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LA CUCARACHA, EL CISNE Y LA ZORRA

A manera de fábula cruel, Julio Ruiz hizo exorcismo familiar en el estreno anoche de ‘La familia’ en Condeduque. Fuimos a verlo y salimos impresionados, conmovidos…

 

Texto_OMAR KHAN Foto_JUAN CARLOS TOLEDO

Madrid, 04 de junio de 2025

Y ahí, sobre el escenario desnudo de Condeduque estaba él anoche. Demostrándonos, demostrándose y sobre todo, demostrándole a las mujeres de su infancia, hasta dónde ha llegado el sobrino de La Cucaracha, el hijo del Cisne y el nieto de La Zorra. Nacido en lo que él llama una familia de animales, Julio Ruiz (Almería 1993) le adjudicó uno a su tía, otro a su madre y un tercero a su abuela. Fragmentó su espectáculo en tres episodios, uno para cada una, más un epílogo brevísimo y sin danza -contundente, sorprendente y emocionante hasta las lágrimas-, en el que finalmente se desvela, con una sonrisa cándida, como el yo, el protagonista y autor sangrante de esta fábula sangrienta, bella, cruel y catártica que es La familia. Un cuento de Julio Ruiz, espectáculo que casi sin lugar a equívocos, ya vaticinamos que será un éxito sin precedentes, y que vio anoche la luz bajo el manto de la I Bienal de Flamenco de Madrid, donde escuchó ovaciones estruendosas que no serán las últimas.

No encarna, remeda ni caricaturiza a estas tres mujeres. Ni siquiera las narra. Las hace danza y desde ahí, solo desde el movimiento, nos las cuenta, nos las dibuja, nos las presenta y representa… Hay furia y amor, hay dolor, incomprensión y extrañamiento, hay odio, impotencia y sufrimiento pero también compasión en la manera de revelar ante nuestros ojos estos nítidos retratos que son de su familia, sí, pero también los de una España que sigue siendo profunda y sangrante en su apariencia de modernidad.

Asombra, y mucho, el amplio abanico de registros corporales y emocionales de este bailaor insólito, toda una revelación, que en la primera parte de su tríptico se nos presenta como bailarín de alta tensión, dibujando a una mujer de alta tensión, que es encarnación de la maldad, para pasar luego a la ligereza, desde una estilización flamenca cercana al lirismo del ballet, que es sin duda, representación de la fragilidad, para culminar con un zapateao enfurecido y hostil, en lo que viene a ser la viva imagen de la autoridad.

I La maldad

Bailaora de negros faralaes. Oscura y siniestra es la tía. De manos crispadas con dedos que parecen patas de tarántulas al acecho. Seseos de serpiente. Bajo ese vestido de luto, que es todo tenebrismo, se adivina la tensión de músculos rígidos como acero. Movimientos bruscos pero precisos. Pura maldad. Así ve a su tía. La baila en un silencio inquietante, roto abruptamente por los sonidos guturales que profesa. Hay rabia y resentimiento, amargura y ausencia de compasión en este ser equivalente a malvada en clave flamenca de cuento Disney.

II La fragilidad

De allí, de esa negritud, pasamos entonces a la belleza infinita y la distensión, a la luminosidad. Nos dibuja aquí a una madre que protege, que cuida, que sufre. Delicada y frágil, ciertamente como un cisne. Una holgado vestido blanco remite a toda esta pureza inocente. Los movimientos son ahora gráciles, cualquier rastro de tensión ha desaparecido del cuerpo del bailaor y ha surgido la música desde la guitarra imponente de David de Ana, vestido graciosamente de rosa como un mariquita por Ernesto Artillo, asistente de dirección y autor de todos esos trajes tan expresivos, tan narrativos, tan dramatúrgicos. La música de aires flamencos de la guitarra deviene en el Tchaikovski de El lago de los cisnes. Acurrucado a los pies del guitarrista, en una imagen de auténtica ternura, concluye este segundo acto, preámbulo a la fiereza.

III La autoridad

Bernarda Alba parece haberse refugiado en Almería y se ha sentado a la mesa para presidir la cena en la casa de los Ruiz. Vestir a la abuela con un largo e imponente abrigo de piel, de esos que hoy espantan a los animalistas pero que en su momento significaban estatus y poder, es solamente uno de los grandes aciertos de este episodio, el de la rabia y la violencia, el de la autoridad impuesta a base de gritos que aquí son zapateos. Si en La Cucaracha predominaba la maldad, aquí brota el látigo de mando que castiga y exige obediencia. Para Julio Ruiz, ella es un régimen del terror. El cante severo y profundo de Pepe de Pura, vestido en brillante plateado, pone banda sonora a la abuela amedrentadora.

Epílogo. El niño

En una aparición fugaz, bajo el epígrafe “Esta familia cuando se reúne, sangra”, vemos entonces al fin, al que nos ha contado todo esto desde su propio cuerpo y desde unos textos que son un prodigio literario, escritos por él mismo. Julio Ruiz, ahora vestido de verde alegre, sonriente e inocente pero significativamente todo salpicado de sangre, se despide de nosotros.

¡Bravo!

 

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