MÍRATE AL ESPEJO
Iratxe Ansa e Igor Bacovich presentaron anoche en el Teatro Museo Universidad de Navarra (MUN) su nueva creación ‘Prisma’. Allí estuvimos y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Fotos_DANILO MORONI & JUAN CARLOS TOLEDO
Huyendo de lo fácil, obvio y predecible, Iratxe Ansa e Igor Bacovich, directores de Metamorphosis Dance, pre-estrenaron anoche en el Teatro Museo Universidad de Navarra (MUN), de Pamplona, su nueva creación Prisma, una producción del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que tendrá premier mañana en el Teatro Principal Antzokia, de Vitoria-Gasteiz, y función adicional el día 22 de octubre en el Teatro Buero Vallejo, de Alcorcón, en Madrid, donde la compañía es residente.
Tema difícil para la vida y la convivencia en nuestro país, lo es también para la danza, aunque caminos para abordarlo haya muchos. El más ancho y directo, la violencia de ETA, pero el más vivo y aún vigente, el del dolor y confusión de sus víctimas, especialmente aquellas que no han sabido cómo seguir. Sobre ellos, por y para ellos, es Prisma, coreografía de gran belleza y luminosidad sobre un asunto tenebroso.
Podría ser reproche y decepción que en ningún momento del espectáculo se aluda de una manera directa y concreta al conflicto vasco pero esta opción del tándem Ansa & Bacovich (ella, de Rentería; él italiano) parece querer universalizar la tragedia, convalidarla en País Vasco, sí, pero también en otros lugares donde la han sufrido, como queriendo decirnos que, después de todo, la violencia y el dolor que ésta reparte son iguales y funcionan de la misma manera en todas partes. “No hemos querido poner ni país ni bandera”, declaraba Ansa ayer al Diario de Navarra.
Juego de espejos
A un asunto delicado, delicadeza. En los cinco años que lleva activa Metamorphosis Dance nunca hubo una pieza que abordara un asunto social tan concreto y de semejante envergadura. Sus obras se han movido siempre en un terreno de danza en términos exclusivos, con coreografías ocupadas y preocupadas por la fisicalidad de los cuerpos y la estética de la puesta, lo que quizá explica su excesiva precaución y cautela a la hora de abordar este tema, a todas luces comprometido.
Claro que hay tensión y emergencia, hay violencia y rabia, velocidad y calculado descontrol. En la siempre certera iluminación de Nicolás Fitschel, todo se mueve bajo tonos tenues y blancos luminosos hasta que el rojo, señal inequívoca de violencia y sangre, mancha todo el escenario en una secuencia completa. Pero la danza, ejecutada con precisión relojera por sus seis bailarines, aparece abstracta, despojada de toda gestualidad dramática e intenciones narrativas.
Ansa y Bacovich delegan así responsabilidades expresivas a la luz y la destacable música de Marc Álvarez, hecha de sonoridades electrónicas, que cada tanto son abruptamente interrumpidas por una lejana e inconclusa melodía triste y apesadumbrada. Pero sobre todo juega papel fundamental y determinante el sorprendente, ingenioso e inquieto dispositivo escenográfico diseñado por el mismo Bacovich, un juego de espejos repleto de sugerencias que mantiene el escenario en permanente transformación, que duplica y multiplica a los bailarines, que los reta a mirarse de frente y que, en su revelador y contundente final, nos enfrenta a nuestra propia imagen pasiva mirando el espectáculo.
