RESILIENTE Y FRÁGIL
A modo de catarsis, la coreógrafa y ex bailarina del Ballet Nacional de España Helena Martín ha creado ‘Carne de perro’, pieza que estrena esta semana dentro del ciclo Canal Baila. De fortalezas (y también debilidades) hablamos con ella…
Texto_OMAR KHAN Fotos_JUAN DAVID CORTÉS
Madrid, 25 de septiembre de 2024
Si se te ve resistente a los embates, dura frente a los ataques de la vida, resiliente ante la adversidad y opuesta a la contrariedad… es común decir que eres carne de perro. Ella nunca se había visto así hasta que se lo dijeron y quizá, en reafirmación, revisó lo que ha sido su tránsito por la vida en la última década. Y lo hizo como el que atraviesa un bosque, un paisaje a veces florido, generoso y luminoso, y por momentos oscuro, adverso y tenebroso, pero que siempre sigue siendo el mismo bosque.
Y entonces -muy recientemente, en realidad-, sintió que estaba preparada para volcarlo en escena. Lo ha hecho desde la danza, porque es lo que siempre a Helena Martín, creadora y devota practicante de la danza española, mejor se le ha dado. Catalana anclada en Madrid, ha sido arcilla para otros –en el Ballet Nacional de España, en la Compañía de Rafael Aguilar y de manera sostenida para el creador neoclásico Patrick de Bana, entre otros tantos- y ha sido autora de sus propios trabajos, caracterizados todos por levantarse desde una danza española contemporánea y maleable, siempre al servicio de sus propias necesidades y urgencias narrativas.
“Ésta es la pieza más catártica y personal de todas las que he hecho”, nos confiesa a propósito de este solo acompañado que tendrá su estreno este sábado 28 de septiembre en el marco del ciclo Canal baila, tras su residencia en Teatros del Canal, de Madrid. “Lo de carne de perro me lo dijo una amiga que había venido a verme bailar Medea [coreografía emblemática del Maestro Granero] y lo decía como un piropo, pero yo me quedé pensando, porque por muy resistente que seas y te vean, ante algunas cosas que te suceden en la vida, y en la oscuridad de la noche, una se deshace como carne de cordero y necesita la mano del otro”.
El punto de partida de su nueva pieza tiene fecha y hora registradas: el día en el que los médicos de su hija, entonces de cuatro años y hoy de 13, le dijeron que padecía autismo. “Ese es el momento en que todo se te rompe. Hay que mudar de piel, hay que adaptarse y entender que es irreversible, hay que ver cómo vas a lidiar con ello… y es cuando más necesitas a los demás. Personalmente, yo encontré muy poco apoyo y mucho juicio. Comentarios del tipo ‘ella lo que debería hacer es esto’ o ‘no lo está llevando bien’ hacen mucho daño porque en ese momento te sientes frágil y es por ello que en este espectáculo he querido resaltar de manera muy especial cómo cada cuerpo es infinito en sus maneras de recibir los golpes”.
Madres doloridas
Acompañar sin juzgar aparece, en el fondo de este paisaje, como moraleja de solidaridad sin ánimos de venganza, en una obra que, a modo de confesión íntima, nos ofrece Helena Martín, la misma que enfrentó en Medea [la bailó para la Compañía de Antonio Márquez recientemente] a una mujer que, en acto de violencia vicaria, mata a sus hijos para que sufra su padre y que, en su anterior incursión como coreógrafa en Los narciso, se fijó en el tormento de una madre, saltándose el protagonismo de los amantes, Dido & Eneas, en una personal versión del clásico, que se orquestaba alrededor de una mesa como símbolo de la inquebrantable unidad familiar.
“Todas mis piezas, sean cortas o largas, recalan en algo que me ha sucedido. Siempre afloran de algún modo vivencias y experiencias. Pero para hacer ésta, he necesitado mucho tiempo antes de poder sentir que estaba preparada para afrontar lo que significa trasladar a mi cuerpo todo lo que ha sido este trayecto. Claro que lo hago de una forma absolutamente poética, abstracta, llena de simbolismo”.
La ventaja de la danza, frente al cine o la literatura, es que puede expresar emociones con igual nitidez sin recurrir a la narrativa. Que nadie espere en Carne de perro el momento dramático en que un médico viene a desvelarle a una madre el padecimiento de su hija. Hay una referencia al autismo, muy técnica y científica, para los que sepan leerla, pero poco más. La ambigüedad y la ambivalencia son caminos elegidos. La pieza dibuja la trayectoria no siempre en línea recta de una mujer, a través de un espacio que puede ser bosque -¿o es catedral?-, bajo un sol que puede abrasar pero también acariciar. “Lo cuento desde el proceso que he vivido y me erijo como la señaladora de los que señalan, porque ya no me hacen daño los que me juzgan, yo con mi situación hago lo que puedo. De la parte bonita, destaco que siempre hay alguien en quien te puedes apoyar. Eso es la belleza de la vida, que siempre hay uno que te tiende la mano y va a estar allí, mejor o peor, pero sin juzgarte”.
En esta ficción preñada de realidad está Pablo Peña. Es el compositor que crea en directo el paisaje sonoro, es el cazador en el bosque, es el científico que experimenta, es el que mueve y transforma este espacio, es el pajarito matutino y es el rayo atronador, pero sobre todo, es el que acompaña y da fuerzas a una mujer en tránsito emocional. Y es que no hay una emoción protagonista en Carne de perro. Como todo aquí, las emociones también fluctúan, van del pesar a la rabia, de la rabia a la tristeza, de la tristeza a la aceptación…
“Yo es que tampoco analizo mucho lo que hago”, advierte convencida la coreógrafa, siempre confiada en la asertividad de su intuición. “Tengo inspiraciones, tengo un método en mi cuerpo, soy poética y simbolista. Y ahora que bailo, que estoy dentro, tengo fuera los ojos de Carlos Roó (su asistente de dirección), que con solo mirarnos, ya hay entendimiento. Lo que sí tengo claro es que llego a esta pieza con todo asumido y con mucho aplomo, esto para mí es una catarsis. No ha sido un proceso fácil y hay mucha gente que no llega a este punto porque es muy duro. Pero después de todos estos años he sentido que, incluso, ya puedo abordarlo en el escenario”.
Lo dicho. Helena Martín es carne de perro.