MARINA OTERO NO ES SARAH CONNOR
La creadora argentina estrenó anoche en Teatros del Canal ‘Kill Me’, un nuevo capítulo de su saga de las frustraciones. Fuimos a verlo y esto nos ha parecido…
Texto_OMAR KHAN Fotos_PABLO LORENTE
Madrid, 19 de junio de 2024
En los años setenta, cuando la canadiense Marie Chouinard hacía aquellas performances en las que se orinaba sobre el escenario, se trataba de una verdadera trasgresión, una experimentación y una provocación. No por el acto en sí sino debido al contexto político-social y los convencionalismos de aquellos tiempos, en los que persistía la idea de que la danza tenía que ser bella y etérea, y en los que todo el mundo pensaba que Odette o la princesa Aurora no iban al baño porque no les correspondía en su calidad de personajes de ballet. Lo de Chouinard era una declaración y una postura política, si se quiere. Un manifiesto. A estas alturas, 19 de junio de 2024, la atormentada creadora argentina Marina Otero meándose un una maceta de narcisos en el escenario de la Sala Verde de los Teatros del Canal, no pasa de ser una chica meando. Y ya está… no hay más.
El desnudo como acto de desafío era otra acción propia de las vanguardias de los setenta, de los ochenta. El discurso descarnado sobre nuestras realidades y miserias también. Eran cosas que la danza no mostraba hasta entonces pero que, una vez mostradas, se hicieron de pronto muy populares y cotidianas, lo que hizo que perdieran fuelle y ese aire de manifiesto rebelde. Por eso Kill Me, que parece que llega con cincuenta años de retraso, se siente desfasada y trasnochada. Tanto, como sus predecesoras, Fuck Me y Love Me, que aparecen interconectadas por esta necesidad de la artista de crearlas, solo para contarnos con todo detalle su vida difícil y complicada.

Salud mental
Necesita Otero de estos exorcismos en los que nos cuenta sus amores fracasados, sus frustraciones y angustias, los rasgos de su personalidad volátil y ahora también sus problemas de salud mental, tema central de la nueva pieza, a la que ha invitado a otras cuatro bailarinas que sufren o han sufrido algún trastorno de la cabeza. Les acompaña el fantástico actor Tomás Pozzi, con diferencia lo mejor de la velada, quizá porque es el único que no se lo toma tan en serio ni se dedica a sufrir durante la representación. Todo lo contrario, es el único que parece divertirse haciéndolo y por eso nos divierte.
La estructura de la pieza es sota-caballo-rey. Hay muchos momentos colectivos de las bailarinas siempre desnudas (como los machirulos de Fuck Me) y un momento crucial en solitario para cada una. Salvo por la salud mental, los problemas de Otero y de las otras chicas, no son tan diferentes de los nuestros, los de una cajera de Mercadona con novio chulo y maltratador, los de un chófer de Uber que se siente socialmente ninguneado. Pero ella nos hace sentir que nuestros problemas son de tapa amarilla, de menos calidad y más baratos que los suyos, porque los de ella son artísticos y están rociados con esa verborrea indetenible y excesiva con pretensiones de literatura ingeniosa.
Marina Otero hace danza y se ahorra pagar la terapia. Nos quiere hacer creer que ella puede llegar a ser como Sarah Connor, la portentosa y forzuda madre de Schwarzennegger que, por aquello de los viajes temporales, es menor que su hijo en Terminator, pero en realidad no es más que una chica confusa que parece encontrar un deleite muy especial en convocarnos al teatro para que veamos cómo se mea en un tiesto.
Si vas a Canal, donde estará hasta el próximo día 23, y no te gusta, siempre te quedará el consuelo de que, al menos, has contribuido con que esta creadora atormentada no perezca, porque no hace más que repetirnos que hacer estas obras es para ella, un asunto de vida o muerte. Más que Kill Me debía llamarse Save Me…





