¿POR QUÉ NOS FASCINA TANTO EL LAGO DE LOS CISNES?
Con las localidades prácticamente agotadas, el Teatre El Liceu presenta desde hoy la versión de Cranko por el Ballet Nacional Checo. Reflexionamos sobre este título inmortal.
Texto_OMAR KHAN Fotos_ MARTIN DIVÍŠEK / SERGEJ GHERCIU
Madrid, 26 de mayo de 2021
Es inequívoco. El binomio Lago de los cisnes / entradas agotadas es un fenómeno que rara vez falla. Hay algo en este ballet que lo hace fascinante para un amplio espectro de los humanos no tanto desde 1877, fecha de su estreno y fracaso, como de su resurrección en 1895, cuando lo retomaron Marius Petipa y Lev Ivanov para el Ballet Imperial Ruso, contando con la participación legendaria de la diva Pierina Legnani, que alcanzó el climax de la obra y de toda su carrera en los mareantes 32 fouettés de su variación, hazaña para ella y maldición para todas las que le sucedieron en el papel, que fracasaban si no llegaban al mítico y extenuante giro número 32.
Podría especularse acerca de las claves del éxito de este ballet y la razón por la que todavía hoy seduce a las audiencias, incluida gente que no es asidua a la danza. La música de Tchaikovsky probablemente tenga mucho que ver. Fue su primer ballet y se nota el entusiasmo en esas notas tan líricas y emocionadas. Quizá sea el relato trágico o la magia de los dos actos blancos, con todas esas doncellas/cisnes condenadas, bailando al unísono. A lo mejor contribuye también el ingenio y exigencia del desdoblado personaje principal, único doble en la historia del ballet, que debe asumir la bondad y ternura cuando es blanca Odette y la maldad y lado oscuro cuando es negra Odile.
Lo cierto es que una vez más a sala llena, el Teatre El Liceu de Barcelona se dispone a revivir desde esta noche este ballet inspirado en el relato fantástico El velo robado, incluido dentro de una recopilación de leyendas germánicas de Johann Karl August Musäus. Será ésta vez el Ballet Nacional Checo el que suba al escenario barcelonés, hasta el 30 de mayo, para ofrecer una de las versiones más célebres de El lago de los cisnes, la que el maestro John Cranko montara en los años sesenta con rotundo éxito para el Ballet de Stuttgart, la formación que dirigió y con la que consolidó su estilo, un neoclásico menos fantasioso y más interesado por las emociones, sin duda auténticas, que pueden salir de un cuento de hadas si te colocas al otro extremo del cliché de las princesas Disney.
Continuistas y rupturistas
De alguna manera sagrada, la estructura y anécdota de El lago de los cisnes ha permanecido incólume desde su caótico estreno hasta nuestros días, pero hay enormes diferencias entre las grandes adaptaciones que han ido triunfando en distintos momentos. Es un ballet que ha ido adaptándose a los tiempos y a los cambiantes modos de la danza durante el siglo pasado y lo que va del actual. Así es como ha mantenido el estatus imbatible de ser el título que, en sí mismo, es representativo e icónico de todo el ballet clásico.
Hay dos líneas claras: la continuista, con adaptaciones más fieles, sobre todo a la anécdota, que siguen expresándose a través de la técnica clásica y la rupturista, con creaciones que, aprovechándose de la popularidad de este título, juegan a “yo sé que tú sabes cómo es pero mira cómo yo te lo cuento”, de donde han salido importantes coreografías de autor.
Los cisnes calvos y patéticos de Mats Ek para el Cullberg Ballet, los masculinos y musculados cisnes de Matthew Bourne, para su compañía británica New Adventures, los muy cinematográficos cisnes de Jean-Christophe Maillot para su versión con Los Ballets de Montecarlo o los más recientes del francés Angelin Preljocaj, quien supone que hay petróleo debajo del lago, convirtiendo el ballet en una intriga política medioambiental, son buenos ejemplos de esta línea rupturista.
La versión de Cranko, decididamente continuista, conserva intacta la historia y la estructura, narrando con fluidez la retorcida peripecia de Odette, doncella que junto a otras tantas vive bajo el hechizo de Rotbhart, condenada a convertirse en cisne cada noche. Maleficio extraño que, cómo no, solamente romperá un juramento de amor verdadero. Todo parece indicar que el Príncipe Sigfried será el que libere a Odette con su amor pero el hechicero le interpone a su hija Odile, cisne negro, a la que termina jurando amor eterno creyendo que es su cisne blanco.
El tormento de Sigfried
El éxito de Cranko radica en su capacidad narrativa y en su marcado interés por humanizar a los acartonados y técnicamente perfeccionistas bailarines académicos, herederos de la escuela rusa. En sus creaciones, los personajes no son estereotipos de cuentos de hada sino seres humanos en conflicto. Es así como Sigfried, personaje comodín en el ballet original, despliega en escena el tormento que le supone haberse enamorado de la doncella encantada. Todo en Cranko es más humano, más emocional y terrenal, aunque no se salga del contexto fantástico de la obra. Su elegancia, buen gusto y capacidad para conmover quedan evidenciados en los actos segundo y cuarto, los llamados actos blancos (que, siendo los más relevantes, curiosamente fueron aportación de Ivanov y no de Petipa), en los que aparece ese ejército de cisnes que requiere un potente y comprometido cuerpo de baile.
El Ballet Checo tiene credenciales para asumir la emocionada versión de Cranko. Una conexión lejana está en Jiri Kylián, un antiguo bailarín checo de esta formación que se fue a Stuttgart, donde Cranko lo empujó a que se hiciera creador, convirtiéndose en uno de los coreógrafos fundamentales del siglo pasado, superando en innovación a su maestro con creces. Una más cercana está en el ex bailarín polaco Filip Barankiewicz, actual director artístico de la formación de Praga, que viene justamente del Stuttgart Ballet, donde conoció a fondo el estilo y los modos de Cranko, llegando incluso a bailar el papel de Sigfried.
El de esta noche en el Liceu será, sin duda, un lago humanizado y emocional. En el mejor estilo Cranko…
