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TE CONTAMOS POR QUÉ DEBERÍAS VER ‘ÈTOILE’, LA NUEVA SERIE DE AMAZON PRIME

Los creadores de ‘Gilmore Girls’ consiguen una radiografía delirante de dos grandes compañías de ballet del mundo, clavaditas al NY City Ballet y la Ópera de París. Te lo contamos…

 

 

Texto_OMAR KHAN

 Madrid, 02 de mayo de 2025

Aunque sea un lugar común, aquella máxima de que “la realidad supera a la ficción” siempre se impone. Si la curiosa y delirante serie de televisión Étoile (Estrella), que acaba de estrenar Amazon Prime bajo la firma del tándem Amy Sherman-Palladino y Daniel Palladino (creadores de éxitos como Gilmore Girls o Bunheads, en la que también abordaban el mundo de la danza) se hubiese rodado solo un poco más tarde, se hubiese beneficiado de un importante ingrediente agri-picante salido de la realidad misma, que daría mucho juego a su trama. Y es que ni el guionista más ingenioso del mundo hubiese podido imaginar nunca que el mismísimo Donald Trump, presidente de USA, se iba a autoproclamar también presidente del famoso Kennedy Center –una institución similar al Lincoln Center neoyorquino donde transcurre parte de la serie-, con la intención de limpiar aquello de cultura woke y eliminar cualquier atisbo de inclusión.

Pero seguramente habrá lugar en una segunda temporada, porque se dejan algunos cabos sueltos y líneas que se abren en el último -y más débil- capítulo de esta potente serie que rompe, al fin, con los manidos y obsoletos clichés de prácticamente todas las películas y series ambientadas en el mundo del ballet, desde Fama en los setenta hasta la truculenta y reciente serie Delicadas y crueles NETFLIX / TINY PRETTY THINGS, pasando por Momento decisivo, El ritmo del éxito, The Company, Flesh and Bone, Suspiria y hasta Cisne negro, de Darren Aronfsky, una película que a pesar de su innovador y terrorífico enfoque, se sustentaba en los mismos estereotipos de siempre.

El ya cansino y obsoleto mensajito de que la danza es solo dolor, sacrificio y sufrimiento queda totalmente suprimido en Ètoile, que finalmente posiciona a las compañías de ballet como un microcosmos empresarial del mundo de hoy, al que se dedica a explorar a fondo a partir de problemáticas reales: la crisis de espectadores, las consecuencias de la pandemia en la afluencia de público, la fascinación de los bailarines por tik-tok, la financiación de los grandes ballets, el star system, los peligros del ego y las excentricidades de los artistas o la inoportuna intrusión de los mecenas... No hay, afortunadamente, anoréxicas, bailarines suicidas porque no tienen talento, madres castradoras ni maestros de ballet que abusan sexualmente de los intérpretes. Por fin tenemos una serie de ballet en la que nadie dice nada parecido a “La fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor”.

 

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Pas de deux trasatlántico

El mayor acierto de Ètoile, en este sentido, empieza por el género. Que no sea un drama sino una comedia disparatada la coloca más cerca de la actualidad y la realidad. Porque aunque parezcan descabelladas algunas de sus situaciones, puede llegar a ser más sorprendente lo que ocurre puertas adentro en cientos de compañías internacionales de verdad, incluidas las nuestras en España, que se parecen más a una de David Lynch que a un capítulo de la serie Fama.

El punto de partida de Étoile es una operación de marketing que surge con el eslogan “vamos a darle a París una sacudida de energía neoyorquina y a la ciudad de Nueva York, un toque del estilo parisino”. Aunque con los nombres ligeramente cambiados, dos compañías colosales a uno y otro lado del Atlántico, que son clavaditas al New York City Ballet y al Ballet de la Ópera de París, acuerdan una dudosa alianza para salvar sus respectivas temporadas con un cruce de talentos, un pas de deux trasatlántico como le llaman, que trae coreógrafos y bailarines estrella de Norteamérica a Francia y viceversa, con el fin de reactivar las taquillas vacías de ambas instituciones. Parecía una idea estupenda… ¿qué podía salir mal?

Con verdadero ingenio y humor negro, la serie explora las diferencias entre norteamericanos y franceses. El pragmatismo de los primeros aparece encarnado en Jack McMillan (Luke Kirby), director ejecutivo del Metropolitan Ballet Theatre de Nueva York y la exquisitez parisina en la arrogante y culta Geneviève Lavigne (magnífica Charlotte Gainsbourg), líder de Le Ballet National de París. En el primer capítulo asistimos a una delirante repartición de artistas parecida a una subasta, que queda zanjada en que ambas casas se quedan con artistas del otro, incluyendo un trofeo para cada una, que lleva a París al huidizo y taciturno Tobías Bell (Gideon Glick, foto de abajo), un coreógrafo genial pero de muy difícil personalidad, y a Nueva York a la diva Cheyenne Toussant (muy acertada Lou de Laâge, foto de arriba), una engreída y caprichosa star y activista que, en su cruzada ambientalista, parece un cruce entre Greta Thunberg y Sylvie Guillem.

Todos los personajes son horrendos y detestables, parecen malas personas, son todos interesados, egoístas y ególatras. Aún así, la serie consigue que nos enamoremos de ellos, incluso del más perverso, el multimillonario Crispin (fantástico Simon Callow), dueño de empresas de dudosa reputación que cree que dar dinero para una causa bella como el ballet le absolverá ante la sociedad por la falta de ética y escrúpulos de su emporio.

 

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¿La inocencia?

Con todo, hay una mirada noble y comprensiva hacia los directores de estas dos grandes compañías, que al final no son más que bomberos chic apagando fuegos para que suba el telón cada noche. Toman decisiones difíciles pero en el fondo, siempre arropan a sus bailarines, los consienten y hacen todo lo que esté a su alcance para que brillen. Apoyan su talento, les acompañan en sus fracasos.

El micro-universo de las compañías de ballet es dibujado –acertadamente- como un mundo empresarial  poblado de psicóticos, neuróticos, engreídos, arrogantes, extravagantes, ególatras, narcisistas, interesados y hasta mafiosos… pero hay una excepción relevante.

Está esta niña asiática, la hija de una las limpiadoras del teatro, que es representación en la serie de la vocación, talento, esfuerzo y pasión que ciertamente tienen que tener todos los profesionales de esta ingrata disciplina… Susu (la joven LaMay Zheng), que sueña con ser bailarina, es una inocencia pura y asilada que vive fuera del frenético ajetreo de una compañía donde la danza y sus bailarines son tratados más como un producto que como arte. Pero también se nos advierte que esa inocencia ha de quedarse fuera si la niña quiere quedarse dentro, porque el fin de su inocencia llega en la reveladora escena en la que, durante la audición para Clara, de Cascanueces, la jovencita hace el mismo truco que hizo en el pasado Cheyenne, su arrogante tutora e impulsora, para finalmente quedarse con un papel.

 

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29 ballets

Como bien decía la crítica del semanario Hollywood Reporter, en Ètoile “no hay terminología ni referencias intimidantes al ballet”. De esto se cuida mucho para poder ser una obra accesible para todos los públicos, así no hayan visto un ballet en su vida, y no una serie para balletómanos y eruditos. A fe que lo consigue, aunque para el conocedor haya muchas referencias y guiños, incluida la intervención en un papel pequeñito de Christopher Wheeldon, quizá uno de los coreógrafos de ballet más relevantes del momento. Desde luego, también hay mucha danza. Esta primera temporada incluye fragmentos de, nada menos, que 29 ballets, algunos conocidos y otros creados expresamente.

Los creados para la serie –las piezas que monta el personaje de Gideon Glick-, fueron ideados por la coreógrafa Maraguerite Derricks, una celebridad de Broadway, que ya ha había trabajado con los Palladino, y que admite que creó las piezas (tres en total) mezclando conscientemente los estilos de Twyla Tharp y Justin Peck, el coreógrafo hoy de moda en Estados Unidos, que es residente en el New York City Ballet y autor de las coreografías del West Side Story, de Steven Spielberg. Por lo demás, aparecen fragmentos de, entre otros, Romeo y Julieta, de Kenneth McMillan, de Cascanueces, Quijote, Giselle, Lago de los cisnes, Sylvia, un fragmento de La bayadera que compraron a unos japoneses que tienen en custodia una producción ucrania mientras pasa la guerra, y varias obras originales de Christopher Wheeldon.

La trama de Nueva York tiene más peso e interés que la de París, quizá porque en Estados Unidos se queda el conflicto más poderoso de toda la serie, el de la contradictoria bailarina Cheyenne, aunque hay que admitir que lo mejor de Ètoile reside en París, donde reina la talentosísima Charlotte Gainsbourg, que está formidable como la atribulada directora de la Ópera de París. El final de la temporada necesitaba un desenlace espectacular, y lo tiene, pero luce forzado. Está diseñado con aire de grand finale, pero la situación del coreógrafo histérico que la noche de estreno sube a corregir su creación “en directo”, se sale de la lógica dramatúrgica y de la lógica a secas.

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