DESLUMBRANTE BALLET DE VIENA
Debutó anoche en el Teatro Real la potente agrupación austríaca con ‘4’, sugerente trabajo de su director Martin Schläpfer. Fuimos a verlo y estos nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN FOTOS_JAVIER DEL REAL
Madrid, 24 de mayo de 2025
Elegancia, sobriedad y contención. En eso coinciden las dos piezas con las que el Ballet Estatal de Viena debutó anoche el Teatro Real, de Madrid (con funciones hasta mañana). Por un lado la breve, armónica y luminosa Concertante (1994), pieza tardía y de madurez de Hans Van Manen, pilar del neoclásico holandés, y por otro, la serena espectacularidad de 4, la creación con la que el veterano creador suizo Martin Schläpfer debutó, en 2020, como director artístico de la potente y numerosa formación vienesa.
Sustentada y compenetrada con la Sinfonía nº 4 en sol mayor, de Gustav Mahler, que sonó nítida desde el foso con la Orquesta del Real, bajo dirección del británico Matthew Rowe, Schläpfer se decanta por el luto, en una puesta en escena de negros y blancos, en apariencia abstracta pero que sabe navegar por distintos estados anímicos a lo largo de sus cuatro movimientos, que cerraron con la notable intervención en directo de la soprano valenciana Marina Monzó.
Se aleja el coreógrafo de las grandes proezas y hazañas físicas pero exige compenetración, delicadeza, precisión, entrega y gran dominio de la técnica a sus bailarines. Aunque hay dos chicas que llevan la voz cantante y ejercen de hilo conductor, no hay en realidad protagonistas. Tampoco un tema específico. La pieza fluye con gran dinamismo diseminada en duetos, tríos, cuartetos y pequeños grupos que se hacen y se deshacen en una alternancia continua. En pocas ocasiones acude a los momentos corales y cuando lo hace, trabaja desde grandes bloques de gran impacto, completamente masculinos o femeninos.
Hay gran belleza formal en la composición, esmero y cuidado en los detalles. Perfeccionismo, en definitiva. La obra, con esos bailarines que cada tanto se desploman o son guiados y arrastrados por otros ante su dificultad de proseguir, no es exactamente triste pero sí definitivamente apesadumbrada y bucólica. Transcurre con parsimonia, distanciamiento y cierta frialdad durante los dos primeros movimientos hasta que desemboca en el tercero, el verdadero gran momento de la representación.

Emociones auténticas
Como un estallido –aunque siempre desde la contención- cambia radicalmente el estado de ánimo en este tercer bloque. Se suceden figuras escultóricas de gran belleza, ocurre la más potente intervención del equipo masculino y cambian los ritmos hacia una mayor fluidez escénica, de la que emanan emociones auténticas. En el cuarto movimiento, ya el coreógrafo nos tiene en su bolsillo. 4 es una coreografía compleja, exigente, de grandiosa sencillez. Se aferra a Mahler pero sabe ser igual de eficaz también en sus largos silencios, rotos alguna vez por el insistente golpeteo de las puntas de las bailarinas contra el suelo, lo que convierte en recurso sonoro.
Y si funciona como relojería es por el buen hacer de esa enorme masa de bailarines que la compone, porque en ellos descansa todo el peso, foco e interés de la representación, aún cuando el elegante espacio escénico y esa iluminación de pocos brillos juegan un papel importante en su extraña y sugerente atmósfera.
Sin ser festiva, Concertante (en la foto sobre estas líneas) es ejemplar del neoclásico que ha cultivado Hans Van Manen durante décadas. Ocho bailarines que parecen veinte, no dejan de entrar y salir, interactuando rápidamente entre ellos o quedándose solos por un momento, antes de dar paso a otra danza que al instante se va disolver para que entre una nueva. La sincronización, los unísonos, el canon, el pas de deux en miniatura, los tríos graciosos… la variación y combinación es constante en un escenario convertido así en un vendaval de cuerpos en sintonía. Una pequeña y ciertamente bella creación de apenas veinte minutos. Una gema de Van Manen.





