DANZA TRIBAL DE HUMO Y LUZ
Por todo lo alto inauguró anoche el colectivo catalán Humanhood la nueva edición del Festival Dansa València, con el estreno absoluto de ‘Vortex’, de Rudi Cole y Julia Robert. Esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Foto_JOSÉ JORDÁ
Valencia, 10 de abril de 2025
Hay algo tribal y primitivo en Vortex, pero al mismo tiempo futurista, como de ciencia ficción alienígena. No queda perfectamente definido como lo uno o lo otro pero en cualquier caso, son los referentes que generan estos ámbitos y atmósferas los que terminan conduciéndonos al encantamiento y la fascinación. En estreno absoluto, la nueva creación de Humanhood, el colectivo catalán que dirigen a cuatro manos en Barcelona el británico Rudi Cole y la catalana Juliá Robert, inauguró anoche en el Teatro Principal valenciano por todo lo alto la 38º edición del Festival Dansa València, ya perfectamente consolidado como la cita más importante en el calendario de la danza nacional. El público, emocionado, le brindó una merecida ovación.
Vortex atrapa y sobrecoge desde el mismo principio. En medio de la oscuridad y estruendo electrónico, un haz de luz blanca taladra parpadeante esa tiniebla espesa que nunca abandonará la escena. Apenas vemos un grupo enérgico alrededor oficiando un efervescente ritual. Son siete figuras negras y enigmáticas, que permanecerán prácticamente anónimas durante toda la velada, agitándose en medio de una semipenumbra perenne, en una atmósfera de constante inquietud y belleza indiscutibles, en la que irrumpen sofisticados efectos visuales de humo y luz, imágenes de gran potencia visual sobre las que se ejecuta una danza exigente, sincronizada, perfeccionista y agitada, siempre en ebullición, al ritmo de las percusiones electrónicas de la música insistente de Iain Armstrong, acyor fundamental que dicta los ritmos y estados anímicos de esta ambiciosa y muy lograda creación.
Como es usual en las coreografías de Humanhood, el escenario se entiende como un espacio sagrado que desprende cierto misticismo, aquí con no pocas referencias orientalistas como los sombreros de los cultivadores de arroz, el taichí o las artes marciales.
La obra, ritual desde su inicio hasta su final, se mantiene siempre en lo más alto, en una tensión constante que no admite matices, grises ni meandros, lo que termina pasándole factura. Aparte de agotador para sus bailarines acaba siendo un poco monocorde para el espectador. Tiene un claro final, que el público anoche supo identificar, cuando aún le faltaba un todavía más arriba para alcanzar el cénit y verdadero desenlace. Nada grave frente a la inconmesurable belleza de una propuesta fascinante, que te atrapa y lleva por un viaje tenebroso, bellísimo y místico a un tiempo. Un prometedor arranque para estos días intensos de danza en Valencia.