EL OBSESIVO PERFECCIONISMO DE HIROAKI UMEDA
Debutó anoche en Condenduqe el creador nipón con un programa doble altamente sofisticado pero carente de calor humano. Allí estuvimos y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Foto_S20
Madrid, 25 de julio de 2024
En las antípodas del butoh, esa danza japonesa sustentada en la interioridad y el dolor, la obra de Hiroaki Umeda para su compañía S20 se ubica en otro entorno típicamente japonés, el de las vanguardias tecnológicas, la holística, el videomaping invasivo, la dependencia digital… y así lo corroboró anoche en su debut (con función adicional hoy) en el Festival Los Veranos de la Villa de Madrid, este año dedicado a Japón, bailando en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque sus dos obras recientes: el cuarteto femenino Moving State 1 y el solo interpretado por él mismo, assimilating (en la foto).
Un veterano de la escena dancística nipona muy conocido en occidente, Umeda ha encontrado una fórmula escénica que es su sello de identidad, con el peligro de aquello de vista una, vistas todas. Mueve al asombro y la fascinación la primera vez que lo vemos y en las ocasiones sucesivas (ha venido con frecuencia a nuestro país) nos esperan variaciones sobre lo mismo, como sucedió anoche.
El escenario tremendamente blanco es pantalla para un trabajo de videoproyecciones e iluminación que crean entorno, definen estética y hacen escenografía virtual para una danza matemática, racional y fría, perfeccionista y obsesiva, muy despojada de todo vestigio de humanidad, que se magnificó en el pulcro cuarteto femenino, bailado con precisión relojera por sus cuatro jovencísimas y virtuosas intérpretes, aunque no había una lectura vinculada a la mujer ni una indagación en las energías femeninas.
Todo es cerebral en la danza de este creador que, despojado del festín tecnológico, quedaría reducido a muy poquita cosa. Por decisión propia, lo que se deduce del hecho que a las dos piezas de la noche les ocurría lo mismo, hay una inexplicable desvinculación y divorcio entre la danza y la tecnología, esas hipnóticas proyecciones e imágenes que abarcan toda la escena y se mueven al ritmo metálico de un potente entorno sonoro, también diseñado por el autor.
Los danzantes no interactúan de ninguna manera con el prodigio tecnológico, solamente bailan dentro de él, por lo que el recurso se le convierte en un marco, un ornamento omnipresente sin mayor incidencia en el discurso. Allí está el mayor desacierto porque dan mucho juego, pero él rechaza cualquier oferta.
En Moving State 1 es una línea como un láser inquieto que divide y secciona el espacio, mientras las chicas ejecutan con asombrosa ductilidad una danza desvinculada del entorno. En contraste, assimilating es más potente porque las proyecciones se hacen más violentas y virulentas, simulando quizá fenómenos naturales como tsunamis, mares embravecidos o deslizamientos de tierra, que hipnotizan, emboban y te hacen olvidar que, sin desplazarse, Umeda in situ está allí sudando y ejecutando afanado una danza enérgica de brazos y agitaciones familiarizadas con las artes marciales, que permanece ajena al cataclismo escénico que le crean las proyecciones.
Si un fallo informático de la potente Microsoft estos mismos días casi hizo colapsar el planeta, el fallo del sistema que anoche interrumpió momentáneamente el solo de Umeda, nos hizo recordar los peligros de nuestra dependencia –incluso en danza- de unas nuevas tecnologías que no son ni tan infalibles ni tan inteligentes como nos quieren hacer creer. Pero esta es una elucubración vaga de espectador, porque en esencia, Hiroaki Umeda no quiere que reflexiones ni pienses en nada. Su obra es puro artilugio.





