MITOLOGÍA ENTOMOLÓGICA
Quisimos saber de dónde viene esa fascinación por los bichos presente en las obras de Elías Aguirre, que mañana estrena Empusa Poem en Teatros del Canal. Y esto es lo que nos ha contado…
Texto_OMAR KHAN Fotos_ELÍAS AGUIRRE
Madrid, 9 de octubre de 2020
“No hay nada más fascinante para mí que ir a una charca, sentir la vida de un ecosistema”, confiesa con sinceridad Elías Aguirre, coreógrafo y bailarín madrileño con un pie en el monte, que desde hace ya algunos años viene creando sus propias charcas escénicas, obras de carácter personalísimo en las que converge todo aquello que le apasiona. “La danza vino de último. Primero fue la pasión por los insectos, luego vino Bellas Artes, después mi interés por los deportes: el atletismo, el tenis de mesa, las artes marciales… pero aunque echo de menos dibujar, ha sido la danza la que me ha permitido crear mi propio imaginario a partir de todas estas cosas que me gustan”.
Por eso los que vengan mañana y pasado al estreno de Empusa Poem (Sala Negra de Teatros del Canal, de Madrid, dentro del Ciclo Canal Baila) entrarán en un mundo sensorial único, en el que podrán ver un peculiar match de tenis de mesa entre él y la deportista de élite Ainoha Cristóbal, seleccionada en una audición, y cuatro bailarines (él, Víctor Fernández, Paula Montoya y Mario González) transformados en insectos extraños e irreconocibles, que bajo la hipnótica música de Ed is Dead se mueven libre y armónicamente por el escenario como bichos en su propia charca. “Allí está la esencia de mi trabajo. No tienes que buscar nada, todo viene a ti. Si tienes paciencia y te sientas a observar la naturaleza, puedes ver cosas que ni te imaginas, es como ver una película. Yo he visto un ciempiés atrapando a un grillo, es increíble. Y para mí, el cuerpo es como esa charca, un ecosistema único”.
Quizá le venga de tanto ver, admirar y emular insectos, pero Elías Aguirre es nervioso, gesticula rápido, y mientras te cuenta algo te lo ilustra simultáneamente con el cuerpo, y no duda en tirarse al suelo si la idea expresada lo requiere. Viene de lejos, está en su naturaleza. Nació en Torrevieja pero ha vivido en Madrid toda la vida y nada más fascinante para él que los veranos en su tierra. Cogía una vieja bici y se tiraba al monte. A mirar serpientes, escorpiones, orugas. También vida marina. Descubrir ciudades insólitas bajo el mar. “Hay una amiga de mi madre que nos cuidaba a mi hermana y a mí, cuando yo tenía dos años. Hoy me sigue en redes sociales y me comentaba el otro día que se sorprendía de que siguiera con esto porque decía que de muy niño me pasaba el día mirando bichos, hormigas y gusanos”.
Tenis y bichos
De esta empatía con los micromundos ha hecho dramaturgia como coreógrafo. Sus obras, distintas unas de otras, tienen la misma raíz, vienen de un imaginario propio surgido de esta capacidad de observación. 87 grillos, Entomo, Shy Blue, Pez esfinge, Insecto primitivo, creada el año pasado, y ahora Empusa Poem, que es un peldaño arriba su peculiar investigación, son algunos de sus trabajos que dan cuenta de esta fascinación. Pero no son obras que imitan a insectos o peces en particular, sino que como a él le gusta creer, son creaciones que inventan un imaginario de mitología entomológica. “A los insectos, en general, los vemos como algo exótico. Es la misma mirada que tenemos hacia una cultura extraña, como nuestra aproximación a los asiáticos. Los insectos tienen su propia cultura y está muy alejada de la nuestra”.
Los que no vemos el mundo desde este prisma, probablemente seamos incapaces de relacionar el mundo deportivo con el microcosmos de los bichos, pero para Elías Aguirre, que ha tenido esa pasión por ambos universos, resulta obvio. “En el tenis de mesa está ese movimiento pendular incesante del acecho, que hace que el otro no sepa cuándo va a ser el momento del ataque. Te hace impredecible y eso ocurre también con los insectos, es lo mismo”, recalca.
Nadie diría que de una charca y una afición deportiva podría salir una coreografía. Pero eso tiene la danza contemporánea, que ofrece posibilidades infinitas de inspiración y combinación. Da libertad creativa. “No me considero muy bailarín, entré a bailar tarde, con 22 años, pero traigo esta mochila de cosas que me sirven y tener herramientas que vienen de otros lugares es algo muy útil para la danza. Yo no monto desde la técnica ni desde los pasos, yo monto desde el imaginario y las sensaciones. Pensar en pasos supone una limitación para mi trabajo como coreógrafo”, concluye.