LIA RODRIGUES LA LÍA EN LYON
La creadora brasilera trajo al arranque la Bienal de Danza de la ciudad francesa su nueva e insólita creación ‘Borda’. Fuimos a verla y no salimos del asombro…
Texto_OMAR KHAN Fotos_SAMMI LANDWEER
Lyon, 09 de septiembre de 2025
En medio de la oscuridad, parece una nube que va creciendo y entonces creemos ver un monstruo. Finalmente asemeja una estatua estrambótica… hasta que distinguimos que se trata de un plástico de enormes dimensiones, un amasijo blanco de donde, lentos, emergen nueve bailarines también ataviados de blanco. No es lo único que emerge de este dispositivo escenográfico gigante y maleable que guarda, no sabemos bien dónde, realmente de todo: atrezzo, vestuario, trapos, muñecos, máscaras, tocados y un sinfín de artilugios y objetos que, a priori parecía que no estaban allí.
¿De dónde sale todo este montón de cosas que no hemos visto? Ese es uno de los enigmas, ingenios y aciertos de Borda, coreografía del todo insólita e inclasificable con la que creadora brasilera Lia Rodrigues ha cerrado su trilogía iniciada con las también sorprendentes Furia y Encantado, y ha inaugurado anoche, con un éxito arrollador, la vigésimo primera edición de la Bienal de la Danza de Lyon, en la Maison de la Danse de la ciudad francesa.
Aunque son estas últimas piezas las que han descubierto el indiscutible talento de la creadora brasilera para el gran público en Europa, donde ya acumula numerosos adeptos y fanáticos, con Borda está celebrando, nada menos, que los 35 años de su compañía, que sigue funcionando en el corazón del Marè, la favela más grande de Río de Janeiro, donde también tiene sede su escuela de danza. Todos los miembros de la compañía –bailarines nada uniformes, con distintas fisicalidades y corporalidades, pero iguales en fuerza y magnetismo-, son vecinos de la favela y se han formado en la práctica con Rodrigues, que fue alumna, bailarina y admiradora en París de la pionera de la nouvelle danse francesa Maguy Marin, llegando a formar parte del elenco de su clásico May B, al que alguna referencia en forma de guiño y homenaje parece hacer en ésta, su nueva pieza.

Silencio, estridencia
Borda va de la nada al caos; de la inercia a la explosión; de la oscuridad a la luz; del blanco al color y del silencio a la estridencia… mantiene una calculada progresión que termina siendo envolvente. El primer bloque, el más largo y enigmático, es un ritual ejecutado en silencio, un tableaux vivant grotesco ante nuestros ojos sin más sonido que el del plástico cuando se retuerce y los sonidos guturales de los intérpretes, que no paran de congelar la acción creando imágenes estáticas de gran ingenio algunas, de enorme belleza otras. Nada parece presagiar lo que viene.
Siguiendo la máxima del no sabemos cómo, de pronto el todo coge carrerilla, entra una música contagiosa y como de la nada, los bailarines van apareciendo por debajo del plástico vestidos de formas grotescas, con brillis-brillis y colorinches. Todo adquiere ritmo y ambiente de Carnaval en Río. La pieza se hace frenética y divertida, y Lia Rodrigues nos vuelve a regalar sus maravillosos desfiles, convirtiendo el escenario en una pasarela imposible por la que van desfilando sus esperpénticos intérpretes con trajes insólitos hechos de trapos y enroscándose unos a otros hasta parecer seres extraños de ocho piernas, criaturas amorfas y ridículas o una masa de patas y cabezas. Qué delirio.
Resulta del todo increíble que Lia Rodrigues construya un gran espectáculo, sofisticado a su manera, a partir de basura. Como en todas sus puestas, la escenografía está hecha de materiales de desecho, elementos que muchas veces encuentran tirados por la gran favela donde residen. Pero no todo aquí es ingenio visual y coreográfico. Mirada desde otro ángulo, Borda es también una pieza tremendamente humana que nos habla de resiliencia y solidaridad, de amistad y generosidad. La atención y cuidados que dispensan al bailarín con un ataque de tos o la ternura con la que acogen a un muñeco de trapo haciendo las veces de un bebé que ha caído del cielo, dotan a la pieza de una carga emocional impagable.
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