AY QUE CALÓ
María Pagés animó los Veranos de la Villa la semana pasada con Siete golpes y un camino, que podrá verse este sábado en Telemadrid. Allí estuvimos y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Fotos_ LUCASK MICHALAK/ MADRID-DESTINO
Madrid, 19 de agosto de 2020
Se estrenó Siete golpes y un camino en el marco de la Bienal de Sevilla 2014, año en el que la compañía de María Pagés celebraba sus 25 años de escenarios. Se ha visto poco y a seis años de su premier sigue vigente como testimonio de una trayectoria. Al menos así quedó demostrado el fin de semana pasado cuando la coreógrafa y bailaora la retomó, esta vez en el marco del Festival Veranos de la Villa, bailándola con su solvente equipo en el Patio Conde Duque, de Madrid, donde se viene demostrando, con estrictas medidas de seguridad, que las artes escénicas no son un peligro en tiempos de coronavirus. Aún así temerosos, desconfiados, perezosos, rezagados o pobres este sábado 22 de agosto por la noche tendrán su oportunidad cuando se emita al completo por Telemadrid.
Siete golpes y un camino es un espectáculo que permite aproximarse a un auténtico sello personalizado del panorama flamenco actual, aunque sus ocho episodios no abracen todas las (numerosas) facetas de la artista. Y es que el caso de María Pagés es bastante singular. Hace más de treinta años, cuando comenzó su andadura, no existía ese marco institucionalizado de “nuevo flamenco”, denominación que hoy cuenta con su propio star system. El mainstream por entonces era el de los flamencos de toda la vida, que en buena medida se debían a su público, un numeroso grupo de incondicionales dominado (aquí en España, porque japoneses y norteamericanos son otra especie fanática) por un pequeño pero ruidoso clan de puristas e intolerantes que acudían frenéticos al Festival de Jerez para cuidar el territorio de intromisiones extrañas. Vanguardia era entonces lo que Gades había hecho. Así que Pagés irrumpió en aquel templo -el Teatro Villamarta- más bien como una de esas intromisiones. Y le cayeron encima.
El atrevimiento superlativo consistía en bailar flamenco a ritmo de Tom Waits y Peter Gabriel, dos figuras estelares del pop anglosajón que, ciertamente, de cantaores poco tenían. Pero El perro andaluz (1996), homenaje al Surrealismo de María Pagés fue, ahora lo sabemos, heraldo de tiempos por venir.
Mirada de artista
Su flamenco siempre ha sido riguroso en cuanto a la ejecución, pero en lo personal tuvo desde los inicios una mirada por encima del flamenco mismo. Una mirada de artista, de creadora sensible. De ahí que no haya sido sorprendente que años más tarde, se interesara por llevar a la danza las curvaturas de un arquitecto como Niemeyer (Utopía, 2012) o que hiciera insólita alianza con un creador de vanguardia como el coreógrafo belga-marroquí Sidi Larbi Cherkaoui (Dunas, 2009), actual director del Ballet de Flandes (agrupación programada por el Teatro Real para su próxima temporada).
Nunca perteneció María Pagés al gremio de los convencionales. Rechazó el estrellato de los que asumían el flamenco como show business pero tampoco se apuntó al club de los modernos que hacían rupturas radicales. Se ha mantenido como una isla con su flamenco siempre elegante y personal, en tanto que viene tamizado por su mirada. El suyo es un flamenco inteligente e informado, que no quiere ser tradicional pero tampoco se siente capaz de destrozar lo cultivado. Es un flamenco que puede ser amable y deslumbrante, arriesgado y riguroso a un tiempo. Actual siempre. Que deja espacio a la poesía, a la danza contemporánea, a la literatura y también al humor (Ay qué caló, en la foto sobre estas líneas, es momento delirante, ahora actualizado con mascarillas anti-covid).
Todo eso se nota, y mucho, en las ocho secciones que componen Siete golpes y un camino, pero siendo un espectáculo-resumen de una trayectoria, se echan en falta, también mucho, referencias más directas y concretas a su lado más atrevido, salvaje y experimental, sin duda una de las facetas más notables y distintivas de su propuesta.