Lo más grotesco
Bacantes-Prelúdio para uma Purga sorprendió anoche en Madrid con su calculada ordinariez reconvertida en dramaturgia. En Teatros del Canal estará hasta el domingo y en el Mercat de les Flors de Barcelona, del 25 al 27 de enero
Texto_OMAR KHAN Foto_FELIPE FERREIRA
Madrid, 19 de enero de 2019
De cara al público un culo en modo perreo desatado al que le colocan en frente un micrófono. Y, entonces, a fuerza de persistencia, empieza a parecernos la cara de una cantante. Una cara amorfa, deformada y monstruosa, espeluznantemente graciosa. Es toda una ordinariez, hay que admitir, pero se trata de una ordinariez calculada y eficaz para sus propósitos. Y es que a medida que Bacantes-Prelúdio para uma purga avanza, descubrimos que aquí la ordinariez trasciende lo ordinario, convirtiéndose en un elaborado lenguaje de danza, un modo corporal poblado de formas repulsivas a veces, delirantes otras, pero siempre sorprendentes, donde la expresión facial, deformada y cuidadosamente coreografiada, es fundamental para este universo de lo grotesco, este espacio insólito de humor y asco, de carcajada y repulsión, que en muy poco tiempo es ya la seña de identidad de su ideóloga, la joven caboverdiana Marlene Monteiro, creadora desbordada y excesiva que estrenó su primera pieza de envergadura con su eficiente equipo lusitano anoche en los madrileños Teatros del Canal, que la mantienen en cartel hoy y mañana, antes de su viaje al Mercat de les Flors, de Barcelona (del 25 al 27 de enero), y tras su paso por el Teatro Central, de Sevilla.
Marlene Monteiro pertenece a la estirpe de los creadores salidos de P.A.R.T.S., la célebre escuela de coreografía de Bruselas. Reside en Lisboa, donde dirige su compañía P.OR.K, pero la esencia de su lenguaje quizá hay que buscarla en su Cabo Verde natal, allí donde la danza de aires negroides se sustenta en el gesto, se concentra en la cadera y se adorna con la expresividad exagerada. Tensar los límites de estas formas y colocarlos en sintonía con los usos escénicos de la danza de vanguardia ha sido el eje de su investigación. De alguna manera toda la gestualidad y vocabulario que hoy lucen sus bailarines (y también sus músicos, esos trompetistas en clave performance) estaba concentrada y ya plenamente desarrollada en su delirante primer trabajo importante, el solo Guintche, una danza sin desplazamientos, tremendamente desesperante y desestabilizadora, en la que ella, en un tour-de-force consigo misma, y sin dejar nunca de menear la cadera, ofrecía una galería interminable de gestos faciales.
Al trasladarlo a su equipo lo magnifica. En esencia, los espectáculos de Marlene Monteiro (ocurre también en Canine Jaunâtre 3, la pieza que ha montado recientemente para la Batsheva Dance Company, de Tel Aviv) se centran, entre otras cosas, en aplicar a la danza la técnica narrativa y los trucos de los dibujos animados tradicionales. La exageración y la grandilocuencia del Silvestre de Piolín o todo lo caricaturesco de El correcaminos reconvertidos en dramaturgia para la danza. Los efectos sonoros, la acción-reacción en las caras siempre deformadas de los intérpretes o la repetición obstinada del gesto, que son propios de las series animadas de antes, reflotan en forma de coreografía desestabilizadora y provocadora.
Puede que el espectáculo sea demasiado largo y se agote bastante antes del final. Puede que sea provocativo a veces sin mucho sustento (¡ese documental de Kazuo Ohno sobre una mujer pariendo!). Puede que sea bastante difícil identificar mínimamente a Eurípides a lo largo de sus dos largas horas (ella dice que está basado en Las bacantes). Puede que sea demasiado extravagante (ese uso de músicas conocidas, desde El Padrino hasta Bolero). Puede que para algunos hasta resulte insoportable (un bailarín despide con la mano a dos indignados que se largaban anoche a mitad de función). Pero Marlene Monteiro es auténtica de verdad y ofrece una velada literalmente difícil de olvidar. Diferente, sin lugar a dudas, es.
