CARLOS SAURA, COREÓGRAFO
La Fábrica y el Fernán Gómez Centro Cultural La Villa, de Madrid, montan una amplia exposición que revisa el cine de danza del célebre realizador. De esta afición y su trabajo en danza nos ha hablado...
Texto_OMAR KHAN Fotos_CARLOS SAURA
“Yo es que soy un bailaor frustrado”, suspira Carlos Saura (Huesca, 1932). “En los años 50 lo intenté, me gustaba la idea, y una bailaora me dijo que tenía planta, así que tomé mis clases y empecé a hacerlo”, dice elevando sus brazos y poniendo pose y gesto de bailaor. “Pero al poco, la maestra me dijo que mejor me dedicara a otra cosa”. Entonces, hizo cine.
Su cine, llamado a la trascendencia, aparece perfectamente divido en dos etapas: antes y después de la dictadura. En los tiempos del tardofranquismo se centró en criticarlo y combatirlo desde películas que conseguían luz verde de la rigurosa censura, probablemente porque los censores ni siquiera entendían ni podían descifrar las sofisticadas metáforas y alusiones políticas presentes en creaciones que fueron multipremiadas en los grandes festivales y aplaudidas por el público internacional, entre las que se encuentran algunos títulos fundamentales del cine español: La caza (1965), Ana y los lobos (1972), La prima Angélica (1973) o Cría cuervos (1975), muchas de ellas protagonizadas por su ex pareja y musa de entonces Geraldine Chaplin, lo que convertía a Saura en yerno de uno de los cineastas más geniales de todos los tiempos.
En su cine posfranquista es cierto que se manifiestan y afloran diversos intereses, entre ellos el cine social (Deprisa, deprisa, ¡Dispara!, Taxi…) o histórico (¡Ay, Carmela!, El Dorado…), pero el que verdaderamente destaca como sólida vertiente es un cine de danza en las antípodas de su cine político de los setenta.
Carlos Saura hace danza con su cámara, crea un discurso autoral desde la danza. Respeta cada estilo que aborda pero lo lleva a su terreno personal desde elementos como la luz, los enfoques y encuadres, el color y la exaltación de los bailarines. Es un cine de autor que ha hecho aportaciones alejadas de la fórmula del musical de Hollywood y que ha dado títulos de enorme relevancia y repercusión al cine nacional. Un conjunto de películas que pone el nombre de Carlos Saura entre los grandes de la danza de este país, un derecho ya ganado con esa prodigiosa trilogía flamenca con Antonio Gades en los ochenta, tres producciones que fueron por igual exitosas como filmes que como propuestas escénicas: Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1985).
Alma de flamenco
Pero estas tres son apenas el prólogo de una docena larga de películas danzantes de reconocible y perfeccionista estética que han subrayado, reinventado y retratado, principalmente, el flamenco pero también otras danzas, casi siempre de raigambre popular. “El flamenco me toca mucho”, confiesa el realizador. “Veo los pasos flamencos y ya quiero rodarlos pero voy siempre a tientas porque no soy experto ni en flamenco ni en danza. Por eso, para mis películas de danza siempre me busco un asesor [Gades en la trilogía, Miguel Ángel Berna, en Jota, Aída Gómez, en Salomé, Lalo Schifrin, en Tango…]. He conocido muchos cantaores, bailaores y bailaoras, y es de ellos que he aprendido. Maestros como Gades o Paco de Lucía han sido mis amigos y me han enseñado muchísimo”.
Flamenco (1994) y su secuela Flamenco, Flamenco (2010), son películas sin argumento que reúnen a las estrellas más rutilantes y definitivas de la danza española y constituyen todo un documento testimonial. Sevillanas (1992) y Jota (2016, inspirada en el folclor de su tierra) ponen sello de sofisticada vanguardia a dos danzas populares nacionales, y Tango (nominada al Oscar, 1997, en la foto sobre estas líneas) y la más reciente, El rey de todo el mundo, (en la foto que abre esta información) aún sin estrenar, a bailes tradicionales de dos países que le son cercanos y queridos: Argentina y México.
La razón y detonante de todas estas películas son menos complejos de lo que podría pensarse. “Es que me apasiona la danza”, confiesa. “Ya sé que no está bien y me da un poco de vergüenza, pero he mandado a repetir una toma solamente por el placer de verlos bailar, es que me resulta maravilloso tener a todos estos bailarines haciéndolo para mí”.
La verdadera dimensión de este cine, sus alcances formales y aportaciones a la danza quedan ahora desplegados en la detallada e inteligente exposición Carlos Saura y La Danza que, con comisariado de Ana Berruguete, de La Fábrica, recoge testimonios de todas estas producciones y desvelan y revelan al público otras facetas del realizador. La de fotógrafo, con una serie imponente e impactante de retratos de personalidades de la danza que van de Margot Fonteyn a Lola Flores, Antonio Gades o Miguel Ángel Berna, pasando por esos retratos memorables al maestro Vicente Escudero. La de dibujante, producto de una obsesión personal, que le lleva a dibujar y detallar diferentes escenas y momentos de sus películas. La de director escénico, con bocetos y testimonios de su tardía vocación por el teatro.
Carlos Saura y La Danza ha sido organizada por Fernán Gómez Centro Cultural de La Villa, de Madrid, donde podrá verse hasta el 6 de junio y no es la primera aproximación a Saura que hacen desde La Fábrica, casa que mantiene itinerante por varias ciudades la exposición Carlos Saura Fotógrafo, Una vida tras la cámara, una selección de 118 instantáneas del cineasta que, hasta el 16 de mayo, podrá visitarse en la Sala Amós Salvador, de Logroño. La entrada a la detallada y cuidada exposición Carlos Saura y la danza, en el espacioso recinto debajo de la madrileña Plaza Colón, es gratuita.
