CONTACT AL SERVICIO DE UN DRAMA
En la película ‘Desmontando un elefante’, en cartelera, la danza es elemento clave. Quisimos saber cómo se integró en esta trama sobre la adicción y cómo se rodó…
Texto_BEGOÑA DONAT
Madrid, 14 de enero de 2025
La actriz Natalia de Molina (Linares, 1990) ha bailado de manera autodidacta desde niña. “No sabes las horas que podía pasar en mi habitación viendo videoclips e imitando las coreografías”, recuerda. A medida que fue sumando años empezaron las clases de funky, danza del vientre, capoeira y hip hop, pero siempre como aficiones. De hecho, reconoce que no haber estudiado danza se encuentra entre sus grandes frustraciones. Esa cuenta pendiente la ha saldado con la preparación para su papel en la película Desmontado un elefante (ya en cartelera), donde da vida a una bailarina. En la ópera primade Aitor Echevarría, la artista jienense es Blanca, la hija menor de un matrimonio marcado por el alcoholismode la madre de familia. Su personaje le ha permitido formarse en contact y bailar junto a profesionales de la disciplina.
Las escenas de danza son fundamentales en la trama. No solo porque es la profesión de su personaje, sino porque a través del movimiento transmite el bloqueo emocional que experimenta por convivir demasiado tiempo con el tabú de la adicción.
“Interpretar a una bailarina me atraía y me daba muchísimo respeto, pero me pudo la inocencia y la pasión por hacerlo”, explica la ganadora de dos premios Goya, a Mejor Actriz Revelación en 2014 por Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba) y a Mejor Actriz en 2016 por Techo y comida (Juan Miguel del Castillo).
Natalia se declara fascinada por el cuerpo en movimiento. Es espectadora habitual tanto de danza clásica, como de contemporáneo y flamenco. El contact lo conocía de manera superficial. Empezó a practicarlo con margen de tiempo, un año antes del rodaje, en unos talleres de improvisación intensivos en el Espacio FCI de Cristiane Boullosa, en Madrid.
Su primera impresión fue la de que se trataba de un baile muy invasivo: “Al principio, me costó aceptar esa cercanía con cualquier persona. Luego me fui sintiendo más cómoda y libre, y entendiendo que un aspecto importante de Blanca es su relación con su propio cuerpo y con el de los demás”.

Asfixiando a la protagonista
En este retrato sobre dependencia e incomunicación, el contact le permite expresar sin palabras la angustia, el aislamiento y la necesidad de apoyarse en otros. El personaje vive la contradicción de mantener en secreto las tensiones familiares y dedicarse a un trabajo que es pura exposición. En su día a día, calla el conflicto que padece en el hogar, pero el elefante, ese grave problema del que nadie quiere hablar, empieza a ocupar su espacio más seguro, la danza.
“Las escenas de baile sirven para entender su decisión final -explica de Molina-. Blanca toma la decisión de que puedes apoyar a la gente, pero cada uno ha de hacerse cargo de su propia vida”.
Hay un par escenas en concreto que sirven como metáfora de su desasosiego. Se trata de dos momentos diferentes de ensayos de una coreografía que se baila al final de la película, donde el elenco se amalgama como una masa de cuerpos que atrapa a la protagonista. Quiere salir y no puede; intenta respirar, pero sus compañeros y compañeras la vuelven a incorporar a esa matriz.
La responsable de esa pieza, Paloma Muñoz, ha llamado a la culminación de esa coreografía Útero. “Todas las creaciones son un reflejo de las turbulencias que afronta Blanca, pero esta en concreto está pensada para que resulte aprisionante, para que ella no sea capaz de soltarse ni estar presente. Es una coreografía muy geométrica, con muchos cambios de espacio y muy exigente musicalmente. En el abrazo masivo final, Blanca no consigue relajarse y estar en contacto con el resto”.
Aitor Echevarría tenía clara la evolución del personaje a través de su desconexión y su falta de atención primero y su presencia y cesión a la vulnerabilidad en la recta final. El director debutante ya había mostrado interés por los lenguajes del movimiento a lo largo de su trayectoria, con las obras de videodanza Fao, Aprop y El Mur, esta última rodada en la Nau Ivanow de Barcelona a partir de la obra de danza integradora de Carolina Alejos.
Para desarrollar las coreografías de Desmontado un elefante, el cineasta recurrióa la bailarina y coreógrafa extremeña Paloma Muñoz, quien al frente de su compañía Siberia, radicada en Barcelona, estrena piezas donde introduce elementos de técnica Limón, ballet y algunos principios de Gyrotonic. La creadora tiene formación en contact improvisation, aunque en su trayectoria se ha decantado por otra senda en términos de forma y de ritmo.
La elección de esta disciplina le ha parecido una muy buena elección para ponerla al servicio de las emociones del personaje: “En la vida diaria nos tocamos muy poco. Los bailarines estamos acostumbrados, pero a Natalia le ponías la mano encima y se tensaba. Eso es lo que también le sucede a su personaje, que no es capaz de dejarse ni de confiar en nadie. Aitor tuvo muy buena intuición”.

Coreografiar errores
La formación no se limitó al aprendizaje de las coreografías, sino que formó parte de una inmersión total para hacer creíble a la protagonista. La audiencia tenía que ver a una bailarina y no a una actriz fingiendo serlo: “Mi compañera Amanda Rubio incidió en la forma de caminar, de correr, en nociones sobre equilibrio y peso. Los bailarines tienen tics, como el modo en que mueven las caderas y eso tenía que plasmarse en situaciones en la película en los que Blanca no está ensayando”.
Otro aspecto muy pensado ha sido coreografiar los errores que se producen en un ensayo. Para Muñoz ha sido uno de los mayores retos del encargo. “Para que resultara creíble buscamos estrategias en el cuerpo que no fueran literales, como hacer que resultara incómodo y no salieran las cosas o avanzar de espaldas y encontrar el ángulo ideal para chocar fuerte sin hacerse daño”.
Para imprimir tanto en el cuerpo de Natalia como en el de su compañera de rodaje, la también actriz Alba Guilera, una confianza y una soltura que para un bailarín con carrera implica años de formación y experiencia, Muñoz recurrió a estrategias sensoriales, “no tan técnicas, basadas en metáforas y conceptos básicos, como ceder y resistir”.
Tras numerosas clases y enseñanza de herramientas, la intérpretes estuvieron ya listas para afrontar una secuencia de contact improvisada. “Entendimos que no podíamos fijar los movimientos, porque perdían la magia”, expone la coreógrafa.
Durante un ensayo, de Molina vivió en primera persona la catarsis que experimenta su personaje en la ficción. “Hay una escena de complicidad en la película en la que aflora la emoción. La primera vez que la ensayamos, todos los bailarines, que éramos nueve o diez, sostuvimos a Natalia, a la que le costaba relajarse. Le pedimos que cerrara los ojos. Empezamos a moverla por el espacio, le dimos la mano, la tumbamos, la elevamos y le vino una llorera. Fue muy bonito ser testigo de ese descubrir. Hasta el momento se estaba resguardando, pero fue soltando hasta descubrir que era placentero y podía dejarse llevar”.
La creadora alaba el dedicado y esforzado trabajo de la protagonista. “En la coreografía no bajamos el listón. Natalia ha hecho una inmersión increíble. Es una actriz muy jabata, es muy exigente y lo da todo”.





