NO ES EMINEM
De las calles de Belsfat sacó inspiración Oona Doherty para Hope Hunt, su creación más célebre, que llega mañana 7 de noviembre como una de las apuestas internacionales del Mes de Danza de Sevilla. Lee más…
Texto_CARLOS A. GÓMEZ Foto_SIMON HARRISON
Madrid, 6 de noviembre de 2019
Es pequeño e incipiente el movimiento de nueva danza en Irlanda del Norte pero ya tiene una cabeza visible. En escaso tiempo, los focos europeos de la danza han dado espacio y credibilidad a la poco complaciente propuesta de Oona Doherty, artista inclasificable que balancea su danza entre el gesto canalla de la calle y la línea más sublime del academicismo. Al menos así ocurre en Hope Hunt and the ascension into Lazaro, su primera coreografía relevante y la más difundida. Se vio en la Sala Hiroshima, de Barcelona, la pasada temporada y ahora aterriza como una de las apuestas internacionales más interesantes del Mes de Danza de Sevilla, que la presentará los días 7 y 8 el Antiqvarium de la capital andaluza.
Hope Hunt ni defiende ni señala. Solamente retrata a un prototipo humano muy recurrente en las calles de Belfast, ese chico blanco de la periferia, sin recursos ni esperanzas, sin educación ni glamur, que lleva la vida como puede y no piensa en el futuro porque duda de que exista. Quiere la artista reafirmar y asegurarse de que cada espectador entienda que el origen de esta danza que se desarrolla en el escenario para un público culto viene de la observación de la calle, de la interioridad de unos muchachos que quizá nunca pisarán éste teatro ni ningún otro. Por eso (y seguramente por el indudable efecto que causa) Doherty llega a las puertas del teatro, donde le aguardan los espectadores, subida a un coche conducido por un quinqui, del que ella se apea con un look parecido al de Eminem y ofrece una breve danza frenética, de rabia y decepción, antes de entrar a la sala, donde ocurre la “representación” de esta realidad de fuera. Que es la de Belfast sí, pero también la de cualquier ciudad europea por rica que sea.
Es Doherty dueña de un meticuloso y calculado lenguaje corporal que supone el enlace de muchos lenguajes. Se puede reconocer el pálpito salvaje de lo urbano y la belleza premeditada de la danza, el gesto vulgar del chaval de periferia y la delicadeza de una ballerina. Todo mezclado, todo unido en un cuerpo femenino que encima adopta bruscos modales masculinos. Originalmente pensada para un bailarín amigo suyo que consiguió un trabajo mejor pagado, Doherty decidió bailarlo ella misma. No se dio cuenta pero al asimilar la gestualidad de los chicos en que se inspira introdujo a la obra una lectura de género, ya tan identificada por los espectadores, que ha asumido que está allí.