HUELLAS BORRADAS
El coreógrafo belga Alexander Vantournhout ha estrenado en Teatros del Canal, de Madrid, Contre-jour. Allí estuvimos y esto nos pareció…
Texto_MARÍA JOSÉ RUIZ Foto_PABLO LORENTE
Madrid, 01 de mayo de 2022
Nuestro paso por el mundo a veces es casi imperceptible. Solo sobre algunas superficies queda huella del camino que emprendemos, como la arena que, simbólicamente, cubre el escenario de Contre-jour, la pieza que la semana pasada supuso el debut del creador belga Alexander Vantournhout, en Teatros del Canal de Madrid. Se trata de una propuesta simbólica puesto que encuentra su origen en la problemática asociada al control de la inmigración que se produce desde México hacia EEUU a través del desierto en el eje fronterizo. Este aspecto narrativo transforma por completo la estética de la pieza que, poniendo de manifiesto la formación circense y dancística de su creador, va más allá del virtuosismo técnico.
Las huellas que dejan las intérpretes al inicio de la pieza son huellas perfectamente calculadas, consecuencia de movimientos que parecen contarnos que, sobre sus cuerpos, la gravedad no ejerce fuerza. Y es así como se presenta el grupo de las cinco bailarinas, unido, en estructuras que parecían no tener fin. De repente, generada por la unión de sus cuerpos, nos encontramos ante una imagen infinita y cíclica donde cada una desaparece para aparecer de nuevo. Podría recordarnos al ciclo constante del sol que percibimos desde la Tierra (amanece cuando aparece una intérprete y atardece cuando desaparece otra). A su vez, la imagen transmite la dureza del viaje en el que infinidad de personas ansían un alejado final. El esfuerzo compartido encuentra y provoca infinitas posibilidades, infinitos caminos. Caminos que dejan en todo momento huellas sobre el espacio escénico, mostrando la vulnerabilidad de las mismas: el caminar queda evidenciado y alguien puede seguirlo hasta incluso alcanzarlo. Es este fenómeno del que parte la pieza aunque no se explicite: la táctica utilizada por la oficina de Inmigración norteamericana para detectar el flujo migratorio.
A medida que avanza la obra, los recorridos de las intérpretes se tornan veloces y caóticos. Simulando el campo visual de un helicóptero, se proyecta acertadamente sobre el ciclorama aquello que sucede en escena tomado desde un ángulo cenital. La escenografía, por tanto, se encuentra en perpetuo cambio durante la obra y es el sonido de los movimientos de la arena suficiente, pues estos generan la danza y esta, a su vez, los define. Sin embargo, el silencio también tiene cabida, las miradas cómplices entre las intérpretes lo sostienen cuando inunda la sala subrayando la aridez y dificultad del viaje. Nos prepara, así, para el canto al unísono de canciones en lengua española que el grupo iniciará durante su caminar y reposo, otorgando a la pieza el carácter ritual y humano.
