LA FUERZA DRAMÁTICA DE ‘ONEGIN’ RESURGE EN LOS CUERPOS DE LA ÓPERA DE PARÍS
Anoche, la famosa compañía de ballet parisina ofreció la última función de este deslumbrante título de John Cranko, recuperado esta temporada. Allí estuvimos y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Fotos_JULIEN BENHAMOU
París, 05 de marzo de 2025
Es verdad que, en los años ochenta del siglo pasado, William Forsythe irrumpió como un tsunami en las grandes casas de ballet europeas promoviendo una ruptura con los usos del ballet académico, en la que colocaba la técnica clásica al servicio de abstracciones y vanguardias. Algo nunca visto. Pero entre los dos extremos -el conservador de los ballets edulcorados de Petipa y la innovación rabiosa del coreógrafo norteamericano-, había grises, existía un término medio: el del ballet neoclásico narrativo, un estilo psicológico cultivado por la llamada Escuela Británica (McMillan, Ashton, Tudor…) que, a pesar de ser muy apreciado por las audiencias, hoy parece en extinción.
La reposición de Onegin, de John Cranko, en la actual temporada del Ballet de la Ópera de París (que tuvo su última representación anoche en el Palacio Garnier de la capital francesa) parece un llamado de atención y una decidida (y justa) reivindicación de este estilo. El coreógrafo, de origen sudafricano y director del Stuttgart Ballet alemán, donde reinó hasta su prematura muerte a los 44 años, fue uno de los grandes exponentes de este estilo teatralizado de ballet y Onegin, adaptación fidedigna de la bucólica novela de Pushkin, que montó en 1965 con protagonismo de su musa Marcia Haydée, una de las creaciones más representativas de su estilo y elegantes modos escénicos. No rehuía de la espectacularidad (los magníficos decorados de la producción parisina o los grandes momentos corales de fiestas campestres o en palacio dieron anoche cuenta de ello). Aunque no era muy de proezas, piruetas ni excesos de virtuosismo, requería un tipo de intérprete muy especial, hoy también tan escaso como títulos dedicados al neoclásico narrativo: el bailarín expresivo, capaz de construir un personaje taladrando en su mente y piscología, expresando con el cuerpo sus dudas, tormentos y transformaciones interiores.

Personajes complejos
De hecho, la mayor complejidad de Onegin reside justamente en la transformación que sufren los protagonistas en los muchos años que median entre el segundo y el tercer acto. Tatiana, que al inicio representa la candidez de la burguesía rural rusa, ha de terminar convertida en una aristócrata nada ingenua y muy refinada, al tiempo que Onegin, el joven de ciudad arrogante y cínico que mata en duelo a su amigo, y ofende y desprecia a la chica de campo, reaparece atormentado, destruido y enamorado en el trepidante acto final.
En correspondencia con la excelencia siempre atribuida a los certeros bailarines del Ballet de la Ópera de París, agrupación desde hace dos años bajo la atenta mirada del español José Carlos Martínez, el cuarteto protagonista de la obra lució a la altura –técnica y emocionalmente-, desplegando toda una gama de registros a lo largo de la representación.
Amandine Albisson es una bailarina de gran belleza, versatilidad y fuerza emocional que supo abordar tanto la fragilidad como la entereza de Tatiana, con especial destreza y perfeccionismo. Su momento final, cuando opta por rechazar a Onegin a pesar de todavía quererlo es de una fuerza y determinación arrolladoras, que arrancaron merecidas ovaciones, al tiempo que, encarnando a Onegin, el joven bailarín Jérémy-Loup Quer parecía más cómodo siendo cínico y perverso al inicio que atormentado y destruido al final, pero llevó la voz cantante y canalizó toda la atención en los dos primeros actos. Los otros principales, Blanca Scudamore como Olga, hermana de Tatiana, y especialmente, Alexander Maryianoski como el malogrado amigo, también destacaron. Mención especial merece Thomas Docquir, en el rol pequeño del Príncipe Grèmine, que se mostró brillante, seguro y solvente en el dueto con Albisson hacia el final.
Por lo demás, tanto secundarios (notable el baile de los abuelos) como el deslumbrante cuerpo de baile del Ballet de la Ópera de París abordaron con compromiso y entrega este ballet espectacular, defendiendo con honestidad el legado de John Cranko y consiguiendo lo que probablemente sea el propósito de esta reposición: llamar la atención y reanimar el interés por el ballet neoclásico narrativo en general y recordarnos el valor de un creador excepcional en este terreno como Cranko, tan hábil a la hora de traducir en danza, sin apenas alteraciones argumentales, a estos grandes clásicos de la literatura universal, una práctica que hoy se echa de menos en los escenarios.





