ARDIÓ EL FALLA EN EL INFIERNO
Ovaciones para ‘Averno’, de Marcat Dance, la coreografía que inauguró anoche el Festival Cádiz en Danza. También entusiasta recibimiento para el regreso de la delirante ‘Un poyo rojo’. Allí estuvimos y así lo vivimos…
Texto_OMAR KHAN Fotos_LOURDES DE VICENTE
Cádiz, 09 de junio de 2024
Bailar a un tiempo, en un uno de los teatros emblemáticos de Andalucía y en una de las citas más relevantes con la danza de la región, añadía, qué duda cabe, mucha más emoción a la representación. Y razones para la satisfacción no deben faltarle hoy a Mario Bermúdez y al portentoso equipo de su compañía Marcat Dance, de Jaén, porque anoche, en el Teatro Falla, el público de casa propinó una emocionada ovación a Averno, su nueva coreografía, que dejó inaugurada la vigésimo segunda edición del Festival Cádiz en Danza que, con tanto acierto, ha venido dirigiendo los últimos años Lorena Benot.
Por razones diversas, Averno marca un punto de inflexión en la trayectoria de Bermúdez, el muy expresivo ex bailarín de la Batsheva, de Israel, que abandonó aquello y se instaló con su naciente compañía Marcat Dance en Vilches, el pueblo de Jaén donde nació y que ahora, gracias a sus méritos de hijo pródigo, se ha posicionado alto en el mapa de la nueva danza andaluza.
La pieza supone un tour-de-force de enormes exigencias físicas y energías desbordadas, en apariencia fuera de control, para el equipo de siete enérgicos intérpretes, incluidos él y la virtuosa bailarina Catherine Coury, codirectora y también pareja sentimental y profesional.
Apenas sube el telón, ya sentimos que la propuesta se aleja del que había sido el tono de sus creaciones anteriores (Alanda, Anhelo, El bosque), que traían consigo un festivo espíritu mediterráneo y, en cierta medida, optimismo y buena onda. Averno, no. El escenario, siempre en lograda semipenumbra, gracias a la iluminción de claroscuros de Mamen B. Gil, por momentos humeante, aloja pero no da cobijo a estos siete condenados que, inexorables, avanzan como en espiral queriendo salir de allí pero al mismo tiempo atraídos por su influjo. Dese luego, no se trata de un infierno de llamaradas y pailas en ebullición. Bermúdez cede la dramaturgia a la energía, obstinada y obstinante, que emana de los cuerpos y que estalla en complicidad con el inquietante, atronador y eficaz espacio sonoro diseñado por el siempre certero José Pablo Polo, colaborador habitual.
En lo coreográfico, Averno no da tregua. Ni a los bailarines -indetenibles, incansables- ni al público, bombardeado y aturdido con el arsenal de imágenes que le disparan desde la escena en esta coreografía tan agotadora como fascinante. Bermúdez va creando las coordenadas de su vocabulario y estilo, al tiempo que avanza hacia otros estadios de la creación. La oscuridad le sienta bien, habría que decir.
Poyo delirante
Poyo rojo sigue bailando Un poyo rojo. Y ayer por la tarde, en su regreso a la Sala Central Lechera, de Cádiz, verificamos que este disparate coreográfico, después de quince años de continuas representaciones en todos lados (suman más de 1300 funciones), sigue tan eficaz y vigente en sus dardos disfrazados de chistes, mientras que los argentinos Alfonso Barón y Luciano Rosso, que lo bailan y lo sudan, reaparecen tan enérgicos, jóvenes, graciosos e intactos como hace tres lustros, cuando sorprendieron a todos en el debut de su compañía.
Homosexualidad, masculinidad, metrosexualidad, virilidad, feminidad… son los temas y posturas que aborda este dueto caricaturesco y exagerado, contendedor de insólitos registros corporales e intercambio de gestos, muecas y estilos, que van desde el contemporáneo hasta el hip hop, pasando por el ballet, el tango o la música disco, sin dejar atrás el fitness, la gimnasia y la acrobacia en una dramaturgia dispuesta como una cadena de disparatados gags y situaciones absurdas que se atropellan unas tras otras, y requieren de sus intérpretes grandes dosis de concentración, compenetración y potencia física, las únicas capaces de llevar a los espectadores a ese lugar en el que cada vez estos dos tipos sin sentido del ridículo te caen mejor y cada vez te dan más risa, hasta reventarte a carcajadas.
Si conseguir inquietarte con oscuridad y desespero como hizo Averno es gran mérito, no lo es menos conseguir que te mueras de risa como lo hace Poyo Rojo, compañía argentina residenciada en Francia a la que, visto lo visto, le siguen pidiendo bailar Un poyo rojo, su ópera prima, una y otra y otra vez, aún cuando tienen otras producciones entre medias. Es su gran creación, no cabe duda, pero también su gran estigma.