Críticas

ISRAEL GALVÁN HABANERO

Sorprendió el sevillano, como no podía ser otra manera, con su personal lectura de ‘Carmen’, en la clausura de la Bienal de Flamenco de Sevilla. Allí estuvimos y así lo vivimos…

Texto_OMAR KHAN Fotos_LAURA LEÓN (Archivo Fotográfico de la Bienal de Sevilla)

Sevilla, 07 de octubre de 2024

Israel Galván se ha ganado, con sudor, esfuerzo y aguante, la enorme reputación de la que hoy goza. El sevillano que deconstruyó el flamenco y se lo apropió, metiéndoselo en un bolsillo, fue comprendido y alabado primero en París (es residente y consentido del famoso Théâtre de la Ville desde hace años), después en España, seguido del mundo entero y, finalmente, en Sevilla, su ciudad, donde había sido larga y sonoramente rechazado por los ortodoxos que creían que el flamenco ni se toca ni se manosea. Hoy eso ha cambiado.

Galván está en un punto en el que la gente, especialmente en Sevilla, dice que le gusta, que lo entiende y que lo sigue, porque es lo que toca, porque hoy, universalmente, es visto como de incultos y tremendamente cateto decir que no te gusta, que no lo entiendes y que no lo sigues. Cuando un artista así de encumbrado recibe una ovación la noche de estreno, ya no se puede distinguir ni saber cuánta verdad hay en el agradecimiento de su público. Venga la reflexión a propósito de Carmen, que este fin de semana clausuró la Bienal de Flamenco de Sevilla en el Teatro de la Maestranza, con los vítores de la audiencia en pie.

Hace 25 años, seguro, hubiese sido decapitado por muchos de los que anoche ovacionaron. Lo primero es que él mismo, tan tímido como ha sido, entonces ni siquiera se hubiese atrevido (porque es muy atrevida su Carmen), pero con lo empoderado que está hoy, lo visto en la Maestranza lo ha hecho porque le da la real gana y porque se lo puede permitir. Se lo puede permitir moral y artísticamente pero también económicamente. Traerse un coro de gritos de 25 voces masculinas desde Finlandia para que le cante cinco minutos al final de su espectáculo, es un derroche de producción que solo es posible cuando estás en por encima de la cima.

¿Y Carmen?

Desde luego, lo visto no es Carmen. Lo presentado es puramente Israel Galván. Ha cogido todas las referencias, clichés y referentes de este título –toro incluido- y los ha metido en la batidora de su propio lenguaje y formas expresivas. Se ha traído a la Orquesta Sinfónica de Sevilla, a la inspirada cantante y guitarrista María Martín, a los líricos Nancy Fabiola –realmente fabulosa-, José Bros y Ángel Odena y al citado coro finlandés Mieskuoro Huutajat Oulu, para acompañarles en este solo, porque a pesar de la parafernalia, el espectáculo es un despojado unipersonal en el que Galván asume los papeles de Carmen, Don José, el Torero y el toro.

Se pasea el bailaor desde la caricatura y el ridículo, con verdadero sentido del humor, hasta los pálpitos más trágicos de la obra cumbre de  Merimeé / Bizet. La despoja de connotaciones feministas, de narrativa y lecturas sociológicas, y hasta de color (es estrictamente en blanco y negro el espectáculo), quedándose con los clichés, jugando con lo más conocido y reverenciado de la ópera. Impresiona la cantidad de registros que asume, casi siempre con eficacia, para abordar este espectáculo, personal y auténtico como todos los suyos, que ha hecho a partir del imaginario de Carmen, porque sería erróneo decir que es una adaptación.

Resulta de lo más significativo y revelador, no obstante, que lo mejor de la velada, lo más emotivo, emocionante y sublime, haya sido ese momento de fondo blanco, cuando Israel Galván sin mantillas ni pelucas, sin gorros de torero ni cuernos de toro, sin medias transparentes ni travestismo, sin ridículo ni exageraciones, ha sido solamente Isreal Galván, el magnífico bailaor de manos expresivas y pies atronadores que baila de perfil sobre una pequeña tablita, sin atrezzo ni más recursos que los de su propio cuerpo. Y es entonces cuando nos preguntamos si no será eso, y no lo otro, lo que queremos ver cuando venimos a verlo.

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