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CARTE BLANCHE A CÁMARA LENTA

La compañía noruega irrumpió en la Bienal de la Danza de Lyon anoche con ‘The Living Monument’, un montaje insólito, difícil y fascinante de Eszter Salamon. Fuimos a verlo y estos nos ha parecido…

Texto_OMAR KHAN 

Lyon, 11 de septiembre de 2025

Es un hallazgo de comunicación que Monument 0.10: The Living Monument, a los pocos minutos de iniciarse, te haga saber, de forma nada explícita, que el intelecto hay que mandarlo a dormir mientras dure la representación, que no hay que buscar significados ni alimentar narrativas en la cascada de imágenes en cámara lenta que nos propone. Solo dejarse llevar.

Contemplativa, meditativa, fascinante, siempre sugerente y difícil de clasificar, la coreografía de casi dos horas y media que la artista húngara Eszter Salamon ha creado para la compañía noruega Carte Blanche fue la primera sorpresa inesperada de la recién inaugurada vigésimo primera edición de la Bienal de la Danza de Lyon -que se extenderá hasta el día 28 de septiembre-, aunque el público local que abarrotó anoche el Théâtre National Populaire de la ciudad francesa no pareció muy convencido, a juzgar por los fríos aplausos al final.

Y es que no es una coreografía fácil. Si consigues conectar, casi espiritualmente podría decirse, con su peculiar universo performativo, al final te llevarás el premio de la fascinación. De lo contrario, seguramente te espera el tedio. Son trece bailarines, a los que casi nunca vemos el cuerpo ni la cara, enfundados en unos trajes omnipresentes, surrealistas y fantásticos –diseñados por la misma Salamon- moviéndose a cámara lenta, componiendo cuadros que ceremoniosamente se desvanecen para dar paso a otros. Cada uno está dominado por un color, lo que acentúa la experiencia visual. Negro, rojo, naranja, amarillo, oro, plata y blanco… siete episodios, cada uno con su escenografía, su música y vestuario propios. Todos caracterizados por el buen gusto y una búsqueda explícita –siempre conseguida- de la belleza formal. La belleza en estado puro. No es tampoco una experiencia mística. Es más bien estética. Quizá por ello, hay quien dice que el trabajo de Salamon se centra en la puesta en escena de las sensaciones.

Slow motion

La cámara lenta es un reto para la danza. No luce ni emociona tanto como los cuerpos a velocidad de vértigo pero tiene exigencias del mismo nivel. Se ubica en una parcela del minimalismo y artistas muy distintos de gran reputación, como el videocreador Bill Viola o el director escénico Bob Wilson, ambos recientemente fallecidos, hicieron de ella la base de sus respetivos lenguajes. La creadora húngara, que en realidad se mueve entre Berlín, París y Bruselas, no se queda rezagada. Su propuesta es ingeniosa, a la par que original.

No es una investigación nueva. La artista lleva años cultivándola, puliéndola y perfeccionándola a través de su serie Monument que, con esta creación para los estupendos bailarines de Carte Blanche, alcanza el décimo capítulo. La Bienal de Lyon ha complementado este estreno con la instalación Landscaping, creada también por ella con la compañía Carte Blanche, que se podrá ver en Hotel Dieu, sede de la Bienal este año, hasta el 28 de septiembre y simultáneamente, desde el día 20, en el IRCAM, de París. Se trata de un díptico, dos vídeos rodados en el mar y la montaña, respectivamente, que trasladan a escenarios naturales las mismas coordenadas estéticas. De hecho, el del mar coincide con el capítulo naranja de la propuesta escénica. La exhibición de esta creación audiovisual ayuda a comprender y entrar en el universo estético de Salamon.

The Living Monument es un espectáculo total. La conjunción y comportamiento de todos sus elementos remando hacia el mismo puerto producen la coherencia del todo. Los elaboradísimos trajes, ya mencionados, la iluminación precisa y expresiva de Sije Grimstad, la escenografía, de James Brandily, a base de telas enormes que cubren el escenario de distintas formas y tienen la facultad de transformar totalmente la escena en un instante, y la inteligente ambientación musical sonora, con la que Carmen Villain se responsabiliza en buena medida de las distintas atmósferas, son los elementos fundamentales e indisociables del engranaje de este complejo y deslumbrante montaje. Al final del todo, los bailarines finalmente se despojan de estos artilugios y, posando como para la faoto, nos desvelan, por fin, su identidad humana.