HIP HOP AL SOL
Un impresionante equipo de breakers se alza como la garantía de Sol Invuctus, la creación que el francés Hervé Koubi presenta en Teatros del Canal hasta este domingo. Allí estuvimos y así lo vimos…
Texto_OMAR KHAN Fotos_NATHALIE STERNALSKI
Madrid, 14 de marzo de 2025
Volver sobre los rituales al sol, ésta vez desde el hip hop, suena prometedor. Hasta el próximo domingo, el creador francés Hervé Koubi estará presentando en la Sala Roja de Teatros del Canal su particular manera de aproximarse al astro estrella que nos da la vida. Con la complicidad de los 19 breakers de su potente compañía, este francés descendiente de argelinos, que alguna vez bailó para la entonces innovadora Karine Saporta –gran personalidad de la danza intelectual francesa del pasado siglo-, construye Sol Invictus, una pieza desmesurada, ideada y diseñada para el lucimiento del impresionante talento que tienen sus bailarines.
Vaya por delante este aspecto, pues es el más relevante de una velada de casi hora y media, que pudo durar un cuarto de hora, 50 minutos o extenderse a cuatro horas sin apenas alterarse. Las proezas de los breakers en escena son realmente apabullantes, dos ojos no bastan para captar todas las maravillas que se suceden una tras otra a velocidad de vértigo. Saltos de infarto, giros imposibles, cargadas espectaculares, caídas impresionantes, pequeños grupos que se disuelven, grandes momentos corales en canon o unísono… cada uno de los intérpretes demuestra unas habilidades y perfeccionismo que no deberían pasar inadvertidos para nadie en la sala. No obstante, el escenario termina convertido en una plataforma de virtuosismo vertiginoso, un exceso atropellado de increíbles hazañas, tan excesivo que termina por ser su propio cadalso.
Al ser intervenciones solapadas, simultáneas y a gran velocidad (impresionante la resistencia de estos chicos), el mismo coreógrafo hace que muchos de ellos no tengan el protagonismo que merecían, creando además una zozobra constante en un espectador bombardeado de talentos en acción, que no sabe cuál es el que hay que ver. Cuando William Forsythe hacía esto mismo con los bailarines de ballet en los años ochenta, había un sustento ideológico, había un mensaje, porque lo que se pretendía era desacralizar el ballet académico, destruir la idea del bailarín estrella. No es el caso de Koubi.

¿Y el sol?
El tema de la relación de los humanos con el sol no es un asunto limitado. Todo lo contrario. Bibliografía, mitología, películas, literatura, música, poesía… hay de todo, y como sol siempre ha habido allá arriba, la génesis de esta relación –astrológica, física, mística, esotérica, alienígena- se remonta a los orígenes mismos de la humanidad. Todo un campo de investigación para una coreografía. Lo cierto es que un manto dorado, unos focos que simulan al astro y unas secuencias que asemejan rituales antiguos no son suficientes. Aquí no hay investigación ni dramaturgia. No hay un trabajo de fondo ni una intención clara. El sol es un pretexto para alzar una estética determinada y sobre todo, encadenar piruetas y hazañas de danza urbana a mansalva.
El problema no es exclusividad de Hervé Koubi. Es una carencia del hip hop escénico en general, que no termina de asimilar las nociones de la dramaturgia ni atender ciertas reglas de la puesta en escena. Sigue siendo su tarea pendiente, aunque hay puntuales excepciones. Kader Attou, también francés y director de Accrorap, una de ellas. Su Symfonia Piesni Zalosnych (2010), hecha desde el hip hop a partir de la Tercera Sinfonía de Gorecki, parecía la coreografía pionera de una nueva era para el hip hop escénico, pero se ha quedado en una obra excepcional, una isla de gran valor artístico en medio de este universo más bien inclinado al espectáculo.
El otro problema, que tampoco es exclusivo de Kooubi, pero en el que también incurre, es el de la misoginia. Una total ausencia de coreógrafas en un mundo creativo que se ha impuesto de naturaleza masculina quizá sea una de las razones de la infravaloración femenina, pero lo cierto es que la discriminación sigue estando. Y es curioso porque el espectáculo por otro lado, se jacta de inclusivo con su fantástico bailarín con una sola pierna. Las poquísimas b-girls de Sol Invictus son, claramente, el cumplimiento de una cuota, un gestito políticamente correcto para evitar recriminaciones, pero la participación femenina en el espectáculo es mínima, verdaderamente anecdótica.
La ovación larga y de pie anoche en la abarrotada Sala Roja reconocía y daba vítores al talento, virtuosismo y resistencia de los breakers, pero a lo mejor no tanto a esta creación excesiva, a la que el sol le quedaba tan lejos como a nosotros cada mañana.





