ZAPATILLA DE CRISTAL EN LA GRAN VÍA
Stage ha estrenado en el Teatro Coliseo un musical nada desdeñable a partir de de ‘Cenicienta’. Fuimos a verlo y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 09 de octubre de 2025
Allí donde Aladdin, el musical de Stage Entertainment que ocupó durante casi tres años el escenario del Teatro Coliseo, de la Gran Vía madrileña, se preocupaba por ser teatralmente fiel al original animado de 1992 de los estudios Disney, ahora Cenicienta, que se acaba de estrenar en este mismo recinto, se caracteriza por lo contrario: huye despavorida de la película de dibujos estrenada por el poderoso estudio americano en 1950, quizá porque la esencia de esta versión, no tan nueva como podría pensarse pues se estrenó para televisión en 1957, va en dirección opuesta a lo que hoy conocemos como un cuento de hadas.
La base y sustento de esta nueva apuesta de Stage radica en el ‘yo sé que tú sabes qué es lo que cuenta Cenicienta pero nunca lo viste ni imaginaste como ahora te lo voy a contar’. Actualizada y podada de esa cursilería tan inherente al cuento de hadas tradicional, esta nueva y potente producción está basada en la idea original que el dueto Rodgers+Hammerstein estrenó con un éxito apabullante en la televisión norteamericana, en 1957, con el protagonismo de Julie Andrews, cuando todavía no se había hecho célebre por Sonrisas y lágrimas, uno de los musicales más conocidos y reconocidos del mismo tándem.
Desde entonces y hasta hoy, esta versión modernizada del cuento de Perrault ha conocido varias adaptaciones. Volvió a la tele gringa en 1965 y en 1997, muy en la línea de El mago de Oz afroamericanizado que protagonizaron en 1978 Diana Ross y Michael Jackson, se estrenó con Brandy en el papel de Cenicienta y Whitney Houston en el de Marie, el hada madrina. A Broadway, no obstante, no llegó hasta 2013, actualizada por Douglas Beane. Fue un éxito, tanto en Nueva York como en Londres.
Un tándem único
Antes que los británicos Andrew Lloyd Weber y Tim Rice estaban los americanos Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II como el tándem compositor/ letrista más célebre de los musicales de Broadway y el West End londinense. Iniciaron su colaboración en 1942 y durante diecisiete años, hasta la muerte del segundo, crearon algunos de los más celebrados y reconocidos musicales de la historia, apuntándose el hit Oklahoma! (1943), que contó con coreografías de Agnés de Mille y es considerado fundamental en el avance hacia las coordenadas del musical moderno.
Un poco más tarde, hicieron South Pacific, cuya importancia radica en que por vez primera se abordaba el complejo tema de la discriminación racial en un musical americano, género de entretenimiento que hasta entonces intentaba no meterse en jardines políticos ni sociales, y ser, como quien dice, pura diversión. Recibieron, respectivamente por cada uno de estos montajes, el Premio Pulitzer.
Con El rey yo, en 1951, protagonizada por el célebre actor Yul Brinner, alcanzaron casi 4500 representaciones en Broadway. Carousel y Show Boat se cuentan también entre sus hazañas. De manera regular, todos estos títulos van y vienen, una y otra vez, a las carteleras.
En la Gran Vía
La nueva Cenicienta se distancia del personaje Disney y en consecuencia del estereotipo de la princesa de cuento de hada. Autodeterminación, poca sumisión y mucha conciencia social otorgan al personaje, interpretado con verdadero acierto por la carismática Paule Mallagarai, una dimensión más humana, al tiempo que el Príncipe Topher (Briel González) deja de tener de la función ornamental del hombre destinado a rescatar a la chica pobre, que es a un tiempo una pobre chica desgraciada. Más cercano a la realidad política, el joven heredero es engañado por su mano derecha, un súbdito retratado aquí como uno de esos políticos corruptos que ocupan la portada de nuestros periódicos cada día.
El entorno de la la protagonista tampoco es el de harpías malas-malísimas del cuento y es sustituido por el más creíble y actualizado de la maldad propia de cualquier familia pija sin conciencia de clase, que ningunea a la chica de servicio. La madrastra (una deslumbrante Mariola Peña) sabe entender esta postura y acierta sin excesos de villana, y una de las hermanastras, Charlotte (la argentina Caro Gestoso) encaja con el perfil progre-compasivo de niña rica, y hasta es amiga y cómplice de Cenicienta.
Tampoco es que se haya convertido a Cenicienta en un alegato político ni nada parecido. No es un musical woke. Solamente ha hecho algunos ajustes en el relato –sin realmente trastocar su esencia- para que parezca más sólido, creíble, accesible y conectado a la sensibilidad actual de las audiencias, jóvenes o no. Se trata de un gran espectáculo, en definitiva, con notables esfuerzos de producción, cuya dirección ha corrido a cargo de Anthony Van Laast, que nunca había trabajado directamente en España, pero es el director original de algunos títulos que ya se han replicado aquí como Tina o Mamma mia!.
Cenicienta es un musical muy coreográfico, una propuesta muy bailada. Todos sus danzas están muy fusionados a la narrativa y en no pocos momentos, la acción avanza a través del baile. Las coreografías las firma también Van Laast, pero ha contado con la asistencia de una veterana, Nichola Treherne. En este aspecto, reside buena parte de su atractivo, aunque lo más importante y llamativo sea la música, con esas canciones emocionantes como En mi humilde rincón y números ingeniosos como El lamento de la hermanastra, que permite además el realce de María Gago, que sabe aprovechar con creces el lucimiento que le permite el número.
Una de las aportaciones relevantes de este montaje es la que hace la veterana Yaiza Pinillos en la resolución de unos extravagantes trajes con apariencia de tebeo y aire retro, que lucen aparatosos pero es evidente que tienen una ligereza que permite a los intérpretes –especialmente al cuerpo de baile con varios momentos estelares- tener agilidad y velocidad. Es todo un acierto mudar a esta diseñadora canaria, dueña de un buen gusto indiscutible, hacia el terreno de los musicales pues ya ha demostrado su capacidad de riesgo en el mundo del flamenco, donde es toda una referencia en lo que a diseño de vestuario se refiere.
Lo más llamativo de esta Cenicienta es que sabe cómo no ser Cenicienta. Todo un hallazgo.