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CUANDO ES MI VECINO EL QUE PROGRAMA

Un grupo local de jóvenes diseña el Festival Xalar a l’Alt Maestrat, que culmina hoy en cuatro pedanías de Castellón en peligro de despoblación. Por primera vez incluyeron danza. Te lo contamos…

Texto_OMAR KHAN

Madrid, 11 de mayo de 2025

Anoche, en Albocásser, un pequeño municipio de Castellón con menos de 1500 habitantes y en peligro de despoblación, hubo danza para todos. La compañía valenciana Marroch, que dirige Salvador Rocher, bailó aquí su creación Rosa de paper (en la foto) mientras que Ertza, agrupación vasca que lidera Asier Zabaleta, ofreció Otempodiz (en la foto inferior). Fueron seleccionados para actuar en el marco de la tercera edición del festival escénico Xalar a l’Alt Maestrat, que culmina hoy. Lo llamativo es que la selección fue hecha por un grupo de jóvenes de entre 14 y 32 años de este pueblo y de los municipios aledaños de Benassal, Culla La Serratella y Vilar de Canes, donde se celebra este peculiar evento que estimula a sus habitantes a profundizar en la gestión cultural y la programación escénica en su propia tierra.

“Esta tercera edición ha sido la primera que programa danza, y en gran medida es fruto de la toma de conciencia por parte del grupo joven de no haberla programado en las dos anteriores. En el proceso de programación, los jóvenes admitieron su dificultad para evaluar y programar lenguajes no figurativos. En este sentido, el proyecto ha puesto en evidencia la necesidad y oportunidad para generar procesos de mediación en danza”, nos explica Pedro Guerrero, uno de los impulsores de este proyecto que nació avalado por La Plataforma Escénica, que es cofinanciado por la Fundación Nina y Daniel Carasso a través de su convocatoria Alianzas por la democracia cultural, y cuenta también con el apoyo de los respectivos ayuntamientos.

Se supone que la danza es un bien para todos, pero resulta evidente que no llega a todos por igual. Mientras las urbes están (a veces) saturadas de oferta, en estas pedanías poco o nada se llega a ver aún cuando algunas tienen teatros. En este sentido, el Festival Xalar a l’Alt Maestrat es más que un festival. “Uno de los factores para la despoblación es la falta de diversidad en la oferta cultural y de ocio. El festival, dentro del estrecho margen que puede tener un evento así, trata de ampliar esta oferta, pero sobretodo el objetivo es que la afición por las artes escénicas crezca para que sea una demanda a las administraciones públicas”.

Un grupo decisivo

La idea de que toda la gestión, desde la selección hasta la exhibición, se haga en los pueblos mismos surge como una novedad. La dinámica consiste en reclutar a un grupo de voluntarios que, meses antes, entrenan la mirada y el intelecto asistiendo a festivales, discutiendo y evaluando las opciones de distintas propuestas escénicas. Teatro, espectáculos para público familiar, títeres o circo focalizaron su interés en las dos primeras ediciones. No obstante, la danza, con su capacidad de sugerencia, les producía respeto y temor.

“La mirada joven, tiene entre otras cosas una mayor autonomía respecto a las modas estéticas y los avales profesionales a la hora de programar”, defiende Guerrero. “El hecho de que una compañía venga avalada por una gran institución o trabaje con un código que esté muy valorado en el sector, no tiene aquí el mismo peso ni importancia que para un programador profesional. Por otra parte, también están más condicionadas por la cultura popular o mainstream”.

Ruth, una profesora de 27 años aficionada al teatro, que se animó a participar en el grupo programador porque le parecía una oportunidad para acercar lo escénico a su pueblo, defiende la selección de las dos compañías de danza que se integraron este año al festival. “Marroch y Ertza fueron seleccionadas por la riqueza de sus propuestas y la singularidad de sus espectáculos. Por un lado, Marroch destacó por su capacidad para conectar con la historia de nuestra tierra a través de la coreografía de Salvador Rocher, inspirada en la obra de uno de los grandes poetas de la literatura valenciana: Vicent Andrés Estellés. Por otro lado, Ertza, con Otempodiz, nos sorprendió con su fusión cultural, una mezcla vibrante entre Mozambique y Euskadi que da lugar a una expresividad corporal capaz de transmitir una amplia gama de emociones”.

Para Laia, una estudiante de apenas 17 años, la experiencia parece haberle servido para entender que programar va más allá de decir ‘quiero traer este espectáculo’ y que influyen más factores que la valoración bueno/malo, a la hora de contratar a una compañía. “Algunas de las coreografías que tuvimos en cuenta se desecharon no porque no nos gustasen sino por salirse del presupuesto o presentar dificultades técnicas. Como no podíamos traerlas todas, nos quedamos con aquellas que tenían más consenso”, reflexiona.

Guerrero reconoce que por la novedad del modelo, se mantienen abiertos a ir mejorando y cambiando sobre la marcha a partir de lo que les dice la experiencia. “Hasta esta edición, los espectáculos nos han llegado a través de una convocatoria abierta, a petición del grupo joven que ha manifestado no querer ningún tipo de cribado previo. Sin embargo, está es una de las cuestiones que aún siguen en debate”, concluye.