TIRITRAN TRAN TRAN
Trajo ayer La Chachi al Festival Dansa València su reciente creación ‘Las alegrías’. Fuimos a verla y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Foto_JOSÉ JORDÁ
Valencia, 10 de abril de 2025
Vaya por delante una reflexión. Una artista que ha iniciado una trilogía de forma brillante, corre cierto peligro cuando nos presenta la segunda y no digamos ya la tercera parte. Si queriendo dar continuidad nos ofrece más de lo mismo, le lloverán acusaciones de repetitiva. Pero si se desmarca, seguramente la acusaremos de no habernos dado aquello tan bueno que tenía la primera. Así somos.
En su proceso de deconstrucción de los palos flamencos, aún en curso, la interesante creadora malagueña María del Mar Suárez La Chachi ofreció ayer tarde en el Teatro Rialto, dentro del marco del Festival Dansa València, Las alegrías, secuela de la muy desenfadada Taranto aleatorio -en la que también le acompañaba la músico todoterreno Lola Dolores-, una propuesta que ya había presentado (con éxito arrollador hay que destacar) en el encuentro valenciano hace dos años.
Podría decirse que el cuidado en la escena de Las alegrías, más limpia y detallista, con una iluminación expresiva y un elegante esmero cromático con esos puntos naranja en los vestuarios, supone un avance estilístico frente a la simplicidad plana de la puesta de Taranto aleatorio, pero había algo fascinante y significativo en lo cutre y lo descuidado que se desprendía esta propuesta, que se iniciaba con ellas dos despatarradas frente al público escupiendo pipas en plan quinqui. Lo ordinario, lo vulgar, lo antiestético era parte esencial de un discurso que huía intencionadamente de los convencionalismos del flamenco escénico y se ubicaba más en el flamenco cotidiano andaluz, el de la calle y los amigos, el de las casas, del barrio… del pueblo en definitiva. De ahí que la primera disonancia de esta nueva entrega, se ubique en lo formal. Y es que no parece encajarle tanta pulcritud y belleza. Aunque el humor sigue estando, también resulta menos graciosa.
Lo que sigue siendo indiscutible es la química entre estas dos creadoras. Lola Dolores pone el cante, las palmas y el desparpajo, y La Chachi la sigue desde el baile, rompiendo las reglas y deconstruyendo convencionalismos. Juntas son feroces. Hay un entendimiento tácito entre ellas, una complicidad, un intercambio de energías positivas. La propuesta va en claro crescendo hasta llegar al momento cumbre, en el que La Chachi en pleno desenfreno flamenco se tira por los suelos y sigue zapateando como puede. Ahí donde las contemporáneas se arrastran, las bailaoras nunca van al suelo, hay algo sacrílego y derrotista en dejarte caer en el flamenco. De ahí que el momento, por demás absurdo, conecte con la trasgresión y el tipo de humor que suponía Taranto aleatorio. Es sin duda, el gran momento de la velada.
Que repartan pinchos de tortilla para que todos degustemos y nos unamos en comunión a ellas en el momento picnic, parece más una estrategia para ganar tiempo y cumplir con la hora reglamentaria de espectáculo que una necesidad lícita o una urgencia dramatúrgica. El epílogo de gritos tiene su gracia pero tampoco alcanza la grandiosidad de grand finale que pretende.