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MEMORIAS DE ÁFRICA 

Aunque hubo ovación y todo parecía perfecto, algo no encajaba anoche en el estreno de ‘The Sacrifice’, la nueva creación de la sudafricana Dada Masilo, en el Teatro Central de Sevilla. Te lo contamos…

 

Texto_OMAR KHAN Foto_JOHN HOGG

Sevilla, 13 de enero de 2023

Era el año 2012 y la muy prestigiosa Bienal de la Danza de Lyon había diseñado una eficaz estrategia de lanzamiento alrededor de Dada Masilo, una desconocida y entonces jovencísima creadora de Soweto que fue promocionada como “la que hay que ver”. Africanizaba El lago de los cisnes para hablar de género, sexualidad, homosexualidad y homofobia, y mezclaba ballet con danzas populares de África. Desde luego, triunfó, y creó una fórmula de reinvención de los clásicos montándolos para su compañía desde lo que podríamos llamar un “punto africano de vista”. Así vino Carmen, Romeo y Julieta, Giselle, La muerte y la doncella y, anoche, en su debut en el Teatro Central sevillano, su novísima The Sacrifice, muy lejanamente inspirada en La consagración de la primavera y afortunadamente sin rastros de Pina Bausch ni Stravinsky. La atronadora ovación de pie del público que llenó el Central anoche no es una excepción. Ha sido la norma en prácticamente todas sus propuestas, que gozan de un éxito descomunal, especialmente en Estados Unidos y Europa. Habría que preguntarse el porqué.

Nada que objetar a los mimbres con los que está hecha esta propuesta que cumple con los estándares de excelencia de cualquier compañía que, como la suya, frecuenta teatros entregados a la modernidad como el Joyce, de Nueva York, o festivales como el muy europeo de Aviñón. Ella es llamativa bailarina de brazos furiosos y elegancia formal. Su equipo de diez intérpretes negros está por encima de la media en cuanto a destrezas y virtuosismo. Hay cuatro músicos extraordinarios en directo, destacando muy especialmente esa voluminosa cantante de voz celestial que nos emociona durante el trágico final. Todo coronado con una danza intensa, tribal y bella que resulta... muy africana. Viene inspirada de hecho, en la tswana, una danza ritual de Botsuana, pero a los efectos de los que hemos ido a verla, es simplemente africana. Tan africana como todos los elementos que componen coreografía y puesta en escena.

Al final, en medio del bullicio de la ovación, aparece la sensación extraña de que ella sabía lo que queríamos ver, lo que esperábamos cuando compramos la entrada para ver a una compañía de danza contemporánea de Sudáfrica. Y nos lo dio. Nos dio lo que, en el fondo y sin siquiera ser conscientes, ya traíamos dibujado en el imaginario. Nos ofreció la dosis de exotismo anhelada con la pincelada de modernidad esperada. Nos trajo folclor de diseño. Israel Galván no triunfa en el Théâtre de la Ville, de París, por reivindicar el folclor andaluz ni Akram Khan es ovacionado en el Sadler’s Wells, de Londres, por mantener viva la tradición kathak de La India. Sus hallazgos residen en que, desde una perspectiva personal y artística, deconstruyen esos lenguajes y los hacen propios. Dada Masilo, no.

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