LOS CUERPOS DISTORSIONADOS DE SHARON EYAL
Hasta mañana podrá verse en Teatros del Canal ‘Into the Hairy’, la nueva y obsesiva creación de la coreógrafa israelí. Fuimos a verla y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Fotos_KATERINA JEBB
Madrid, 27 de marzo de 2025
Se ubica Into The Hairy entre lo siniestro y lo grotesco, lo inquietante y lo fascinante. Obra rara e inclasificable, que deambula por el retorcido y ya perfectamente reconocible universo de Sharon Eyal, esa creadora israelí inclasificable que cultiva hordas de fanáticos, admiradores y algún que otro imitador, debutó anoche en los madrileños Teatros del Canal (con funciones hasta mañana) y, como es usual, dejó al público atónito y encantado (a juzgar por la ovación al final) con esta propuesta que se presenta fuera de su trilogía OCD LOVE, la que la catapultó a la fama, pero que podría citarse como creación hermana o hija.
Durante más de veinte años, Eyal estuvo trabajando a la diestra de Ohad Naharin, entonces director artístico de la Batsheva Dance Company, de Tel Aviv. Allí, como bailarina primero, como asistente después y finalmente como coreógrafa asociada, sorbió -como casi todos los creadores de Israel- del estilo y formas del reputado creador y asimiló, cómo no, el GAGA, su particular lenguaje codificado. Cuando en 2010 creó para este colectivo su pieza Bill, un homenaje al video-creador Bill Viola, que fue su primer gran éxito internacional, ya marcaba cierta distancia con las formas de Naharin y surgían algunas constantes que iban a ser definitivas en su trabajo posterior fuera de Batsheva. Las mismas que aparecieron anoche plenamente desarrolladas y afinadas en Into The Hairy.
Fuera de Batsehva, fundó Sharon Eyal en Israel, junto a Gai Behar, su compañía L-E-V, que hoy aparece transmutada en S-E-D, con sede en Francia. De su primera etapa cabe destacar la citada trilogía OCD LOVE, cuyo punto de partida fue el texto de un poeta que intentaba explicar las dificultades para enamorarse que padecía alguien con un TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). En apariencia abstractas, ninguna de las tres aludía directamente al asunto pero presentaban una danza nerviosa, llena de tics y espasmos, en la que había comportamiento grupal pero muy poco contacto físico entre los intérpretes, que se desdoblaban, retorcían y deambulaban absortos por el escenario.

Obsesiva y compulsiva
Into The Hairy no escapa a estos registros, en lo que ya oficialmente es el lenguaje de la reputada coreógrafa, hoy solicitada para crear obras para compañías tan prestigiosas como el Ballet de la Ópera de París o Los Ballets de Montecarlo. Esta nueva creación, que ya se ha visto en el Teatro Central sevillano, donde es habitual, es más oscura si cabe. Los bailarines –asexuados, andróginos, deshumanizados- son tratados como una masa informe de seres que se va desplazando ritualmente por el escenario bajo las órdenes de la imponente, fascinante, ecléctica y cambiante banda sonora, en lo que supone la primera colaboración entre la coreógrafa y el reconocido compositor y productor londinense Koreless.
En la danza, persiste lo obsesivo compulsivo. Aunque siguen un patrón clara y minuciosamente marcado por la creadora, pareciera un conjunto disciplinado con miembros díscolos que a veces se desmarcan del todo para bailar solos o duetos de cuerpos aún más distorsionados, antes de volver a ser reabsorbidos por esta masa humana que se mueve al unísono o en canon, apiñada o en fila, como una comparsa macabra, creando estremecedoras imágenes congeladas de vez en cuando.
Cuidada obsesivamente hasta los mínimos detalles (esa iluminación de claroscuros que de repente tiñe todo de rojo, la modulación del volumen de la música), Into The Hairy requiere concentración. Puede que se haga monótona -aunque no a la manera obstinada del minimalismo-, porque intencionadamente huye de los momentos climáticos o estelares. La coreografía es fascinante pero la fascinación surge del hecho de que es plana, fría y desapegada. Hay también cierto distanciamiento emocional. Transcurre sin sobresaltos, se desliza con cierta placidez incómoda y constante, como si en el universo que nos crea Sharon Eyal todo pasara a un único ritmo y todo tuviera la misma importancia.





