“MI CARMEN ACABA CON AMOR, NO CON NAVAJA"
Este fin de semana clausura la Bienal de Sevilla con una adaptación de la obra de Bizet. Que nadie espere la ‘Carmen’ de siempre, porque viene firmada por Israel Galván. Nos lo ha contado…
Texto_BEGOÑA DONAT Fotos_FILIPPO MANZINI
Madrid, 01 de octubre de 2024
Israel Galván (Sevilla, 1973) apunta que en su trayectoria va atravesando ciclos. Ahora se siente atraído por los clásicos. Llevó a su universo El amor brujo, de Falla, y La consagración de la primavera, de Stravinsky, y este próximo sábado estrenará una versión unipersonal y súper personal de la Carmen, de Bizet, en el Teatro de la Maestranza, de Sevilla, con función adicional el domingo.
En su acercamiento al mito de la cigarrera lo arropan la Real Orquesta Filarmónica de Sevilla, una cantaora, tres cantantes de ópera y un coro masculino finlandés. Su versión fija la atención en determinados pasajes, no necesariamente los más conocidos, excluyendo los celos y la muerte en favor de una celebración de la libertad y la vida.
La relación de Israel Galván con Sevilla, que en otros tiempos fue tensa, se va haciendo cada vez más amistosa aproximándose a una historia de amor. Tras esta esperadísima Carmen, también estrenará en su ciudad Sevillanas solteras (15 y 16 de noviembre próximos), su primera incursión en las sevillanas, y presentará en nuestro país RI TE una rareza montada para el Théâtre de la Ville de París, donde es residente, junto a la caboverdiana Marlene Monteiro (13 al 16 de noviembre). Todo enmarcado en el evento Una semana con Israel Galván, homenaje que le rinde el Teatro Central, donde es habitual. Por lo pronto nos habla entusiasmado de su Carmen…
Este pasado mes de agosto, Benjamin Millepied estrenó una Carmen ambientada en la frontera de México. ¿Cuántas adaptaciones resiste la cigarrera de Bizet?
A cada uno le llega su momento. Los mitos no mueren y, además, es una obra musicalmente muy abierta, porque es muy libre. La firma un autor que no es de Sevilla, pero habla de la ciudad. El suyo es un mundo imaginario. Así que creo que hay muchas carmenes hoy en día, porque la sociedad va cambiando y aunque puedas tener presente el libreto, Carmen sale de dentro, de como tú vives, eres y bailas.
Ha hecho una adaptación en la que baila todos los personajes: Carmen es un soldado, como también un gitano que se transforma en torero. ¿A cuántas personalidades ha invitado a poseerle?
La idea era hacer una Carmen muy jonda, individual y mía, aparte del baile de una mujer libre, está el baile del soldado, que es un hombre enamorado, y también el del torero. Hay muchas cosas, baile flamenco, no flamenco, gitano, no gitano. Hemos cogido a esos tres personajes y lo hemos hecho todo muy junto, para que no sea una ópera grande, sino para ir al núcleo.
¿De qué hablamos cuando hablamos de una Carmen jonda?
Veo el flamenco como un arte muy individualista. Es lo básico: un cantaor, otro que toca y uno que baila. Cuando se representa Carmen, en cambio, hay un bailarín que hace esto, otro que baila esto otro, un cuerpo de baile… Pero en esta Carmen no hay escenografía ni cuerpo de baile. Don José me canta y yo le bailo. De ahí que le viera el toque jondo.
La música de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla se empasta con las voces del coro Mieskuoro Huutajat Oulu, ¿porque solo voces masculinas y en finlandés?
En el flamenco se grita un montón y a mí me faltaba un grito. Los Huutajat son un coro que no canta una nota, son los screaming men y hacen como de público. En la obra, la directora musical es una mujer, Maria Itkonen, y la cantaora, María Marín, también. Lo que me llamó fue que fueran hombres que gritan. Hago las cosas por intuición.
El humor es sello de la casa, ¿cómo lo ha introducido en esta tragedia?
No se puede bailar sin sentido del humor. Para la Carmen que vamos a hacer me he fijado más en la música que en el baile. Lo veo todo muy alegre, una expresión de las ganas de vivir. No aprecio tragedia por ningún lado, porque no explicamos el libreto, sino que reflejamos la Carmen que es libre. Todo queda envuelto por la exageración que es la música y por la fantasía. De ahí me sale el humor. Es bonito. Aunque haya hombres dando gritos acaba con amor, no con navaja. Ya está bien. No quiero contar la muerte de Carmen, aquí no se tiene que ver cómo la matan.
Resulta novedoso, porque gran parte de sus obras han hablado de la muerte...
Había que darle un giro al mito, disfrutar de la música y del baile y acabar todos dándonos besos, tocando mucho las palmas y gritando, porque los gritos que se escuchan no son malos, sino de reivindicaciones, de vida.
Ha declarado que no hace falta que Carmen baile bien, «porque los que bailan bien no son eróticos”. ¿Cómo impregna de erotismo a su cigarrera?
Me llama mucho la atención ver bailar a gente que tiene técnica pero transmite. De ahí que haya querido quitarle a Carmen la coreografía por completo y poner pasos y movimientos de los que hace la gente. Hay un poco de coreografía flamenca y de ballet, pero no quería ponerme en serio a bailar. Porque ese tipo de baile es muy para ver.
Cuando estrenó La fiesta, en 2017, en el Palacio de los Papas de Aviñón, aseguró que el edificio se había infiltrado en la representación. ¿Siente que el Teatro La Maestranza puede marcar las funciones de Carmen?
Sí, porque la primera representación será para el público de la Bienal y la segunda, para el de ópera. Será curioso comprobar cómo lo ven unos y otros. Hay un gran respeto, porque no se adorna nada. Hemos resumido la Carmen en una hora y 20 minutos. El público de flamenco la puede ver como no la ha visto y los otros, igual. Van a agradecer ver el núcleo de Carmen y el hecho de cantar y bailar. Ya veremos lo que pasa. Igual se lía.
¿Qué ha de tener un clásico para que se lance a llevarlo a su universo?
Viene con el tiempo, cuando te das cuenta de que puedes hacer cosas nuevas con obras que siempre han estado ahí. Los clásicos no pasan nunca de moda. Siempre hemos vivido con Nijinksy y con El amor brujo, pero cuando, por ejemplo, suena la primera nota de La consagración, el teatro cambia. Ha venido gente joven a verla y se han quedado como si hubieran visto una cosa de hip hop. El amor brujo también me ha dado pie a conectar los clásicos con las nuevas generaciones. Cuando bailo La consagración estoy hablando con el músico, igual que me sucede con El amor brujo, del mismo modo que con Bizet: es mantener una conversación con un artista de otro tiempo, es como una máquina del tiempo.