AMOR Y MEMORIA
Triunfo absoluto del Ballet Nacional de España en su homenaje a José Granero con una insuperable Yerbabuena como Medea, que logró conquistar la noche del jueves al público del Teatro Real...
Texto JUDIT GALLART
Madrid, 19 de octubre de 2025
El Ballet Nacional de España (BNE), bajo la dirección de Rubén Olmo, presentó antenoche en el madrileño Teatro Real (con funciones hasta hoy) un programa compuesto por cinco obras que mucho más que una sucesión de piezas maestras, terminó siendo un acto de amor y memoria. Un homenaje sentido, vibrante y luminoso al genio coreográfico de José Granero, ese creador que supo fundir la danza española con una teatralidad moderna, de raíz profunda y emoción desgarrada.
El público, consciente de estar presenciando algo irrepetible, se rindió a una ovación final llenando el teatro de vítores y aplausos con más de la mitad de los espectadores levantándose de sus butacas en un estallido de gratitud y admiración.
Desde los primeros compases de Leyenda se impuso la atmósfera ceremonial que define la estética de Granero: pureza y pasión, contención y desgarro. Los bailarines masculinos, como si de las sombras de un único cuerpo se tratase, sorprendieron con una precisión y sincronía digna de mención, convirtiéndose en un organismo tensionado por una misma emoción. Envolviendo la atmósfera de esta imponente apertura, las campanadas llegaron para anunciar el fin de aquello que nunca pudo ser, la despedida de un amor que se consuma en el aire.
Los solos Segunda piel de Miguel Ángel Corbacho y Arriero de Eduardo Martínez actuaron como transiciones íntimas, como respiraciones dentro del gran fresco graneriano preparando el terreno para Cuentos del Guadalquivir, pieza que marcaría el regreso del Granero más narrativo. Un dúo alegre y delicado, lleno de pasión contenida, que transcurría con los pies liberados en un palacete envuelto por tonalidades ocres y doradas para dar paso al fuego y la potencia de ese prodigio de energía colectiva que es Bolero. Con una escena poblada de espejos en un clima tan envolvente como hipnótico, cambrés femeninos de un talante imposible dialogaron con eternas piruetas masculinas para desarrollar todo un juego de reflejos y deseos. La iluminación, que comenzó tenue y dorada, se fue tornando cada vez más roja conforme la música de Ravel crecía en intensidad dando como resultado un momento de entrega absoluta en el que la compañía mostró una precisión coral y una fuerza expresiva difícil de igualar.
La hora de la tragedia
Pero nada podía preparar al espectador para la conmoción final de Medea. Aquí, José Granero alcanzó su cima creativa, y el Ballet Nacional —con una soberbia Eva Yerbabuena en el papel principal— le rindió un tributo que rozó lo sublime. Desde las primeras imágenes, con dos enmascarados espíritus que, con su cascabeleo, anuncian la tragedia que está por llegar, se percibía que lo que ocurriría a continuación sería algo sagrado. Un jolgorio impulsado por la alegría de una nueva unión contrastaba estremecedoramente con una oscura figura opacada por su propio sufrimiento. Y es que lo que Yerbabuena hizo sobre el escenario resultó cuanto menos sobrecogedor. Su Medea no es solo una mujer despechada, sino una diosa derrotada, una criatura en guerra consigo misma. Frente a Jason (Francisco Velasco), su antagonista y reflejo, emergía una danza de tensión y rabia que por momentos dejaba entrever el profundo cariño que algún día pudo haber. Con un colapso emocional en el que la venganza se impone sobre la razón, Eva Yerbabuena, con su expresividad volcánica y su precisión técnica, reafirmó su estatus como artista de primer nivel, capaz de trascender la coreografía para habitarla y convertirla en experiencia.
Este programa no solo recordó a José Granero: lo revivió. Cada una de las piezas parecía decir que su legado sigue latiendo en el cuerpo de cada bailarín, en cada acorde de guitarra, en cada silencio que precede al movimiento. Lo que ocurrió esta noche en el Teatro Real fue un acto de continuidad cultural y artística: la confirmación de que el lenguaje de Granero, ese idioma de la pasión, el rito y la elegancia, sigue siendo el corazón mismo de la danza española.Y el Ballet Nacional de España, una compañía que en cada representación supera con creces las expectativas, se entregó impecablemente honrando al creador como solo se puede honrar a los grandes: bailando con verdad.