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CUNNINGHAM Y EL AZAR 

El Ballet de Lorraine trae tres obras históricas y muy representativas del célebre coreógrafo norteamericano al Festival Dansa Quinzena Metropolitana, de Barcelona. Te lo contamos todo…

 

Texto_ALBA ANZOLA Fotos_LAURENT PHILIPPE

Madrid, 17 de marzo de 2021

El Ballet de Lorraine (antes Nancy) ha sido, desde los años ochenta, uno de los más innovadores centros coreográficos franceses. Ha tenido numerosos directores artísticos (el recientemente fallecido Patrick Dupond entre ellos) y desde siempre ha manifestado su interés por el amplio repertorio del siglo XX. Desde 2011 bajo la dirección del coreógrafo noruego Petter Jacobsson, esto no ha cambiado. Y una buena prueba de ello es el llamativo programa dedicado al sobresaliente coreógrafo neoyorquino Merce Cunningham (1919-2009), precursor de la posmodernidad, que traen del 19 al 21 de marzo al Mercat de les Flors, dentro del Festival Dansa Quinzena Metropolitana.

No es la primera vez que el Mercat se prosterna ante Cunningham, y en esta ocasión el Ballet de Lorraine le permitirá mostrar al mismo tiempo una rareza, un título emblemático y otro muy popular. La rareza es cortesía de Jacobsson y su usual colaborador Thomas Caley, quienes han “reinventado” desde el rigor, la sensibilidad y la creatividad For Four Walls, un trabajo temprano del tándem Merce Cunningham / John Cage para 24 bailarines, que se perdió completamente tras una única función en 1944. La estructura coreográfica, muy usual en Cunningham, se basa en los contrastes (fuerte-suve, agudo-grave) pero la música de Cage ofrece una intensidad psicológica inesperada, muy alejada de la música mucho más racional y desprovista de emociones por la que sería reconocido.

RainForest (1968, en la foto superior) es un clásico en el catálogo del creador norteamericano y una de sus piezas más resaltadas por la crítica. Es el ejemplo perfecto para entender el concepto del azar, tan importante en su teoría. Cierto es que buena parte de la celebridad de la coreografía viene por la intervención de Andy Wahrol, toda una estrella del pop en aquel entonces, que cedió al coreógrafo su instalación Silver Clouds (Nubes plateadas), unos cojines de polietileno inflados con helio, que se apoderan libremente del espacio.

Los bailarines no pueden calcular en qué momento se le atravesará un cojín de los muchos que andan volando por la escena todo el tiempo, por lo que están obligados a improvisar e incorporar en cada ocasión este elemento que, originalmente, nunca estuvo en los ensayos ni ellos sabían que los tendrían en el escenario.

No hay que olvidar que para Cunningham no existía la interdependencia entre danza, música y decorados sino que la consideraba una coincidencia de tres obras singulares en el mismo tiempo y espacio, pero sin relación ni conexión alguna. Y ocurría que, a veces, el azar terminaba modificando lo establecido y su bailarín debía estar preparado para salirse de la pauta e improvisar, sin romper la continuidad de la coreografía.

 

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Por la América profunda

La ruptura radical con los patrones habituales de la danza (incluidos belleza, gracia, musicalidad, armonía, sincronización...) fue un principio de la nueva danza de Cunningham muy poco comprendido en sus primeros trabajos. Durante los años tempranos, en los cuarenta y cincuenta, no había halagos ni ovaciones. Estoicamente la compañía bailaba en extenuantes giras por la América profunda, frente a audiencias escasas, desinteresadas y con suerte aburridas, porque las hubo vehementes y agresivas. Pero en los años setenta ya había entusiasmo, aceptación y entendimiento de su propuesta. De este período de esplendor data Sounddance (1973, en la foto), tercera recuperación del programa del Ballet de Lorraine, y una de las más queridas por las audiencias.

Ya reputado y famoso, Merce Cunningham había aceptado la invitación del Ballet de la Ópera de París, para quienes montó Un Jour ou Deux (1973), en un proceso de nueve semanas que debió ser agotador tanto para él como para los bailarines de esta formación académica poco habituada a los modos posmodernos del maestro americano. Cuando volvió a su estudio de Nueva York estaba deseoso de romper con la disciplina de los cuerpos franceses y contradecir los principios de uniformidad, sincronización y perfección del ballet. La respuesta fue Sounddance, una obra coral y disruptiva, perfectamente organizada como un caos, que terminó seduciendo a las audiencias, que se divirtieron y ovacionaron la inteligente ironía del célebre coreógrafo.

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