MONTECARLO SE ATREVE CON SHARON EYAL Y PARÍS LE APLAUDE
Hasta esta noche se presenta en el renovado Théâtre de la Ville París, la compañía monegasca con un contrastado programa doble. Allí estuvimos y esto nos ha parecido...
Texto_OMAR KHAN Fotos_ALICE BLANGERO
París, 04 de marzo de 2025
Jean-Christophe Maillot, director de Los Ballets de Montecarlo, gusta sacar a sus bailarines de esa zona de confort que él mismo ha creado con su estilo, ese neoclásico elegante y siempre riguroso con la técnica, para colocarlos al servicio de creadores arriesgados, exigentes y diferentes. Porque, qué duda cabe, arriesgada, exigente y diferente es la israelí Sharon Eyal que, tras veinte años a la diestra de Ohad Naharin en la Batsheva Dance Company, de Tel Aviv, supo desprenderse de ese legado y conseguir su propio rumbo y estilo, hoy ya perfectamente definido, ajustado, alabado y (también) muy imitado.
Contando con su núcleo habitual, con su pareja Gai Behar en firma conjunta y la música electrónica de la noche de Tel Aviv, del compositor Ori Lichtik, la creadora condujo a catorce bailarines del ballet monegasco por los meandros de su lenguaje en Autodance, la pieza que hasta hoy se presenta en el renovado (y anoche abarrotado) Théâtre de la Ville, de París, donde se escucharon vítores para su trabajo pero también para Vers un pays sage, obra temprana, de 1995, en la que Jean-Christophe Maillot renuncia a sus acostumbrados ballets narrativos para decantarse por una abstracción festiva y colorida, realizada en homenaje a su padre, que era pintor.
Reina del demi-pointe, por su obsesión por mantener a los bailarines en esta posición de media punta, siempre con los cuerpos desdoblados o desarticulados y las caras plagadas de gestos incesantes, Eyal despliega su coreografía para Montecarlo llevando a los bailarines al extremo de sus capacidades. Autodance se inicia con una única danzante desplazándose sobre un cuadrilátero dibujado por la luz, y muy de a poco se van agregando bailarines hasta conformar una especie de comparsa grostesca y kitsch, una parade de seres extraños que parecen atacados por tics nerviosos que contorsionan sus cuerpos de formas imposibles. En la resistencia está la fascinación. Durante casi cuarenta minutos asistimos ensimismados a este ritual inagotable en el que la música electrónica, de beats y percusiones, hace atronador el espacio. No hay un tema ni una línea argumental. Los trajes son diminutos y neutros, y el espacio permanece diáfano para otorgar total protagonismo a los intérpretes, que lo dan todo y lucen tan cómodos en ese registro como los mismísimos bailarines de S-E-D Dance Company, la agrupación de Eyal que, por cierto, vendrá a Teatros del Canal, de Madrid, del 26 al 28 de este mismo mes con su nuevo trabajo Into The Hairy.

Otro paisaje
Parece que hay un abismo entre la creación urbana y metálica de Eyal, y la veloz, ligera y lumínica Vers un pays sage, de Maillot, pero es tan marcado el contraste que la unión de ambas en un mismo programa funciona por contraposición y es perfecta para constatar la versatilidad del equipo de Mónaco, que en esta coreografía tan distinta también lució brillante y a la altura anoche en París. El coreógrafo francés, que nos tiene acostumbrados a sus monumentales y cinematográficos ballets narrativos, desvela aquí una faceta poco conocida con una pieza abstracta pero emotiva, de enorme belleza formal y grandes exigencias (otra vez la resistencia de sus bailarines) que nos remite a la escuela neoclásica norteamericana, en lo que parecen guiños al Balanchine y al Jerome Robbins más festivos, una pieza de velocidad, precisión y piruetas, fuertemente condicionada por lo cromático –no olvidar que es homenaje a un pintor- que fluye cruzando bailarines por el escenario, desmenuzados en pequeños solos, duetos, cuartetos y grandes momentos corales, un riguroso ejercicio de composición coreográfica que, a juzgar por la ovación al terminar, deslumbró a su audiencia.
Por lo pronto, Maillot no renuncia a imponer retos formidables a sus bailarines. El próximo, este verano, cuando los coloque al servicio de los italianos Mattia Russo y Antonio de Rosa, los directores del colectivo madrileño Kor’sia, ubicado a años luz del lenguaje de Eyal o del mismo Maillot, que crearán para ellos un nuevo trabajo, junto a otro estreno, ésta vez encargado a Lukás Timulak. Expectación no falta.





