ESCULTURA VIVIENTE
Clausura esta noche el Festival de Itálica, en Sevilla, con una segunda representación de ‘Rodin’, de Sergio Bernal. Fuimos anoche a verla y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN
Sevilla, 28 de junio de 2025
Vaya por delante que Sergio Bernal es un magnífico bailarín expresivo. Ya cerca de la madurez, conserva la línea y la forma, el salto ágil y el giro perfecto. Tiene personalidad y versatilidad en el baile. Sin esfuerzo aparente, cambia de registro y no pierde la compostura. Lo demostró anoche, en la clausura del Festival de Itálica, bailando la propuesta Rodin, firmada por él y su mentor Ricardo Cué, en el teatro romano de Santiponce, en Sevilla (con función adicional esta noche). Aunque es él centro y foco del espectáculo, estuvo bien acompañado por la bailarina argentina Ana Sophie Scheler, el Ensamble Musical Mundo Sonoro y sus solistas.
No es fácil (ni para él ni para cualquier otro bailarín) sostener un espectáculo sobre los hombros durante una hora, sobre todo si, como es el caso, se trata de una coreografía ambiciosa, a medio camino entre la tradición del ballet neoclásico narrativo y la demostración virtuosa. Rodin es un espectáculo hecho a la carta, a la medida de las posibilidades y fortalezas de la danza de Sergio Bernal, que no son pocas. Intenta aproximarnos al ímpetu creativo que movió a Auguste Rodin a la hora de cincelar esas esculturas de perfecta belleza y humanidad, pero no cuenta con el potencial necesario para ello, echando mano a recursos fáciles y hoy caducos como esa voz en off del todo innecesaria.
Se despliega la pieza como un tríptico, dedicando cada capítulo a una de las esculturas del celebrado artista francés. Arranca con Torse d’homme Louis XIV, prosigue con la famosa El beso y cierra con su obra cumbre, El pensador, adecuando respectivamente a cada una los conceptos de la belleza física, el amor y el pensamiento. En la primera, Bernal se transforma en el Rey Sol, donde echa mano de las danzas barrocas –algo que no tiene sentido pues el punto de partida es una escultura de principios del siglo XX, no la vida ni andanzas de un rey del siglo XVII-. En la segunda, ya directamente biográfica, aparece interpretando a Rodin y se hace acompañar de Scheler haciendo de Camille Claudel, en un registro pas de deux de ballet clásico, que termina por ser el momento más bello y auténtico de la noche, para finalizar desde otro ángulo, con una disertación más bien filosófica, bailada desde la danza española, cerrando el espectáculo con la bellísima imagen de la escultura del pensador en el cuerpo de Bernal.
La dramaturgia es errada, la selección musical incoherente y la narrativa confusa, porque lo resuelve desde una óptica, un tono y unas intenciones totalmente distintas cada vez. Los mimbres con los que está hecho Rodin son su valía, hay mucho talento en escena. No obstante, la coreografía es débil, los movimientos repetitivos y la imaginación escasa. Pone el listón alto pero no sabe resolver sus propios planteamientos. Quizá la vida y tormentos de Rodin tendrían mayor lógica y sentido desde un gran ballet narrativo a la usanza y tradición de coreógrafos como John Cranko o Kenneth MacMillan, un ballet con muchos bailarines, grandes decorados, suntuosos vestuarios y momentos corales. La austeridad del Rodin de Bernal / Cué no encaja con lo que pretende. Queda eso sí, el placer indiscutible que siempre supone ver en acción a este bailarín versátil, enérgico y perfeccionista. Auguste Rodin es, pues, solamente una percha, el pretexto para que esto ocurra.





