UN OCÉANO DE MORRICONES
Actúa Aterballetto este jueves en el Teatro Campoamor, de Oviedo, y el domingo en el Maestranza sevillano, con la ‘Noche Morricone’, que les ha montado Marcos Morau. La vimos en Roma y reflexionamos sobre ella…
Texto_BÁRBARA CELIS Foto_CHRISTOPHE BERNARD
Madrid, 22 de abril de 2025
Ennio Morricone (Roma, 1928-2020) estaba destinado a ser un gran compositor de música contemporánea del siglo XX. Por suerte, el cine se cruzó en su carrera y gracias a él ocupa un lugar excepcional que inevitablemente inunda de emociones la banda sonora de nuestras vidas. Al coreógrafo Marcos Morau, director de la afamada compañía catalana La Veronal, no se le ha escapado este detalle aparentemente pequeño pero esencial y gracias a esa agudeza, ha conseguido que los bailarines del Centro Coreografico Nazionale de Italia / Aterballetto, con sede en Reggio Emilia, conviertan el montaje ‘Noche Morricone’ en un viaje casi cinematográfico donde sus cuerpos nos llevan con la levedad de sus movimientos, de película en película y al mismo tiempo, nos invitan a recorrer el tiempo para mostrarnos las muchas vidas de Morricone.
Este encargo que, acertadamente le hizo la más célebre compañía italiana de ballet, tras su paso exitoso por el Festival romano Romaeuropa, donde pudimos verlo, irrumpe ahora esta semana en el Teatro Campoamor, de Oviedo, con función el jueves 24 de abril, y en el Teatro de la Maestranza, de Sevilla, el próximo domingo, trayendo el sello ya inconfundible del lenguaje de su autor.
Morau no ha escogido a un compositor cualquiera. No solo los cinéfilos identifican inmediatamente los acordes dulces y melancólicos que recorrían el metraje de Érase una vez en America, o la tensión que inundaba los filmes de Sergio Leone. Desde El bueno, el feo y el malo o Érase una vez el oeste a Cinema Paradiso y La Misión, pasando por clásicos de la canción italiana como Se telefonando de Mina, Morricone ha llenado de acordes los recuerdos de millones de personas a lo largo del siglo XX e incluso para los nacidos en el siglo XXI, que podrían carecer del bagaje cinéfilo, la publicidad y otros eventos sin duda les habrán acercado a este oscarizado músico, a veces sin siquiera saberlo.
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Un viaje sentimental
Por eso cuando el espectador se sienta, solo, en la oscuridad de su butaca, dispuesto a saborear el montaje, es imposible no sentirse atrapado en un tsunami emocional. El coreógrafo ha conseguido algo realmente difícil: fundir esa música tan cargada de recuerdos personales en un viaje de casi dos horas a través de la danza del que se sale maravillado y a la vez, con ese poso de ‘saudade’ en el que se mezclan las ganas increíbles de vivir con la tristeza de lo que ya fue, sensaciones muy presentes en la música de Morricone, aquí convertidas en movimiento. Además, el espectáculo te lleva a sentir que has conocido el alma del músico pero... ¿cómo es posible?
Quienes bailan frente al espectador no son bailarines sin más. De hecho, al poco de arrancar el espectáculo, el escenario se llena de clones del Morricone: grandes gafas de pasta, tirantes, camisa, pantalones, pelo canoso… primero son tres, luego cinco, después diez así hasta culminar en un océano de morricones -todos los bailarines y bailarinas de la compañía-, que se mueven precisos a través del escenario para de forma a veces sutil, a veces suave, a veces violenta, siempre atrevida, proceder a abrir y cerrar escenas con las que nos hacen testigos de su vida pero también de sus palabras.
Porque su voz y sus reflexiones sobre el cine, la música o el amor son parte esencial del montaje. Y esa extraña sensación que provoca la multiplicación de morricones que juegan al ajedrez, que tocan la trompeta -ese era el camino que en principio había marcado su padre para él- o que simplemente bailan en un patio de butacas improvisado frente al que otro Morricone recibe un óscar y da las gracias, te llevan a sentir que estás realmente compartiendo esos momentos con el músico.
Sobre el escenario, una pizarra donde Morricone compone, anota, dibuja... A ella se van uniendo múltiples objetos que contribuyen a construir diferentes momentos: partituras, un piano de cola que sirve de compañero de baile, incluso para bailar dentro de èl, metrónomos, ramos de rosas, atriles… Algunas de esas cosas a veces parecen tomar vida propia a través del movimiento que le dan los bailarines. Otras veces sirven como eje alrededor del que el baile consigue imponerse sobre la música. Cabría preguntarse qué pensaría el propio Morricone de este extraordinario homenaje. Posiblemente, nos atrevemos a decir, él también se emocionaría…
Adicionalmente, Aterballetto amplía su tournée española, bailando en el Museo Universidad de Navarra (MUN), el día 30, donde presentará un programa mixto, que incluye Rapshody in Blue, la coreografía a partir del célebre tema de Gershwin, que les ha montado el tándem conformado por la creadora vasca Iratxe Ansa y el coreógrafo italiano Igor Bacovich.





