SOL PICÓ ESTÁ COLGADA
La pionera de la danza catalana presentó anoche en la Fira de Manresa su nueva creación ‘La Cordero y su Ejército’. Fuimos a verla y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Fotos_SOLEDAD VILLALBA
Manresa, 10 de octubre de 2025
Las esencias y mimbres con los que la valenciana Sol Picó ha edificado en Barcelona su larga trayectoria, que sobrepasa ya las tres décadas de permanencia escénica, siguen intactas. Al menos así quedó demostrado anoche en el patio del Museo del Barroco donde, en el marco de la XXVIII Fira Maditerránia de Manresa, presentó su nueva creación La Cordero y su Ejército, con la que cierra su ciclo de apocalipsis personal, una trilogía llamada Ruido, vanidad y alcohol. Ya había estado en la fira hace unos años con su pieza más folclórica y valenciana: Animal de sequia.
Acompañada por cuatro jóvenes y portentosas bailarinas, Sol Picó, que ya tiene una edad, asume con temeridad, sin pudor ni vergüenza, el riesgo del duelo escénico en esta coreografía épica y bélica, roja y blanca, de caricaturescas connotaciones medievales y caballerescas (aunque no hayan caballeros), en la que durante todo el primer tramo ella permanece colgada, jugando a un tiempo a la danza aérea y a su ya mítica fusión de puntas de ballet con flamenco, una mezcla imposible de la que ella ha hecho un mantra coreográfico, que nadie se ha atrevido a imitar.
Dividida en tres episodios (Agnus Dea, Coronatio y Jubilatio), La Cordero…, no exenta de humor, autocrítica y parodia, pasa por ser una reflexión sobre sí misma, sobre la madurez y el cuerpo aporreado por la danza de una bailarina que ha sido –y sigue siendo- muy bestia, que mira hacia la juventud lejana y ya irrecuperable, aquí representada en cuatro lozanas bailarinas que son a un tiempo enemigas, contrincantes y cómplices, y también esa necesidad de estar en el escenario haciendo lo mismo que le ha ocupado las últimas tres décadas.
Entrenando para la batalla
Hay abundante texto y lamentación en Agnus Dea. Allí colgada y manipulada, pateada y, a veces, arrojada por los aires, no hace más que quejarse y reflexionar sobre la pérdida de la gravedad y su cuerpo cambiante. “Voy a seguir entrenando para la batalla”, susurra, mientras hace ejercicios o se queda –insólitamente- agachada y en puntas, al tiempo que mira el poderío de sus bailarinas-guerreras con una mezcla de rabia, envidia, resentimiento y recochineo.
En contraste con su debilidad y vulnerabilidad colgante de la primera parte, la velada avanza y termina con ella como emperadora empoderada, con sequito redimido. Un triunfo de la resiliencia, un trofeo después de la batalla. Final optimista en la obra de una creadora triunfal, que siempre dice ver el vaso medio lleno y que nos parece que siempre ha estado allí, para lo bueno y para lo malo, divirtiéndonos con sus puntas, su flamenco, su gracia, sus zapatillas (aquí adecuadamente homenajeadas y besadas), su encanto y sus cosas.
La coreografía no es siempre eficaz, decae a veces, acusa algunos excesos –que son sello de la casa- y puede que sea un tanto irregular en su progresión pero, en compensación, tiene todo lo bueno que ha tenido siempre el trabajo de Sol Picó. Ella bailando, en primer lugar, siempre con ese desparpajo, esa vitalidad y brutalidad. También conlleva su sentido del humor, ofrece ese modus operandi que será reconocido por todo aquel que la haya seguido. Y tiene la buena factura que han tenido todas sus creaciones. El patio del Museo Barroco, de todas formas, no parecía el mejor lugar para ver la `pieza y había cierto barullo y descontrol, porque hay aquí mucha tramoya, cosas que suben, que bajan o que caen. Mucho atrezzo y muchos cambios que, al ser un patio, dejaban demasiado a la vista la maquinaria y hacían perder el encanto y la atención.