto que abre esta información), de la compañía italiana Ivona, con dirección de Pablo Girolami, que supo apropiarse y hacer suyo el arbolado jardín del Paseo Carlos III, que parecía el espacio natural y perfecto para esta pieza idílica, en la que dos intérpretes compenetrados bailaban una especie de ritual de aires primitivos muy cuidado en los aspectos formales, que fue recompensado por una ovación del (numeroso) público asistente.
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