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LA CANTERA DEL NYCB

La plataforma Disney + ha lanzado su inofensiva y blanca serie documental En puntas, que sigue la vida de los niños que se forman en la escuela de Balanchine, en Nueva York. Te lo contamos…

 

Texto_BEGOÑA DONAT

Madrid, 24 de diciembre de 2020

Puede que anualmente, desde los años sesenta, en cada rincón de EE.UU. y su área de influencia cultural, ya sea Reino Unido, Canadá, Bélgica o España, se programe una versión del ballet El cascanueces por Navidad, pero la representación de culto para los devotos de la danza es la programada en el Lincoln Center de Nueva York. El coreógrafo ruso George Balanchine fue el que procuró el abrazo popular a la composición de Chaikovsky en vísperas de las fiestas blancas cuando su adaptación para el New York City Ballet fue televisada a finales de 1950.

Una década antes, otra personalidad aupó el cuento de hadas a tradición navideña. Fue Walt Disney, al incluir siete fragmentos de la partitura en su película de animación de 1940, Fantasía.

Ahora, vía plataforma de streaming, ambos nombres señeros de la cultura popular suman fuerzas en el año en el que el espectáculo ha sido suspendido por la incidencia de la pandemia. Disney + ha estrenado una serie documental que se adentra en una temporada de la Escuela del American Ballet (SAB), cantera del New York City Ballet, cuyos alumnos más pequeños integran el elenco del clásico navideño.

A lo largo de los seis episodios de En puntas se detalla la vida de un nutrido grupo de alumnos de entre 8 y 18 años que tienen una anécdota en común: prácticamente todos anhelaron convertirse en bailarines profesionales después de asistir a una función navideña de El cascanueces.

En coherencia con la enseña del ratón, la propuesta, producida por Brian Grazer y Ron Howard, y dirigida por Larissa Bills, es blanca. No hay intrigas, frustraciones, rivalidades tóxicas, emociones convulsas ni lesiones. Los niños y chavales retratados persiguen su sueño con ilusión, dedicación, compromiso, compañerismo y esfuerzo.

En esta serie para todos los públicos, padres e hijos asisten al día a día de una de los mejores centros del mundo dedicado a formar jóvenes en la disciplina del ballet.

La mayor parte de sus estudiantes tienen entre 8 y 13 años y proceden de Nueva York y de su zona de influencia. En la sección intermedia y avanzada enseñan a 64 adolescentes de todas las esquinas del país, desplazados a la Gran Manzana para perseguir su sueño.

A los más críos se les ve en la estación de metro de camino a la SAB, en la intimidad de sus habitaciones, comiendo el desayuno y la cena en familia. A los mayores, interactuando en la cantina de la residencia, zurciendo sus zapatillas de punta mientras comentan a sus padres por teléfono cuantísimo les echan de menos.

 

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Ritos de paso

Cada mes de abril un equipo de la escuela se desplaza a Chinatown, al Bronx, a Queens… en pos de aspirantes de 6 a 10 años. Del total de sus 700 estudiantes, un 25% procede de estos barrios. “Muchos no han estado nunca en el Lincoln, así que nosotros vamos a ellos, porque queremos que nuestra escuela sea diversa”, explican los cazatalentos.

Los elegidos necesitan de la implicación de toda la familia, ya que van a tener que hacer compatibles los horarios del colegio con los de la escuela de danza. No digamos ya si resultan seleccionados para las funciones de El cascanueces.

A lo largo del año se realizan audiciones para determinar los 126 niños y niñas que integrarán los dos elencosque subirán al escenario. “El reto cada año es saber que habrá niños que se quedarán fuera y estarán decepcionados y tristes. A las niñas, por ejemplo, les preocupa ser demasiado altas, porque se quedarán fuera. Pero no porque no sean buenas, es una cuestión de talla”, precisa la directora del repertorio infantil del New York City Ballet, Dena Abergel.

Brandon, uno de los niños de nueve años elegido para interpretar al soldado va enseñando las zapatillas de sus sucesivos papeles en El cascanueces, firmadas por bailarines profesionales del elenco. “Es increíble que alguien quiera firmar en unas zapatillas apestosas, pero sí lo hacen. Y ahora están sobre tu mesa, mamá”, bromea con su progenitora.

Es un rito de paso que marca sus vidas. Como también el primer día que calzan unas zapatillas de punta. La cámara capta este hito en estudiantes de 11 ó 12 años. También la charla que se da a sus padres, poniéndoles al tanto del dolor que van a sentir sus retoños y de las rojeces en sus dedos.

 

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El tiempo dirá

Los alumnos más jóvenes se ponen a prueba mientras ensayan y actúan en el ballet de Balanchine, mientras que los más veteranos siguen una rigurosa formación para emprender una carrera profesional.

La escuela recluta a los más avanzados a través de audiciones en toda la nación y en sus programas de verano. Para este curso, lo anónimo se personaliza en las figuras de Taela, de Nueva Orleans, Dominika, de Tampa, Sam, de Richmond, y Elias, de Oakland.

Entre el profesorado hay bailarines retirados y en activo del NYCB, como Sterling Hyltin, bailarina principal de la preeminente compañía. La SAB todavía cuenta con varios miembros de la generación de Balanchine que se encargan de cuidar el legado que el mítico coreógrafo dejó a la escuela, enseñando a sus alumnos a partir de su estética.

Como comparte Dominika, “pasar del clásico al estilo Balanchine es un salto. El clásico es conocido por la lentitud de sus movimientos, todo parece muy Lago de los cisnes, mientras que en la técnica que aprendemos en esta escuela, todo son pequeños chispazos de fuego”.

Sam añade que para los dúos, la labor del bailarin no consiste en lucirse, sino en exponer a su compañera para su propio lucimiento, mientras la mantiene segura.

La presidenta del claustro, Kay Mazzo, es una de las profesoras que bailó bajo las órdenes de Balanchine. A lo largo del metraje se accede a fotos en blanco y negro de su etapa como bailarina para el NYCB. “Uno de los aspectos más exigentes de esta técnica es la atención a los detalles y hacer evidentes y virtuosos los movimientos entre grandes movimientos”.

Cada jueves recogen su par de zapatillas, que suelen ser un mínimo de dos pares, porque como apunta Dominika, tienen una gran cantidad de clases en puntas.

La dinámica entre los estudiantes es afable. No hay crítica ni resquemor. “No todo es ser competitivo, sino que hay que alentar a tus amigos. Yo intento ser amigo de cuantos más, mejor, porque la danza es un mundo pequeño y hay que tener buena reputación”, confiesa Sam.

La intención del centro es encontrarles trabajo a todos ellos. Sus estudiantes hacen audiciones para 16 compañías del país, además de internacionales. No obstante, por mucho que su formación se desarrolle en una institución de prestigio mundial, el futuro no está escrito para ninguno de ellos.

Como argumenta el director de inserción profesional y antiguo bailarín del New York City Ballet, Allen Peiffer, “la palabra que nos gusta usar es potencial, porque no hay bola de cristal. A los 18 harán una audición para el NYCB, pero antes puede pasar cualquier cosa. No hay garantías”.

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