FOLCLOR COLOR HUMOR
Desde su óptica, Laia Santanach ha inventado la verbena del siglo XXI en su nueva creación ‘Jarana’. Fuimos a verla y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Foto_JOFRE MORENO
Madrid, 20 de octubre de 2024
Si se analiza un poco, por deducción, el folclore se construye y perpetúa como un ciclo infinito que empieza para acabar y volver a empezar, por lo que su realidad es que nunca acaba. Si no se rompe el ciclo, que nunca debería o de lo contrario ni sería tradición ni tendría carácter infinito, cada vez que se va nos deja la garantía de que va a volver. Esa certeza es la exaltada y defendida en Jarana, la nueva creación de la coreógrafa catalana Laia Santanach estrenada este fin de semana en el cierre del ciclo Canal Baila de los madrileños Teatros del Canal. La obra intenta ser reproducción personalizada de este eterno retorno. A viva voz, sus cinco espléndidos intérpretes -coreógrafa incluida-, juegan a confundirnos con la identificación real de dónde está el inicio y cuál será el final de este ritual festivo de la modernidad.
La pieza, que no se parece a Àer ni a Tradere, pero permanece unida por un hilo casi transparente, cierra esta trilogía en la que su autora, muy libremente, reflexiona sobre las tradiciones y lo popular. En esta ocasión, no tanto en la reproducción o apadrinamiento de una fiesta concreta como en la idea generalizada de que juntos nos la pasamos mejor, que ha sido el pilar que ha sostenido toda la vida a esas fiestas del pueblo, que deberían seguirse celebrando aunque sean siempre iguales.
Jarana es la quintaesencia de este principio. No defiende ni auspicia la tradición popular de un lugar en concreto. Aboga porque no se mueran. Reclama que en las grandes ciudades no se hagan. Vende los atractivos de lo que juntos podemos hacer con nuestro ocio y lo fantástico que nos lo podemos pasar. No es apología de la fiesta popular sino recordatorio de su beneficio social.
Dramaturgia textil
Las telas, sean las gigantescas que a manera de cortinas flanquean el espacio escénico o sean las de un vestuario inteligente poblado, principalmente, por americanas en todas las tallas, presentadas en colores vivos o destellantes dorados, tienen incidencia dramatúrgica. El elemento cromático cobra así protagonismo y poder en la reconstrucción cíclica de una felicidad que, como la verbena y la fiesta del pueblo, ha de procurar el goce colectivo. En el fondo se trata de la aportación de cada uno al disfrute de todos y una buena pista la tenemos en el título. Jarana es vocablo que se asocia a diversión bulliciosa, a tumulto, alboroto y despendole. Festín colectivo, en suma.
El cuidado meticuloso de una puesta en escena que no deja ninguno de sus componentes al descuido y una calculada y envolvente progresión dramática, son en buena medida las claves de Jarana. Los bailarines, precisos y llenos de tics, avanzan en un jolgorio fácil de ver y difícil de hacer. Santanach se desvela hábil en la composición e ingeniosa en el movimiento, enredando y desenredando cuerpos en una maraña de chaquetas hábilmente unidas, que visten, desvisten y medio visten a todos sus bailarines, con frecuencia hechos un ovillo durante el primer tramo de la coreografía.
Hay color, mucho color, en Jarana. Hay folclor camuflado y hay también humor. Pero sobre todo, optimismo, es obra hecha de contagiosas vibraciones positivas. De esos mimbres está tejida esta coreografía, ligera en su profundidad y fascinante en su recorrido que, como buena fiesta patronal, volverá con su delirante berrinche de colorinches al Mercat de les Flors de Barcelona, en abril del próximo año.