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“ANTES QUE PALABRA, EL TEATRO ES CUERPO Y ESPACIO”

La danza ronda y tienta al dramaturgo argentino Pablo Messiez, que se ha metido con Rocío Molina en el estudio para ponerle voz a su ferocidad flamenca en ‘Calentamiento’, que se estrena esta semana en el Centro Danza Matadero. Hablamos con él...

Texto_BEGOÑA DONAT Foto_VANESSA RABADE

Madrid, 11 de noviembre de 2025

Es dramaturgo Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974), pero lleva años pensando la escena como danza, teatro y música. A la hora de plantear una obra, la contempla como un dispositivo de artes en vivo, sin concretar el género de un todo que prefiere que se perciba como ambiguo. Esta trayectoria en la intersección ha llamado la atención de la destacada bailaora Rocío Molina, quien ha solicitado su colaboración para su nueva pieza, Calentamiento, donde juntos indagan en el impulso creativo. El argentino aporta los textos a ese instante en que el cuerpo empieza a activarse y todo está por suceder. El Centro Danza Matadero, en Madrid, acoge su estreno esta semana, con funciones del 15 al 23, con funciones de miércoles a domingo. El próximo año, la propuesta se verá en el Teatre Lliure, de Barcelona, en marzo, para pasar, ya en abril, al Teatro Central, de Sevilla.

¿Qué puede o pretende aportar a la danza desde su trayectoria como hombre de teatro?

A la hora de hacer una obra, no me gusta mucho la distinción entre danza, teatro y música. Esta división que le sirve al mercado para vender entradas, a nosotros nos quita potencia y posibilidad. Cuanto más nos pensemos como lo mismo, más rica será la experiencia. De hecho, me da un poco de envidia el mundo de la música, donde el público va a los conciertos con una actitud mucho más activa. Es como si se supieran más partícipes que el público de las artes escénicas. Cada arte debería aprender de la otra y reconocerse como el mismo dispositivo.

Cuando estrenó Cuerpo de baile, declaró que hacemos las obras que queremos ver, las que nos faltan. ¿Qué carencias cubre Calentamiento?

La invitación de Rocío Molina me generó muchísima ilusión y me dio confianza, porque yo soy muy inseguro. Cuando alguien a quien respeto y cuyo trabajo me parece, literalmente, de otro mundo, y me enrola en su propuesta, me hace mucho bien.

¿Ha cubierto expectativas?

Trabajar con Rocío es entrar en un modo de hacer que tiene que ver, en primer lugar, con darse tiempo; y en segundo lugar, con entrenar mucho la escucha, con ir viendo cuál es la obra según va creciendo la convivencia. Sus obras se nutren de las horas compartidas.

¿De qué manera ha marcado el cuerpo el rumbo de la dramaturgia?

Es un trabajo de acompañamiento. Ella me contó las cuestiones sobre las que quería hablar y a partir de ahí iniciamos la colaboración. En general, el material coreográfico lo ha trabajado ella aparte. Yo me he ocupado de ir engarzando esas piezas de texto en la dramaturgia o, simplemente, de ir entendiendo si el conjunto funcionaba.

En el proyecto también están involucrados Niño de Elche, que asume la dirección musical, y el colectivo cabosanroque. ¿Cómo ha sido la división del trabajo?

Es un equipo muy estimulante. No nos metemos todos en todo. Los encuentros son de debate, de cruce de ideas y de pensar en lo que ha pasado en el ensayo y qué funciona y qué no.

¿Cómo habéis convertido en hecho escénico el rito previo al acto artístico?

La obra empieza con una tabla de pies de Rocío que dura una media hora. Ahí somos testigos de la transformación de su cuerpo: de cómo empieza, literalmente, a calentar, a transpirar y a cambiar su expresión. Ese comienzo se acompaña de unos textos que hablan de pasar la barrera del dolor, del llamado despegue, en el que el cuerpo vive una especie de salto en el que uno le entrega a la escena y la escena le devuelve un lugar de una extrema potencia. La obra también habla de eso, de la necesidad de estar en contacto con esa potencia y de estar empezando todo el tiempo para que no termine nunca.

¿Cómo se amalgama su texto con el flamenco?

Fui escribiendo los textos a partir de charlas con Rocío, de modo que todos ellos funcionan como diálogos con ella. El texto se va mezclando con el movimiento según lo necesita la escena: bien sea quietud y texto; bien, movimiento y texto.

¿Habrá colaboración de vuelta?

Ahora todavía estamos aquí, tomados completamente, así que no pensamos en el futuro. Esta experiencia es de las que no se olvidan, de un aprendizaje realmente extraordinario con respecto al oficio de hacer obras. Junto a Rocío he visto cómo determina la relación con la sala y cambia la calidad de la obra tener un espacio propio. Estaría encantado de volver a colaborar con ella.

¿Qué papel cree que va a jugar la danza a partir de ahora en sus espectáculos?

Vengo trabajando con Elena Córdoba desde La voluntad de creer. En Los gestos, de hecho, hay un solo de danza, y en la nueva obra, La forma humana (o amar lo que se ama), repetimos. Antes lo hice con Lucas Condró en Las canciones y en Cuerpo de baile. En mis propuestas, el cuerpo tiene un lugar fundamental. A mí, pensar el teatro desde la literatura, me aburre, me parece que es faltarle el respeto, porque antes que ninguna palabra, el teatro es cuerpo y espacio.