EL FUEGO DE COROLYN CARLSON ENCIENDE EL BALUARTE
Por todo lo alto, arranca esta noche la temporada de danza de la casa navarra, que presenta ‘The Tree’, obra mística de la gran innovadora norteamericana…
Texto_OMAR KHAN Fotos_FRÈDERIC IOVINO / LAURENT PAILLIER
Madrid, 08 de octubre de 2024
Misticismo, espiritualidad, energías cruzadas, fuerzas del universo. Agua y ahora también fuego, como demostrará esta noche, cuando su compañía deje inaugurada la temporada de danza del Baluarte, en Pamplona, con The Tree (Fragments of Poetic on Fire), una obra como todas las suyas, de pálpitos espirituales e intenciones trascendentales.
Fundamentalmente de estos asuntos intangibles está hecha la ya larga obra coreográfica de Carolyn Carlson (Oakland, California, 1943), artista fundamental en el devenir de la danza del siglo XX, que ha sabido mantenerse efervescente en el XXI sin renunciar a sus inquietudes místicas, en las que se anotan preceptos del budismo, la creencia de que somos parte del cosmos, que tenemos una misión y la fe ciega en que carne y espíritu son la alianza indisociable que nos mantiene vivos, activos y creativos en esta vida que, según ella, no es más que un fragmento, apenas un capítulo, en el todo infinito que es la existencia.
The Tree completa y cierra un ciclo de creaciones inspiradas en textos del filósofo francés Gaston Bachelard, cuyos versos ya inspiraron sus creaciones eau (estrenada en el marco de la Expo Zaragoza 2008, dedicada al agua), Pneuma y Now. La pieza también incorpora las mitologías nórdicas seculares. No hay que olvidar que Carlson, leyenda viva de la danza del siglo XX, tiene ascendencia finlandesa. En este caso concreto, acude a la epopeya finlandesa Kalevala, libro escrito en verso donde la naturaleza es primordial.
La escenografía se sublima con las pinturas abstractas en tinta china del artista visual Gao Xingjian. Carlson comparte que hay algo en las obras plásticas de este Premio Nobel de Literatura que la impresiona de una forma indefinible, lo que la llevó a seleccionar un conjunto de creaciones del polifacético creador para complementar las secuencias de baile. Se trata de una miríada de rostros de la naturaleza que revelan y subliman aspectos que ambos tratan en sus respectivos trabajos.
Pese al evidente trasfondo ecologista de The Tree, la creadora considera que ya es demasiado tarde para revertir el cambio climático. “La madre Tierra necesita nuestra conciencia para llamar la atención sobre la crisis de nuestro planeta. Todo lo que podemos hacer a nuestro pequeño ritmo es ayudar a la naturaleza a respirar libremente, desempeñando nuestro papel en la curación”.
Serenidad zen
Heredera en parte de la cultura hippie, la serenidad zen y la filosofía libre de ataduras de la danza de vanguardia y experimentación surgida en Nueva York en los agitados años sesenta, esta alumna brillante del innovador coreógrafo norteamericano Alwyn Nikolais ha sabido construir desde allí un lenguaje propio y reconocible, que es fundamentalmente danza pero donde también convergen con toda naturalidad poesía, pintura, música, psicología y misticismo.
No obstante, reconoce en su danza importantes influencias, no solamente de Nikoláis, que le descubrió el universo creativo de la danza contemporánea. “De Bob Wilson aprendí su manera de aproximarse a los sueños, que es un tema que siempre me ha fascinado”, confiesa. “Mis creaciones tienen ese carácter onírico pero también místico, así que su trabajo con las imágenes ha sido un importante referente en mi trayectoria. De Pina Bausch me conmueve su humanidad, su manera de estar pegada a la Tierra aunque yo sea mujer de agua y de mi maestro Nikolais su increíble concepción del espacio-tiempo, muy a pesar de que él era tan racional y yo tan mística”.
Aunque es norteamericana y allí comenzó esta pasión por la danza, en un momento clave como fue la eclosión de la llamada modern dance, ella se siente plenamente identificada con la danza europea. “Me gradué en danza en Utah y no sabía qué hacer. Me fui entonces a tomar clases en Nueva York con Nikolais y con él se me abrió una puerta que todavía permanece abierta. Tras numerosas creaciones y giras, vino entonces un tour por Francia. En París conocí a Rolf Liebermann [entonces director de la Ópera de París], que me ofreció hacer un solo para esa casa. Tenía 29 años, monté ese solo de siete minutos y algo pasó con el público, algo les fascinó. Y eso me llevó a la idea de formar un grupo propio en París. Soy norteamericana pero mi trabajo es europeo, siempre lo fue. Quizá tenga que ver con mis raíces, mi familia es de Finlandia, o quizá sea el destino, que dictaminó que mi revolución sería en este continente”.
Y no se equivoca porque en Europa ha sido y sigue siendo, una revolucionaria. Trajo a París los aires de libertad plena que proclamaba la danza de Norteamérica en aquel entonces. Y aquí creó sus trabajos más significativos y emblemáticos como el solo Blue Lady (1984) y más recientemente Dialogue avec Rothko (en la foto), o Signes (1997), esa pieza monumental creada para el Ballet de la Ópera de París con música de René Aubry, que fue repuesta la temporada pasada por la emblemática agrupación parisina, con un éxito descomunal, que demostró así la vigencia de su obra, pensamiento y discurso.
Quizá por su carácter místico y espiritual, Carolyn Carlson no es de las que artistas que se quejan y lamentan. Todo en ella, como en su obra, es positivo, es alentador y ve salidas. “Estoy agradecida de ser parte del universo”, asegura con convicción. “He aprendido con la vida que lo más importante es la compasión, saber mirar el mundo y comprender que lo que importa de verdad es la gente. Me alegro también de ser cada vez más consciente de lo que hago, de lo que digo, de las decisiones que tomo. Y estoy muy agradecida de poder ser artista, de compartir mi arte con un público, de no tener ego, de ser humilde…”