TRIUNFA EN GANTE MARCOS MORAU CON UN ‘ROMEO Y JULIETA’ DESLUMBRANTE Y SINIESTRO
A pesar de lo arriesgada, la versión del director de La Veronal para el Vlaanderen Ballet, consiguió anoche seducir y seducirnos. Fuimos a verla y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN Fotos_DANNY WILLEMS
Gante, 16 de marzo de 2025
La puerta grande de los teatros de ópera europeos empiezan a abrirse de par en par para Marcos Morau y él entra con seguridad para armar su revulsivo. Anoche, en la Ópera de Gante, en Bélgica, el público en pie aplaudió a rabiar el estreno de su Romeo+Julia, montado para el ballet de esta casa desde un lugar en el que, podemos asegurar, ningún creador se había colocado para contarnos la obra de amor más grande de Shakespeare y quizá de la dramaturgia universal. Porque, justamente, de lo que rehúye y reniega el prolífico y cada vez más ingenioso director de La Veronal, es de lo que hasta ayer nos parecía irrenunciable en esta pieza: la historia de amor.
Ya desde el (insólito) prólogo nos anuncia que no veremos ni de lejos, lo que creíamos que habíamos venido a ver. Un tableaux vivant de enigmáticos personajes de luto empuja en ceremonial cámara lenta un enorme vitral, una imagen inquietante y terrorífica, que cabalga entre lo medieval y lo futurista, y que nos envía un mensaje y una petición. En cuanto a lo primero, que no estamos en Verona ni inmersos en su más encumbrada historia de amor y en lo segundo, que por favor no nos esforcemos en buscarlo, que abramos la mente y rebusquemos junto a él en las esencias mismas de la tragedia. Así, toda la propuesta parece colocarse a la diestra de Macbeth, en una pieza de estricto blanco y negro con un baño de rojo hacia el final, que la aproxima a un aquelarre más cercano al Dario Argento de Suspiria que al Shakespeare inspirado por el amor.

La pesadilla de Shakespeare
Y es que Morau deja al Bardo en el foso junto a Prokofiev, sonando glorioso desde la batuta de Gavin Sutherland, un director diestro en estas experimentaciones dancísticas, que ya había dirigido para Akram Khan la partitura de su Creature. Es importante el referente de la música de Prokofiev porque es la única atadura al original narrativo, es la audioguía que nos traduce los mensajes que llegan en imágenes desde el escenario, en una obra que intencionadamente no es narrativa, complaciente ni edulcorada. Para ilustrarlo, imaginemos por un momento que el punto de partida de Shakespeare para su pieza fue una pesadilla que le asaltó una noche. Morau y Roberto Fratini, su dramaturgista habitual, aquí compartiendo responsabilidades con Koen Bollen, parecen querer contarnos la pesadilla, no la historia que terminó escribiendo.
La cuidada puesta en escena aparece intencionadamente siniestra. Aunque renuncia a la narrativa, encuentra soluciones visuales eficaces para secuencias harto conocidas. Decididamente coral, mueve a la masa de intérpretes como un todo compacto y orgánico de cuerpos fragmentados y desde ahí, resuelve el famoso baile pero también el balcón, las peleas y las muertes (aquí especialmente subrayadas), a pesar de que difícilmente identifiquemos montescos o capuletos, solo una masa maligna de seres envilecidos. No es fácil dilucidar a la pareja protagonista, salvo en dos niños que parecen corroborar que el amor verdadero y puro solo puede venir de la inocencia. La secuencia de las julietas muertas pasa por desgarradora y el gran final, con su lluvia de gravilla negra subraya la vocación espectacular del montaje.

Universo Morau
Haberse tomado la molestia de estructurar, sistematizar y codificar su ya perfectamente identificable lenguaje de danza en una técnica, el kova, le permite a Marcos Morau encarrilar rápidamente a bailarines de la más distinta índole dentro de sus códigos. Ya lo demostró con los de la danza española en Afanador, y ahora, los intérpretes de la Vlaaderen Opera Ballet belga lucían cómodos y se sentían creíbles moviéndose en el universo del creador valenciano. Sus cuerpos, desde luego, delataban la línea y posturas del ballet, pero ninguno estuvo fuera del registro exigido. Supieron ser masa negra y siniestra en conjunto y abordaron esa frialdad robótica de cuerpo fraccionado y desdoblado en los solos y también en los duetos, que hubo varios, pero ninguno de amor, más bien de terror.
Con la actividad frenética que mantiene, asombra que Marcos Morau no estrene ninguna pieza descuidada, cansada o repetitiva. Claro que hay constantes y Romeo+Julia no es excepción. Allí están el blanco y negro de Afanador, los seres rodantes de Sonoma, el tono ritual de Totentanz… pero cada cosa en su lugar resolviendo una necesidad en particular. A Gante llega porque su director artístico, Jan Vandenhouwe, quedó impresionado con su también retorcida versión de La bella durmiente para el Ballet de la Ópera de Lyon. Una cosa trae la otra. Ahora es también coreógrafo residente del Staatsballett de Berlín y pronto llegará La flauta mágica, su primera incursión en ópera.
Por lo pronto, La Veronal sigue en marcha, el Ballet Nacional de España triunfando con su espectacular Afandor, y en esta misma temporada, en distintos teatros de nuestro país, podremos ver Morricone, su homenaje al maestro de Cinema Paradiso, que montó para Aterballetto, la relevante compañía de Italia, y solo en Madrid, Cathedral, su segunda creación para Scapino Ballet Rotterdam. No resulta fácil seguirle la pista…






